Sobre el trabajo intelectual y las Fuerzas Armadas
El tiempo no pasa en balde. Mis 88 años se notan. Llevo seis o siete días escribiendo unas apuntaciones relacionadas con un camarada recién muerto y que compartió -pero no- mi niñez en Alcalá. No he podido terminarlas por la aglomeración y la confusión de recuerdos. Las dejo dormir y doy paso a otras que no me afectan. Ahí van:
1. Sobre el trabajo intelectual
Escuchando y leyendo a cuantos ocupan emisoras, periódicos y revistas de diferente estilo y mensaje, me llama la atención que casi todos tienen mucho interés por resaltar su compromiso con la actualidad, su pretensión de estar a la altura de los tiempos… Parecen ignorar o no querer recordar que desde la antigüedad -mejor: desde que el hombre empezó a pensar- están reñidas entre sí la universalidad y la trascendencia de lo razonable con la particularidad insobornable de los hechos, que por su propia naturaleza tienden a ser históricos -es decir: escalonados unos tras otros en el tiempo- y por eso mismo resultan en gran parte descabellados, brutales e incluso miserables en cuanto se les compara con los ideales abstractos de la razón.
2. Sobre las Fuerzas Armadas
Una de las muchas curiosas particularidades de nuestra Historia es la que hace inconstitucional a la Ley aprobatoria de las Reales Ordenanzas de las Fuerzas Armadas, a pesar de que tanto estas Ordenanzas como la Norma Fundamental de nuestra convivencia fueron redactadas y promulgadas pensando en que tales Fuerzas existen -o deben existir- para “garantizar el orden constitucional”, pues el art. 8.2 de la Constitución establece que la citada Ley debía redactarse “conforme a los principios” de tan Fundamental Norma…
Lo malo es que las dos leyes básicas fueron redactadas y publicadas deprisa y corriendo, como lógica consecuencia del afán de distanciamiento del recién proclamado Rey -Juan Carlos I de España- respecto del régimen franquista, pero cada una de ellas por diferentes equipos de leal sumisión a los deseos del Monarca heredero y sucesor de Franco. Los llamados “padres de la Constitución” eran políticos de diferentes y opuestas ideologías, unidos por el común interés de configurar un sistema sociopolítico lo más distanciado posible del establecido por las Leyes Fundamentales del régimen franquista, aunque bastantes de ellos hubieran jurado -como Don Juan Carlos- a su debido tiempo que les serían fieles y las defenderían siempre. Los redactores de las nuevas Ordenanzas eran en su totalidad militares que se limitaron a modificar el texto de las vigentes para que el Rey pudiera promulgar uno más ajustado a sus conveniencias. Por eso en las -desde entonces- Reales Ordenanzas figura profusamente un concepto -el de Patria- que es consustancial con las Fuerzas Armadas y no con las fuerzas políticas constituyentes. Por eso estas no lo llevaron al texto de su proyectada Constitución.