Lo que no quieras para tu hijo…
Quienes me seguís recordaréis a Marta, la hija de mi amiga Ana. Es una cría que los nacionalistas de variadas siglas, en su infinita sabiduría, calificarían de niña pobre de Madrid, porque no tiene la suerte de ser privada de educarse en su lengua materna. Esta semana hemos dado a conocer a otro niño, este muy rico, que lleva desde los ocho años siendo sucesivamente “inmersionado” en varias lenguas autonómicas.
Este niño, al que llamaremos Manuel, sin salir de España, ya ha tenido como vehiculares tres lenguas, porque la empresa de su padre lo ha ido trasladando a Valencia, a Baleares y a Cataluña. Estudió un año en español en Valencia, varios años en catalán en Mallorca, y de regreso a Valencia la situación ya había cambiado y el aprendizaje en valenciano era la meta. Ahora viven en Cataluña donde no hace falta que os diga cómo es la inmersión porque todos lo sabéis. Hace unas semanas le ofrecieron a su padre un traslado a Galicia y él nos llamó para saber cómo andaba la cosa por aquí. Lo primero que le pregunté es si podía permitirse pagar un colegio de élite. Como me dijo que su sueldo no daba para tanto le expuse la realidad crudita, como un filete Strogonoff. Si lograba plaza en un cole concertado, la única troncal que tendría en español serían las mates; si lo matriculaba en uno público, a lo peor ni eso, y le expliqué lo de los profes insumisos que retan a la Xunta negándose a enseñar en español, y le hablé de los casos que denunciamos ante la Xunta, y de la bajada de pantalones de nuestros gobernantes, que han convertido a los insumisos en intocables, bien por temor al sindicato nacionalista, o bien porque les va la marcha. Pasados unos días me escribió para decirme que se quedaba donde estaba. “¡Qué austero!” pensarán nuestros sabios seguidores de Breogán, “no querrá que se le suba al niño tanta riqueza a la cabeza”.
Las reacciones a la noticia fueron variadas y variopintas. Ayer recibí la llamada de un señor de la Xunta muy simpático que es nacionalista aunque él aún no lo sabe. Me llamaba para recriminarme por no haberle explicado al padre de Manuel que podía el crío acogerse a la exención de la asignatura de gallego los dos primeros años. ¡Qué risa, tía Marisa! pensé. Les dan la exención en gallego pero les explican las asignaturas en gallego y en gallego las tienen que memorizar. Y es que estos de la Xunta son unas lumbreras, se les habrá pegado la “sapiencia” de los otros. La noticia, ampliamente difundida en prensa, cosechó muchos comentarios en internet de personas lógicamente indignadas, y también de unos cuantos amadores de lenguas. Que sí el padre era un tarado por privar a su hijo de una educación multilingüe, que si los niños son como esponjas y, ¡como no!, hubo también una buena dosis de ombliguismo y egoísmo. ¡Que no venga…más trabajo para los de aquí!
Supongo que el egoísmo es algo consustancial a nuestro instinto de supervivencia, pero en muchas ocasiones lo que delata es un desprecio considerable hacia los demás y una falta de caridad (o de empatía, que es un término más guay). Hace unas semanas, Diario de Ferrol publicaba una entrevista a Federico Supervielle, Capitán de Navío que dejaba su destino en la ciudad. De manera muy valiente habló del problema que tenían con la educación de sus hijos al ser trasladados. Esto es lo que dijo:
Como único aspecto conflictivo, mencionar el problema que tenemos los militares con la educación de nuestros hijos en lo referente a la asignatura de Lengua Gallega. La normativa en vigor no contempla nuestras especificidades y la Xunta es poco sensible a ellas. No solo lo he sufrido yo, sino muchos oficiales y suboficiales con hijos en edad escolar que renuncian a venir destinados a Ferrol por evitar estas situaciones. El Ministerio y la Xunta deberán abordar el tema y llegar a un acuerdo que tenga en cuenta nuestra idiosincrasia y una elevada movilidad cuyas consecuencias hay que paliar para no perjudicar a los menores.
Tengo la impresión de que mucha gente considera que no van con ellos los problemas que los militares o los policías pudieran tener a causa de la idiosincrasia de su profesión, piensan que su vocación es una suerte de apostolado que lleva implícitos unos sacrificios con los que tienen que apechugar, ellos y sus hijos. Parecen no tener en cuenta las dificultades que en los últimos tiempos supone para ellos cada traslado a causa de los recortes y pérdidas en su status laboral, que se ven agravadas, ya no sólo en lo económico, sino también en lo personal, por el problema de la inmersión lingüística. En cuánto a otros funcionarios sujetos a movilidad forzosa, a alguna gente le queda el recurso de pensar que son unos privilegiados. Pero el padre de Manuel es un trabajador de una empresa constructora. El cerco, pues, se va estrechando y se incrementa la casuística que pudiera afectar a cualquier ciudadano español o a su círculo de allegados.
Desde un punto de vista ético me parece reprobable que se mire hacia otro lado ante los problemas de cualquier colectivo pero, además, creo que ni siquiera es una muestra de egoísmo efectivo. La libre circulación de ciudadanos por el territorio de un país nos enriquece a todos. Se me ocurren innumerables motivos para considerarlo como algo positivo. Claro que esto lo planteo como reflexión dirigida al ciudadano común. Entre ese “todos” no incluyo a los sabios guardianes de las esencias de sus patrias. Para ellos es una meta crear fronteras y fomentar la endogamia, el ombliguismo, e incluso preservar el ADN local. Todo ello por nuestro bien, para enriquecernos. Si seguimos tragando, cualquier día exigirán que, encima, les demos las gracias.
*Presidenta de Galicia Bilingüe