Por Rubén Kaplan.- El penoso y dubitativo rol del populista presidente norteamericano Barak Hussein Obama en la guerra civil que enluta a Siria, demuestra además de falta de liderazgo, su evidente incapacidad para trazar los lineamientos de política exterior, área en donde se patentizan aún más sus errores, pusilanimidad y carencia de conducción, características que han hecho perder a su país el rol de gendarme y protector de los intereses de Occidente, que aún con justificadas resistencias y a regañadientes, otrora le reconocían.

Como contrapartida, emerge por su gravitación y peso en la convulsionada región de Medio Oriente, la figura de Vladimir Vladímirovich Putin, abogado, ex agente del KGB y Director y primer mandatario por tres veces consecutivas de Rusia, quien aprovechando la debilidad de su par estadounidense, busca recuperar el antiguo esplendor de su nación, afectada por el desmembramiento en 1991 de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

La certificación del uso de armas químicas por parte del gobierno de Bashar Al- Assad -aunque hay indicios y pruebas de que también fueron usadas en menor medida por los yihadistas rebeldes- puso en una disyuntiva a Obama, que había declarado reiteradamente que esa acción sería traspasar la línea roja y motivaría que Estados Unidos se involucrara militarmente en el conflicto que ya superó las cien mil víctimas, ante la indolencia e inacción de la ONU y la hipocresía de la comunidad internacional, que no se inmutó por las muertes ocasionadas por armas convencionales. Cuando se esperaba un ataque punitivo contra la infraestructura militar de Siria, súbitamente Obama suspendió un bombardeo limitado, aparentemente consensuado con Rusia, para solicitar la aprobación de la medida al Congreso (que no necesitaba) y obtener de esa manera legitimidad política, legal y pública.

Putin, memorioso de su pasado en la inteligencia soviética, presentó un sagaz plan, de difícil fiscalización e improbable cumplimiento, para que Siria entregase su arsenal de temibles agentes químicos- estimados en mil toneladas- bajo control internacional y luego destruirlo en un país neutral, para evitar el inminente ataque de EE.UU. que tiene el propósito de diezmar al régimen de Assad, uno de los aliados y clientes más importantes para Rusia junto con Irán, país al que Putin le expresó su apoyo y financiación para construir una nueva planta nuclear.

El canciller de Siria, Wallid Al Moallem, recibió con beneplácito la propuesta rusa, aunque no puso plazos ni brindó mayores detalles para su implementación. ”Siria saluda la iniciativa de Rusia, surgida de su preocupación por la vida de nuestros ciudadanos y la seguridad de nuestro país, y porque cree en la prudencia del liderazgo ruso, que busca evitar una agresión estadounidense contra nuestro pueblo”.

En lo que concierne a Israel -cuyo mayor recelo es que Irán obtenga armas nucleares- sin involucrarse en la contienda, sigue de cerca los acontecimientos, ya que genera gran preocupación en el Estado judío, que parte de las amas químicas de Siria puedan ser transferidas al grupo terrorista Hezbollah en el Líbano. Éste escenario pavoroso es igual de malo a que los químicos de destrucción masiva caigan en manos de los yihadistas que combaten contra Assad en la guerra civil de Siria. En relación a ello, resulta deplorable el apoyo del Comité de Asuntos Estados Unidos- Israel (AIPAC por sus siglas en inglés) que informó a través de un comunicado, pidió al Congreso que autorice a Obama iniciar una acción militar contra Siria. El tenor del mismo, informado por RT, la cadena de noticias rusa, maliciosamente alimenta la fantasía de que el lobby judío en Estados unidos manda a los legisladores norteamericanos para que permitan atacar a Siria, cuando la realidad es que Obama y miembros del gobierno, fueron los que presionaron al dócil con el poder AIPAC, institución en la que muchos de sus integrantes, más que representar los intereses de Israel, privilegian sus negocios particulares, para que se adhieran a la iniciativa del presidente.

El martes 10, Obama habló a la nación para explicar la razón por la cual mantenía en suspenso la intervención y prometió que no pondrá “botas estadounidenses en suelo sirio”, en un intento por tranquilizar a una opinión pública que se opone a otra aventura militar tras las interminables guerras en Afganistán e Irak.

Al día siguiente, miércoles 11 de septiembre los estadounidenses conmemoraron con discretas ceremonias el 12° aniversario de los atentados perpetrados por la red Al Qaida que causaron cerca de 3.000 víctimas fatales.

Si el presidente Barak Obama, conocido simpatizante de La Hermandad Musulmana, lleva a cabo un ataque a Siria de imprevisibles consecuencias, incurriría en una triste paradoja, puesto que estaría apoyando a los terroristas islámicos que cometieron el mayor atentado de la historia en suelo americano.