¿De qué coño se ríen?
Siempre que puedo, me gusta pasear por mi ciudad o por cualquiera otra en que me halle. Suelo hacerlo con los ojos bien abiertos para descubrir algo que posiblemente había mirado siempre sin verlo o para percibir el latir de la realidad que me rodea y en la que todos estamos inmersos. Una ciudad es como los mosqueteros de Dumas. Uno para todos y todos para uno. Todos dependemos de todos. Me gusta mirar lo que me envuelve, porque es una radiografía clarísima del sendero por el que transitamos.
He estado deambulando sin rumbo por el corazón de distintas ciudades y las imágenes que han quedado en mi retina, no son precisamente en color. Ni siquiera en blanco y negro. Son grises. Salvo alguna excepción, son ciudades sin pulso, inermes, desamparadas… indefensas. A cada paso que daba, se sumaba un nuevo piso que se vendía o un negocio más que había cerrado sus puertas. Las tiendas, las que aún resisten, vacías, con los empleados silenciosos en actitud de espera a que alguien reclame sus servicios… muchos de ellos con la mirada perdida en el vacío, Las grandes superficies, en las que en estas fechas, antaño resultaba agobiante la afluencia de público, ahora me resultan casi desconocidas. Son como cadáveres vivientes a los que les falta la sangre que les da la vida. Nosotros, el público, que por falta de recursos o por miedo psicológico a un futuro incierto, ya no consumimos.
¡Esto es lo que nos han traído ustedes señores políticos! Y ya estamos agotados, hastiados, desencantados. Ustedes, señores políticos, que la mayoría son unos trepas ignorantes y oportunistas, que por supuesto desconocen el significado de la ética y la moral, han hundido este gran país al que llamamos España; nos han robado la ilusión que necesitamos para vivir. Solo vegetamos… y con miedo por lo que aún nos puedan hacer. Y por si esto no fuera suficiente, ustedes, señores políticos, nos afrentan y escarnecen cada día con sus actitudes, con sus mentiras, con sus disimulos, con su demagogia y su obsceno descaro.
Ustedes, señores políticos, por el hecho de que alguien les haya incluido en una lista, se creen semidioses que están por encima del bien y del mal. Pero aquellos que les votan, tendrían que verles inquietos, tensos, desazonados, con los ojos vidriosos, como pasillean a la hora de hacer esas listas; como esperan servilmente a la puerta del que decide; como babosean cuando están a su lado; como venden su dignidad —si es que la tienen— por un puesto de salida en el boleto.
Pero les diré una cosa: Aunque hayan salido elegidos, tanto por la forma arbitraria en que fueron incluidos en la lista, como por su deleznable comportamiento posterior, ustedes, señores políticos, no representan a nadie. Solo se representan a sí mismos y a las regalías que puedan obtener del cargo.
Ustedes, señores políticos, nos han engañado; nos han burlado; nos han timado; nos han dado gato por liebre al quitarse la corbata y salir en mangas de camisa unos o se han cambiado en el coche oficial el traje de alpaca, por la cazadora o la chaqueta de pana otros, a la hora de presentarse a pedirnos el voto. Pero que sepan, que de un extremo al otro del arco parlamentario, son iguales tanto unos como otros.
Nos estafan a diario cuando en la TV y en eso que llaman la sede del pueblo, que sarcasmo, me refiero al parlamento, aquellos que con tanto ardor defienden la escuela y la sanidad públicas, llevan a sus hijos a colegios privados reservados únicamente a la élite internacional y cuando tienen necesidad de asistencia sanitaria, no van a guardar su turno al médico de familia que les corresponda, no. Acuden a clínicas de altísimo costo, solo frecuentadas por la aristocracia de una sociedad privilegiada, de la que nosotros, la plebe, el vulgo, la morralla, es decir, el pueblo del que viven, nunca formaremos parte. Ah, pero eso sí, para cubrir sus vergüenzas, luego salen diciendo hipócritamente que son los ricos los que tienen la culpa de todas las miserias que ustedes, señores políticos, nos causan. Y es que esa educación y sanidad públicas que tanto defienden, no son merecedoras ni dignas para atender a tan insignes eminencias como ustedes y su prole.
Farsantas y farsantes, fingidoras y fingidores, comediantas y comediantos, tramoyistas, fulleras y fulleros, embaucadoras y embaucadores, profesionales del engaño, timadores ideológicos, charlatanes demagogos que simulan defender una cosa y hacen la contraria. Ustedes, señoras y señores políticos, no son nadie y salvo los pocos que tienen algunos estudios y que bien podían volver a trabajar en algo, los demás, sin su humillante puesto de remamahuevos de la política, no encontrarían donde caerse muertos, porque no valen para nada. Pero, no. No se van a ir. Ustedes, señores políticos, están atornillados a la poltrona, porque no pueden imaginar vivir sin los privilegios que ustedes mismos se han auto otorgado.
Ustedes, señores políticos, desde tiempo secular, son la piedra de molino que España lleva atada al cuello y por su culpa, nada más que por su culpa, nos encontramos como nos encontramos.
Los españoles estamos ya cansados y con las narices hinchadas de que nos roben unos y otros. Y yo no soy más que un modesto comentarista de provincias. Sí, de provincias como suelen decir despectivamente en las grandes capitales. ¡Como si el hecho de vivir en una gran capital, automáticamente confiriese más inteligencia o un mérito especial! Pero desde Granada, esta provincia que tiene tan profunda y decisiva historia y que ha merecido cerrar el escudo de España, yo voy a seguir denunciando las continuas arbitrariedades, iniquidades, abusos y desafueros, que ustedes, señores políticos, cometen cada día.
Lo siento por este noble pueblo que al que llamamos España y que ha sufrido tanto por ustedes y por aquellos que como ustedes les precedieron. Me da mucha pena el vernos como nos vemos, porque cuando murió el dictador… sí ese al que ahora, ustedes, señores políticos, quieren desenterrar y llevarlo, vaya usted a saber donde, nosotros, el pueblo, pusimos muchísima ilusión en construir un país que ofreciese a nuestros hijos un futuro mejor que el que a nosotros nos habían dado. Pero está visto que nos equivocamos y el futuro habría de seguir siendo para los hijos, de los hijos, de los hijos, de los que siempre han estado mamando de la teta que alimentamos nosotros, la plebe, los súbditos del sistema. ¡Pobres ingenuos! Con Franco fueron los abuelos, en la transición, los padres y ahora los nietos. Arriba están los de siempre y para ello solo es preciso cambiar el color del traje. Gris, rojo, azul, según convenga. ¡Pero los de siempre! Así que no nos queda ni la esperanza de que un día sus hijos se avergüencen de ustedes.
Triste historia la nuestra, en la que tras haber liquidado siempre nuestras diferencias a garrotazos, casi siempre hemos estado bajo el yugo de un tirano, sea rey, sea militar, y cuando por fin creímos ver el amanecer de la justicia y la libertad, vienen ustedes, señores políticos, a reírse en nuestras barbas y a hundirnos en la más profunda de las miserias, sin que se les suban los colores a la cara por seguir haciendo ostentación de privilegios inmerecidos y derroche de gastos escandalosos.
Miren, no quiero terminar sin decirles algo que me revuelve el estómago cada vez que veo una de esas poses afectadas con las que aparecen en los periódicos y en los telediarios, con esas muecas que quieren parecerse una sonrisa. Pero con más de 46.000 empresas que han quebrado, con 5 o 6 millones de parados, con una juventud que tiene que abandonar su país por un plato de lentejas con la esperanza de encontrar un futuro, con el nada honroso galardón de estar a la cabeza del fracaso escolar, con ladrones que se han llevado crudo nuestro dinero ¿Me quieren decir de qué coño se ríen ustedes?
Yo, a diferencia de usted, cuando ando por grandes ciudades ya no es que vea un entorno gris y decaído, sino que lo veo negro , negro nigeriano y tostado dominicano para ser exactos…
Pronto dejarán de reirse. No habrá perdón para ninguno de ellos.