La llegada masiva de subsaharianos a nuestras ciudades de Ceuta y Melilla es uno de los asuntos más graves que padece la adormecida sociedad española actual. Y uno de los problemas que no es capaz de resolver la clase política. Resulta lamentable la declaración de un miembro del PSOE, acusando a la Guardia Civil y, por ende, a las autoridades españolas, sobre el uso de pelotas de goma u otros elementos disuasorios contra los que pretender colarse por la frontera, sin papeles. Y digo que resulta lamentable porque el problema no es sólo del gobierno, ni del partido en el gobierno, ni del responsable de las Fuerzas de Seguridad. Es un problema de todos, incluida la Unión Europea. Pero los hay que utilizan la demagogia y la divagación por lo que pueda resultar.

A la vista de las imágenes del video que ha distribuido la Guardia Civil, los asaltantes forman una razzia y cargan contra el puesto fronterizo. Por uno de esos extraños mecanismos lingüísticos, a los que nos tienen acostumbrados los políticos, resulta que los hombres de color negro ahora son subsaharianos. Así, en general. Tal vez el término acuñe también a los que proceden de la región llamada El Sahel, región deprimida y entregada a las estrategias de Al Qaeda, que tiene allí su cuartel general en África. Lo cierto es que la llegada masiva de estos aspirantes a vivir en la Europa desarrollada y capitalista, la versión paradisíaca y próspera, antagonista de sus países de origen, crea muchos problemas.

Lo ocurrido el pasado 6 de febrero en Ceuta ha dejado ver cual es el comportamiento de la clase política europea. La comisaria de Interior, la sueca Cecilia Malmströn declaró estar muy preocupada, por el uso de pelotas de goma por parte de la Guardia Civil. Es una pena que la comisaria de Interior no se acerque por las fronteras de la Unión Europea en África, para conocer de cerca cómo se producen las avalanchas y cómo se las tienen que ver los responsables del orden.

Pero más ridículo resulta la legislación sobre las personas que intenten cruzar un paso fronterizo sin la documentación necesaria, y las lagunas que presenta la normativa acerca de los indocumentados.

No es una cuestión de economía, que también, sino de dignidad. Porque no se trata de que estos hombres salgan de un desierto para instalarse en una ciudad moderna, que dejen atrás el infierno para alcanzar la gloria. Se trata de evitar verlos tirados en los parques, hacinados en el mejor de los casos en casas de caridad o vagando por las ciudades desafiando al frio, al hielo, a la lluvia y a la adversidad, obligándoles a llevar una vida cuya salida sería la delincuencia. Porque también tienen que vivir, aunque para la comisaria europea de Interior, y algunos más, no sea una gran preocupación.

Resulta difícil de entender que estos hombres, víctimas de las mafias, alcancen las inmediaciones de las fronteras españolas sin el apercibimiento de las autoridades marroquíes. Y resulta difícil de creer que con tanto espabilado en la Unión Europea, e incluso en nuestro Parlamento, no existan todavía soluciones para evitar estas avalanchas, o las que se producen en la isla italiana de Lampedusa.