Desde que dieron la noticia del fallecimiento de don Adolfo Suárez (q.e.p.d.) y en todas las cadenas de televisión y emisoras de radio, se ha desatado una catarata de declaraciones acerca de las bondades del finado, y toda una retahíla de agradecimientos por boca principalmente de personajes de la vida política española.

Es vomitivo ver a ciertos personajes, formular declaraciones en este sentido sin que se les caiga la cara de vergüenza. Los socialistas, comunistas y nacionalistas principalmente, se deshacen en alabanzas hacia el que fuera primer presidente de la democracia y a quien trataron a puntapiés.

Estos hipócritas que hoy lloriquean tras su muerte, lo machacaron, trituraron y redujeron a escombros en cada sesión en el Congreso sin ningún tipo de miramiento. Para con él, no practicaron nunca lo que hoy esgrimen como “políticamente correcto”, más bien le hicieron una oposición tan agresiva, que ese hostigamiento y azote verbal, nos retrotraía incluso a las Cortes de 1936 donde los diputados de la izquierda amenazaban de muerte públicamente y sin inmutarse, a los de la derecha liberal parapetados en su cobardía.

Ahora, después de muerto Suárez, siente uno vergüenza ajena al ver cómo le dan abundante jabón aquellos que entonces lo atacaban con especial virulencia. En ningún momento le mostraron ningún respeto al que hoy llaman “libertador”. El que diga lo contrario miente miserablemente, pues se limitaron única y exclusivamente a lincharlo hasta matarlo en vida -políticamente hablando-, y lograr echarlo de la escena política señalándolo continuamente –entre otras muchas cosas-, como líder de la “derecha reaccionaria” y un largo etcétera de auténticas barbaridades (ahí están las hemerotecas para quien quiera comprobarlo), como la agresividad con que lo trató por ejemplo Alfonso Guerra en el hemiciclo, soltando todo el veneno, el odio y la ira que llevaba bajo la chaqueta de pana.

Si fueran honestos, si no fueran tan hipócritas y tan fariseos, no hablarían de la libertad conseguida por la sociedad gracias al difunto, se limitarían a agradecerle al señor Suárez, además de la apertura de la oficina de colocación a dedo que supuso para la casta el régimen autonómico, le agradecerían la oportunidad que les brindó a todos ellos el nuevo sistema, para que sin tener que opositar, sin tener que presentar un historial académico, sin tener que presentar un historial laboral, sin tener que presentar la declaración de renta y patrimonio y sin tener que acompañar un certificado de antecedentes penales, gozar de una posición envidiable, sueldos millonarios, prebendas, privilegios, pensiones vitalicias o máximas con sólo siete años en el pesebre, y toda una vida mamando de la ubre nacional a costa del presupuesto. Nada de esto hubiese sido posible para los que hoy conforman “la casta parasitaria”, de no haber sido por aquella gesta del señor Suárez ciscándose en los Santos Evangelios ante los que prestó juramente, traicionando a Franco y entregando a los que serían después sus propios verdugos, una victoria sin lucha y un riquísimo patrimonio conseguido en cuarenta años de trabajo y sacrificio de todos los españoles..

Ya lo decía el “slogan” del partido de Manuel Fraga (AP) en una de sus campañas electorales: “Todos salimos ganando”.

Por favor, limítense a rezar o guardar respetuoso silencio, pero no aprovechen el fallecimiento del ex presidente del gobierno, para hablar de la libertad que nos trajo el finado al objeto de distraer la atención sobre la realidad de los chollos que consiguieron ustedes. No le atribuyan a Suárez esa libertad de la que dicen que goza el pueblo hoy, y atribúyanle más bien lo que este sistema supuso para la casta, porque, mientras el pueblo agoniza después de 38 años de partitocracia, ustedes son los únicos privilegiados de esta sociedad, que mantienen intacta su posición económica y ganando incluso poder adquisitivo.

No sé si lo sabrán, pero la libertad que Suárez trajo para el pueblo y gestionada por ustedes señoras y señores de la casta, nos ha dejado de momento una nación rota, una corrupción política sin precedentes, un millón de hogares sin ningún tipo de ingreso, el cierre de cientos de miles de empresas, y seis millones de desempleados que ya vuelven a oír una frase que había quedado en desuso hace más de cincuenta años: “Cuando veas a un obrero comer meluza, uno de los dos está malo”.