Los homenajes póstumos
Grandes hombres y destacados artistas han vivido una existencia anodina y en muchas ocasiones faltos de estímulos e ignorados por sus coetáneos. Sufriendo la carencia de recursos e incluso los rigores del hambre. Luego, ya muertos, el mundo ha reconocido su error y los ha homenajeado, distinguido y convertidos en mitos. La Historia está saturada de estas imperdonables y frecuentes injusticias. Para la inmensa mayoría de los humanos nadie es bueno, ni merece el elogio, hasta que muere. Es triste esta absurda manía de no celebrar sus virtudes y méritos cuando aún pueden gozar de ese agasajo o gratitud su protagonista, ya que ha sido en vida cuando se los ha ganado. Los muertos, ya no pueden hacer nada memorable o digno de resaltarse, ni le afecta lo más mínimo ese tardío recordatorio y agasajo. Sin embargo, es a partir de ese momento en el que ya no siente, ni padece, cuando intentamos volcarnos en demostrarle nuestra admiración y encomio. ¿Para qué esa pantomima?.
Yo siento la muerte de cualquier ser humano, sea quien sea. Aunque no lo conozca y me llegue la noticia a través de un telediario o crónica necrológica. Lo que no quiere decir que todas las muertes me afecten de igual manera. La de un niño o un joven me duele más que la de un colega de mi quinta, pues comprendo que en este caso es lógico y natural. Cada fecha tachada en el calendario es una propina que nos han concedido. Yo vivo como un milagro el día a día y me sorprendo muy gratamente çuando despierto cada mañana y noto que aún sigo en el mundo de los vivos. Mi primer pensamiento es dar gracias a Dios por ser tan generoso y permitirme seguir gozando de la familia, de la compañía de mi mujer, del amor, la salud mental y física y del sol, las flores, la música, la noche, el día y todo este conjunto inapreciable, pero maravilloso, que me supone cada nuevo amanecer cuando uno va camino de los ochenta y dos años y empieza a reflexionar sobre la cada vez más cercana hora de la verdad o el error al otro lado de esa desconocida laguna Estigia.
Yo pienso que las distinciones y homenajes deberían hacerse mientras uno las pueda apreciar y disfrutar. Lo que hagan conmigo una vez muerto, les juro que me trae sin cuidado. He dicho que me gustaría esparcieran mis cenizas en la playa chiclanera de La Barrosa, pero lejos de la orilla, para regresar a mis orígenes y poder encontrar la paz en esa tierra que no sé por qué llevo tan adentro, pues ha recibido más cariño, esfuerzos y atenciones de mi, que yo de ella. Pero soy así de romanticón y raro. No lo puedo remediar. No hay un chiclanero que la haya tenido tan presente y constantemente exaltada como yo. Es casi enfermiza la pasión que tengo por esa bendita tierra, aunque solo estuviera en ella los cuatro primeros años de mi vida.
El caso de García Gutiérrez, a cuyos homenajes hoy todos se apuntan, confirma mi postura ya que ha permanecido ignorado inexplicablemente hasta muchos años después de haber muerto. Concretamente hasta que pasados noventa años. me acordé de él, busqué y encontré su tumba sucia y perdida en un cementerio ya no utilizado y conseguí que lo trasladaran al Panteón de Escritores Ilustres, en el que descansa actualmente junto a sus amigos en vida Ventura de la Vega y Espronceda. Hasta su estatua se hallaba falta de letras, llena de excrementos de palomas y en una calle secundaria. Hoy ya la han trasladado a un lugar más céntrico y han llenado con su nombre, colegios, instituciones y biblioteca como queriendo contrarrestar tan enorme error. Ahora es el tiempo de colgarse las medallas y salir en las fotos y para eso sí sobran candidatos. Si yo no hubiera tenido esa idea y la hubiera conseguido, no me extrañaría que nuestro ilustre paisano continuara en el olvido otros noventa o cien años más.
Otro ejemplo, sin tener que salir de mi tierra natal, es Pepe Marín, artesano que tanta fama y prestigio ha dado a la ciudad con su fábrica de muñecas, únicas en todo el mundo. Ha tenido que morirse para ver su nombre rotulando una calle. En vida, le criticaban los envidiosos porque gracias a su ingenio y esfuerzo había levantado un emporio comercial que engrandecía y beneficiaba a nuestro pueblo. Yo que me enorgullezco de haber sido su amigo y pasar gratas veladas con él en su domicilio, en la fábrica y en el entonces Bar Central de la calle La Vega, he tenido que salir muchas veces en su defensa ante las críticas que recibía. Fue una persona excepcional cuyo recuerdo permanece inalterable en mi memoria. Pero le demostré mi amistad, afecto y admiración en vida, cuando a él le podía agradar, .
En éste puñetero y falso mundo ha de morirse la persona para que les reconozcan sus virtudes. Es un defecto generalizado y nadie le pone un punto y aparte. Pasa con las figuras de cine, a las que solo se les hace un justo y a veces hasta exagerado panegírico a su muerte. Con los artistas del pincel, la música, la pluma y la ciencia ocurre igualmente. Suelen pasar, salvo excepciones, inadvertidos por la vida y hasta sufriendo la soledad, incomprensión y la escasez de recursos, hasta que le llega la hora de enfrentarse a su desconocido futuro. Es a partir de ese instante cuando todos se lanzan a contar maravillas del difunto, descubrir sus hasta entonces desconocida virtudes y recibir alabanzas interminables, cuando ya al pobre le da exactamente igual ocho que ochenta. Si es un escritor, reeditan sus obras y las promocionan con auténtico furor aunque llevaran años escondidas en los más oscuros rincones de la librería. Si se refiere a un pintor, se revalorizan sus obras y se destacan en exceso las cualidades que en vida nadie les reconocía. Si es político, ya puede haber sido el más corrupto del cotarro que se exaltaran sus genialidades e inventadas cualidades y darán su nombre a calles y otros lugares y se les harán funerales solemnes y ampulosos. Suárez, al que digan lo que digan, debemos tanto los amantes de la democracia, la convivencia y la libertad, recibe ahora lo que tan esforzadamente y con toda honestidad se había ganado en su etapa en el gobierno. Hasta le dan su nombre al aeropuerto, pero añadiéndole el Madrid Barajas, para no contradecir la fama de tibios e indiferentes que tenemos en España para recompensar a nuestros grandes hombres. Eso antes Ana Botella, cuando él lo hubiera podido disfrutar. Ha tenido que ser su cadáver quien recibiera ese homenaje popular y oficial. ¿Y ahora, para qué?. Comprendo ahora por qué algunos familiares quieren despedir a sus difuntos en la intimidad y huyen de las falsas pompas y fastos oficiales.
He recibido un solo homenaje en mi vida y fue un detalle maravilloso e inolvidable, ya que me lo ofrecía un barrio madrileño, el del Camino Viejo de Leganés, donde entonces residía. Era la forma de agradecerme el interés en destacar a través de la prensa los méritos y acciones de mis vecinos y mi ayuda profesional prestada a un joven novillero de la barriada que pudo ver su nombre y hazañas publicadas. Lo hice, como es lógico suponer, sin esperar nada a cambio. Solo me guiaba el ánimo de ayudar al que lo necesitara o mereciera en ese instante. Al igual que hice con otros aspirantes a la fama, que una vez alcanzada se olvidaron de mis empeños y me ignoraron. Cosa que me duele, pero no me sorprende. El homenaje, que se celebró en una plaza de toros portátil que entonces existía en Majadahonda, cedida gratis para este fin, fue un completo éxito de participantes y público. Hasta se pusieron autobuses especiales para el traslado de los asistentes. Fue la madrina del mismo, la entonces cantante de moda, Carmen Morel, una gran amiga, e intervinieron un gran número de artistas y varios compañeros de prensa presentaron el espectáculo. Todos como dicen los castizos por la “jeró”. Fue una noche memorable y muy emotiva.
Luego, hace unos años, hice un reportaje sobre Navalcán, uno de los pueblos más bonitos e impresionantes de la provincia de Toledo y me invitaron oficialmente a que pasara con ellos un día de San Isidro, que es también su Patrón, Tras la misa formando parte de la comitiva oficial de autoridades locales, me invitaron, en unión de mi mujer que me acompañaba, a unos vinos y productos de la tierra, me llevaron a recorrer todo el pueblo (un auténtico paraíso) y a una comida oficial y entrañable a base de productos de la tierra. Les dejé un pergamino enmarcado con un soneto dedicado al pueblo que me indicaron colocarían en el despacho oficial. Luego recibí una carta muy afectuosa de la Concejal de Cultura y Turismo en la que me agradecía mis atenciones e interés por el pueblo.
Yo no sé cuánto tiempo estaré aún en este pícaro y desconsiderado mundo, pero solo deseo que a mi muerte me recuerden como una persona normal, que no quiso hacer mal a nadie y sí ayudar dentro de sus posibilidades a cuantos lo precisaron. Que sepan he sido un marido feliz y un padre orgulloso de la familia que hemos formado, a la que si pediría me recordaran a veces y, por si acaso, rezaran por mi. Con mis cenizas, que hagan lo que quieran y menos problemas les cause.