Silva salva la cara ante Colombia de una España lenta y demasiado previsible (1-0)
La Selección se ha pasado toda una vida queriendo ganar a los mejores y cada amistoso contra un campeón del mundo era una final, un duelo sin más trofeo que el orgullo, que no era poca cosa. Esos amistosos eran la principal medicina para intentar calmar nuestras frustraciones. Entregamos nuestra existencia a ellos y deberíamos asumir cuanto antes que ahora son los demás quienes entregan la suya a intentar ganar a España. Ahora que vivimos en la abundancia, estos amistosos se le antojan a la Selección como un incordio, o eso transmite. Pero la Selección no debería perder la perspectiva, no debería olvidar de dónde viene y a donde irá si se deja dominar por la autocomplacencia. No conviene maltratar el prestigio que tanto costó ganar. Y la estrella que reluce en la camiseta obliga a mantener el nivel también en estos partidos. Antes, los amistosos nos daban la vida; ahora, se la dan a los rivales. Esta vez, sólo Silva con su gol rompió la peligrosa tendencia en la que había caído la Selección.
Del Bosque formó una alineación llena de talento, que aseguró la posesión y llevó el duelo hasta la zona central del campo. Se olvidó de las bandas y favoreció con ello las maniobras defensivas de Colombia, un combinado que vive del toque, pero que no resistió la comparación con España. La iniciativa y el balón fueron españoles, pero faltó claridad, lucidez para encontrar los espacios. Se vio a esa Selección lenta, confusa y hasta con cierta desgana que ha ido haciendo felices a cuantos rivales se ha cruzado en los amistosos disputados desde que ganó el Mundial.
Nunca faltó el toque y tampoco la paciencia, pero el centro del campo formado por Busquets, Xabi Alonso y Xavi fue incapaz de mover con soltura a la Selección, que se convirtió en un equipo demasiado previsible, al que sólo Iniesta y Pedro lograron sacar de ese letargo en el que ha caído.
Pudo hacerlo también Villa, pero al cuarto de hora malgastó de forma inexplicable una doble ocasión clarísima. Mandó el balón al poste después de irse con facilidad del portero Ospina y en la continuación de la jugada, con el guardameta fuera de sitio y el arco vacío, mandó la pelota fuera. Ese tanto hubiera convertido a Villa en el máximo goleador de la historia de la Selección, por delante de Raúl.
Se defendieron sin grandes agobios los colombianos y tan cómodos se sintieron que probaron suerte en ataque. Primero impidió el gol Casillas, inspiradísimo en un mano a mano con Abel Aguilar, y después fue la torpeza de Armero el que lo evitó. Se fue de todos cuantos le salieron al paso, dejando a Albiol por el suelo y a Busquets descolocado, y cuando se vio delante de Casillas afiló la puntera y mandó el balón bien lejos de la portería.
Con esa acción se cerró una primera parte que mejoró con la perspectiva que nos dejó la segunda, que se consumió entre pases sin peligro, tranquilos paseos y ataques tan previsibles como inocentes. Así fue hasta que surgió Silva a cinco minutos del final para batir a Ospina después de un buen pase de Navas. Fue la única acción diferente y no llegó por casualidad, nació de la asociación de dos futbolistas que vivieron los minutos que estuvieron sobre el campo con más intensidad que los demás.
Con ellos en el campo España tuvo otros argumentos a los que agarrarse para mejorar su imagen. Antes salieron Fernando Torres, Cazorla y Arbeloa y después lo hizo Fernando Llorente, que acarició el gol con un disparo que desvió Ospina.