JT.- Estaba visto que la Casa Real no podía darnos a los españoles más que disgustos, que no por menos esperados son menos desagradables. Pues claro, el día que ya se acerca estaba inscrito en el calendario de la sucesión real a la cabeza del Estado. Aún así, la posibilidad muy cierta de ver lo malo empeorar no puede más que preocuparnos.

A modo de traca final de lo que sin duda ha sido el reinado más miserable y mediocre de cuantos ha conocido esta vieja nación desde los remotos tiempos iniciales de su andadura nacional, el Frágil Cazador nos dejará en su lugar a lo mejor de su progenitura. Menos mal.

Las virtudes del futuro rey son ignotas, tal vez inexistentes. A decir verdad, esa es una característica, más allá de familiar, probadamente dinástica. Por mucho que se busca no se le encuentran méritos ni grandes ni chicos. Eso si, sabe esquiar como un auténtico Borbón y se defiende honorablemente como regatista. Es bueno que tenga una ocupación: ya hay demasiados parados en España. Por otra parte lleva bien el traje y la corbata. Nos consta que sabe leer y escribir. Con los discursos que deberá declamar y los papeles que deberá firmar eso le vendrá de perlas.

Se va el rey y nos deja el principe. Murió el tonto y deja la tonta preñada. No hay manera. El último vástago de esta bizarra dinastía llega como las desgracias: acompañado. Nada menos que de una periodista, por más señas de Televisión Española. Un gran valor, una casa excelsa, si señor. Que fuera divorciada, abortada y republicana, ninguna de estas situaciones es incapacitante per se, aunque las tres cosas a la vez ya era una línea roja que un espiritu recio no hubiera debido traspasar. El encoñamiento no debiera ser tolerado en esa jerarquizada humanidad de sangre azul. El que esta dama fuera un tanto boba, eso no era detalle suficiente como para echar para atrás a quien ha vivido desde su propia estirpe y familia esa realidad como algo natural desde las lejanas épocas en que las viboras volaban. Las ganas de comer han llegado a la casa del hambre. Que les aproveche.

Señal adecuada de los tiempos que corren, la unión de esa casa con la especie mediática no podía sorprendernos. La decadencia y la vulgaridad siempre fueron de la mano. ¿Otra cosa hubiera sido posible? Esa pareja tiene por lo menos el mérito de no desentonar en cuanto a cualidades fundamentales. La insignificancia los une después de haberlos atraídos. La trivialidad y la intrascendencia serán todo el legado que dejarán de su más que probable breve paso por los altares de la patria coronada, pues lo bueno dentro de lo malo es la esperanza de un fugaz reinado a la medida adecuada de las precarias capacidades de la próxima yunta real. Sospechamos (con algo de fundamento pues ya venimos observando el personaje desde hace tiempo) que la única grandeza del augusto promogénito no será nunca más que su metro noventa y pico de estatura.

En este más que probable corto episodio el futuro rey apenas tendrá oportunidad de demostrarnos su falta de temple para las cosas serias del Estado. Pero es de temer que su soberana esposa se dé, antes del esperado retiro de la real pareja hacia cielos más clementes que los que le espera a España en su previsible salida de la Historia, algunos caprichos largamente esperados en los años de su condición de princesa consorte del borbónico heredero.

La periodista lleva ya un tiempo mostrando cómo se las gasta. La media naranja del Felipe es un limón verde, es cosa sabida. La primera periodista de España llegará al trono muy segura de su poder sobre el digno hijo de su real padre y hará lo que le salga del alma. Con su reinado viviremos el efímero capítulo final de esta infausta monarquía que parece querer arrastrar a España en su inevitable caída.

Y por encima de toda esta decadencia y perdición, la incontrolable Leticia reinando en el país yéndose a mansalva por el sumidero de la Historia.

Se va el Rey. Llega el Principe. La monja se nos va del convento pero nos deja un mojón dentro. O dos.