Las lágrimas de Goya…
Anoche, extraviado de magna urbe, transitaba por la calle D. Francisco de Goya- al menos eso señalaba la gélida placa que en la fachada supuraba copos- acurrucado a mi hechura carnal, en busca de un lugar donde resguardarme del intenso frío.
Entre los recovecos que dejan los copos de la nieve al caer, me pareció visualizar al fondo de la calle un portal medio abierto, y no anduve más que el rato que anduve hasta hallarme frente al mismo. Seguidamente empujé la pesada puerta de madera…, y allí estaba él, cadavéricamente ensortijado, aferrado a la impávida sombra del portal palpitando frío.
-¿Puedo pasar?-
-Pase, pase vos, que siendo este portal tan grande, sin duda, dos abrigan más que uno solo, esperanzas y calores.-
Una vez dentro él se movió, un paso apenas, pasando de la lobreguez que le celaba a la tenue luz de las farolas que se colaba por el resquicio de la puerta.
Fue entonces cuando vislumbré su impávido esqueleto presente y su vida toda ausente.
-¿Quién es usted si se puede saber y qué hace aquí repleto de ataviado difunto?- pregunté.
-Yo soy Francisco José de Goya y Lucientes…, para servirle.-
Al evocar su nombre, halagó en mi ser el aroma Universal de su Arte, luego no dudé instante alguno de que me encontraba ante el insigne maestro de Fuendetodos.
-Y en cuanto a mi presencia, se debe a grave cuestión.-
-No tengo duda de que será grave su ofensa.- respondí.
-Efectivamente así es. Años hace que por estas fechas me echo encima mis huesos y parto de entre los muertos sin más esqueleto que lo que vos ve.-
– Si viene usted de los muertos a este frío vivir supongo que la cuestión será de vida importante.-
-Ya lo creo que es importante, ya lo creo-, volvió a repetir tristemente muerto.- Mi presencia en cuestión, y a la sazón razón, no es otra que la de dignificar mi apellido y nombre que mancillado han sin mi consentimiento una banda de groseros titiriteros.
Año tras año he de desenterrar por estas fechas mi paz de henchido difunto, ante la desfachatez de esta “sarta de comediantes” que osan usar mi digno apellido para galardón de sus bufonadas carnales…Y en ello estoy, como puede ver vos, decididamente muerto- acabó por decirme.
Después de un tiempo de pausa prudencial cuando se trata de una conversación entre dos y una de las partes está muerta, le dije:
-Supongo que se refiere a los premios Goya-. No me respondió, señal inequívoca de afirmación.
-Pues verá maestro, estos pésimos comediantes a los que usted se refiere se denominan directores, actrices y actores del Séptimo Arte que dicen hacer y representar arte utilizando la carne de la mujer, la sumisión, la violación, el asesinato gratuito, además de las más satánicas sartas de improperios y otros vocablos merecedores de cloacas, en sus guiones cinéfilos.-
-Más razón me da vos para mayor ofensa de mi digna muerte y la de tantos difuntos como yo, otrora trotamundo por antonomasia, que alimentaban los sueños, penas y alegrías de los pueblos, sin otros medios que sus manos y sus gestos. Sin más “banda sonora” que un simple organillo y el cielo por pantalla. Y qué decir de las bellas mozas que “levantaban nuestras espadas” con la simple insinuación…-
-No lo dudo, maestro, pero por desgracia estos titiriteros viven “como dios” a cuenta y cuento de los vivos y los muertos, nunca mejor dicho. En especial a cuenta de una gran parte de la sociedad, la más imberbe, que entiende por Arte la violencia gratuita, la depravación carnal, los vocablos apestosos y otras ácidas lujurias, por no hablar de la denigración de la mujer por la propia mujer.-
Dicho esto, un lánguido entristecimiento facial se apoderó de su calavera y comenzó a llorar.
Después de un rato de silencioso lloro e impotencia contenida en huesos, se echó la mano a la sien y entre cavilaciones óseas, me dijo:
-Deseo de vos un favor, si usted de favor quiere hacerme… –
-Faltaba más- respondí- Diga.-
-Verá, ya que yo sólo les puedo ver con mi mente además de que ellos no son capaces de verme con sus ojos, agradecería de vos, que vivo al menos hoy parece, les dijese de mi parte, que dejen mi nombre en tumba y paz, que desistan de tomar de mí, Francisco José de Goya y Lucientes, apellido y nombre como epígrafe para su más preciado evento cinéfilo. Dígales que el arte que precisa de la carne no es Arte, es simplemente execrable bazofia.- acabó por decirme sensatamente malhumorado y harto lloroso, pues en verdad era, todo lágrimas su calavera.
Sin duda “mala tumba” le estaban dando los pésimos titiriteros y al parecer para rato, pues difícil quimera es lograr huero de toda carne, mientras ellos mercadean con la misma, solicitar respeto y dignidad para los muertos.
-No se preocupe usted, maestro- le respondí, -les diré palabra por palabra todo lo dicho por usted. Sin embargo, le advierto que yo no soy otra cosa para ellos que un analfabeto vivo y usted aunque ilustre, un muerto, un difunto que no puede levantar voz, aunque tenga de bien alta la cabeza.-
-Razón tiene vos, me respondió; pero ha de saber que los muertos jamás se rinden ya que jamás pueden ser vencidos.-
-Pues sí- le dije -pero los muertos son únicamente un fétido negocio para los vivos. No obstante prometo que lo intentaré.-
-Gracias, confío en vos y en su palabra – me dijo con toda la certeza llena de nítidas lágrimas que yo percibí de su recio e insigne pudor cadavérico. Luego desapareció en el mismo momento en que yo desperté a la titiritera vida.
“El Arte es crear, y la mayor creación terrena es la Vida, basándonos en estos principios incuestionables, no hay duda alguna. Los humanos, bajo excepciones, somos parrandistas de las vidas y artistas de las muertes”.