Con una hija solo se puede tener un yerno
Entras en cualquier organismo público, entidad bancaria o gran superficie con intención de preguntar por alguien, consultar algo o simplemente solicitar un servicio, y por regla general te sueles encontrar con una señorita en un mostrador tras un letrero sobre el escritorio en el que reza: Recepción, información, o caja central.
Pues bien; una vez en uno de estos establecimientos, y cuando haces ademán de dirigirle la palabra a la empleada, suena el teléfono del mostrador. Inmediatamente la empleada atiende la llamada y te deja con la palabra en la boca; te mantiene en espera ante su presencia por tiempo indefinido. Por fin concluye la conversación y cuelga el teléfono. Intentas tomar de nuevo la palabra para explicarle el motivo de tu visita, pero es inútil, vuelve a sonar el teléfono y se repite la operación; atiende de nuevo la llamada mientras a ti, que estás allí en cuerpo presente, te vuelve a mantener a la espera sin decir esta boca es mía. La repetición de la jugada no te sienta nada bien; empiezas a calentarte y miras detrás de ti advirtiendo la cola que se está formando.
A partir de aquí, la “telefonista” –vamos a llamarla así-, ya no te mira a los ojos, tu presencia le incomoda. Aunque estés allí en persona y con tu corazón latiendo acompasado, no importa, las llamadas telefónicas siguen entrando y tienen preferencia. Los que llaman no saben lo que pasa. La empleada finaliza la conversación y cuelga el teléfono. Por fin tienes una nueva oportunidad de articular palabra, pero no hay manera, el teléfono suena de nuevo. Por muy alegre que te hayas levantado esa mañana y por increíble que parezca, puedes caer derrotado víctima de un síncope por aguantar el tirón sin abanicarte. O sea, que finalmente debes rendirte ante un teléfono que no para de sonar, y atendido rigurosamente por una joven contratada para hacer de recepcionista, que ejerce de telefonista, pero que no llega a mileurista.
No crean que exagero. Tu presencia en ciertos establecimientos se ha convertido en un castigo para las “telefonistas” polivalentes; eres un estorbo y rompes los esquemas de los nuevos “pastores” del rebaño, que so pretexto de agilizar el trámite con las nuevas tecnologías, lo que han conseguido es reducir la plantilla de trabajadores, ofrecer precariedad en el empleo y muy mal pagado, mientras blindan los salarios a jefecillos, asesores o enchufados varios.
No se te ocurra poner los pies allá donde tu presencia no sea imperiosamente necesaria; el teléfono y su maldito sonido te machacarán sin opción a defenderte. Bajo ningún concepto hagas acto de presencia sin llamar antes o intentar la gestión a través de la Red. Realiza la llamada aunque sea en la misma puerta del establecimiento antes de entrar. Si actúas como te indican los nuevos globalizadores, no incomodarás a ninguna contratada temporal visiblemente desmotivada ¡Ah! Y lo más importante, evitarás que te pueda dar un soponcio, patatús o telele, por no haber arrancado el maldito teléfono y haberlo estampado contra el suelo.
Esas multinacionales a las que me refiero, aparte de recortar sus plantillas, aplican recortes por la grave crisis que padecemos y amparándose en que las nuevas tecnologías se imponen agilizando el trámite. Prescinden de miles de trabajadores presentando ERE,s, y reducen a las bases a la mínima expresión, pero sin embargo, la nómina de los “pastores” para someter al reducido “rebaño” restante, ni sufre ni mengua, simplemente se mantiene.
Pero donde la cosa es un auténtico cachondeo es en la Administración Pública. Aquí no paran en barras ni se cortan un pelo. Todos los mensajes van en la misma dirección: “Haga sus trámites por internet; nuestra página web se encuentra a su disposición; puede hacer sus gestiones a través de su teléfono móvil”, etc. Pero, ¿cuál es la realidad de toda esta farsa? Pues la realidad es la mentira democrática. Pagas tus impuestos para sostener unos servicios a los que en teoría tienes derecho, pero que en la práctica, deberás satisfacerlos nuevamente al demandarlos mediante el pago de unas tasas que se han inventado estos golfos, por haber quebrado el sistema mediante el robo, la corrupción y el latrocinio.
Tus impuestos son para ellos, para el sostenimiento de los que conforman “la casta” y sus estómagos agradecidos, pero no para que el contribuyente pueda recibir los servicios más elementales sin que esquilmen sistemáticamente sus bolsillos. Es cierto que internet te permite agilizar cualquier trámite sin que sea necesario tu desplazamiento y comparecencia, pero ese supuesto abaratamiento y esa agilidad de la Administración, no se corresponde con los servicios que prestan ni ha dado lugar a una reducción de burócratas, y mucho menos, a la bajada de impuestos.
Con la última moda de las grandes multinacionales (sin excepción) de querer tener con una hija más de un yerno, resulta que los profesionales están siendo despedidos mediante jubilaciones anticipadas, y sustituidos por jóvenes de las ETT, que deben servir para todo por unos cuantos euros. No importa su formación académica y universitaria, son contratados por horas y sin ningún tipo de estímulo o incentivo que les haga soñar con un futuro esperanzador, simplemente son tratados como robots y sometidos a una presión que para nada guarda relación con el mísero salario que perciben.
Creo que ha llegado la hora de aceptar y admitir que todo esto es el resultado de un sistema, donde una mayoría de ciudadanos ha legitimado y respaldado cada cuatro años a una serie de organizaciones mafiosas dedicadas a la política, cuyos individuos y “miembras” bajo el paraguas de un partido o sindicato lo han corrompido todo.
Debemos admitir que nos hemos convertido en un país vulgar y de ciudadanos mediocres. Pero esa condición no se alcanza de la noche a la mañana, ni tan siquiera en dos lustros. Es el resultado de casi cuatro décadas con un sistema político, que dio origen a una cadena doctrinal que comienza en las escuelas y acaba en todas y cada una de las Instituciones del Estado. Aquí se ha impuesto la ley del más fuerte y poderoso. Y lo peor es que lo hemos aceptado todo como un estado natural de las cosas, llegando a creer incluso que solo nos queda refugiarnos en el fútbol para seguir negando la evidencia.
Hemos convertido España –unos por acción y otros por omisión- en un país, donde la gran aspiración perseguida sin complejos por miles de jóvenes, es ocupar una plaza en el concurso “Gran Hermano”; donde una caterva de políticos viven a cuerpo de rey, y se gastan nuestro dinero en viajes para el vicio y el fornicio; donde los jefecillos de las multinacionales se rodean de zotes para disimular su propia incompetencia; donde rectores universitarios que lideran en la sombra bandas organizadas, han convertido la Complutense -con el beneplácito del Gobierno-, en la “capilla sixtina” del marxismo en estado puro. Un país en definitiva que ha permitido, fomentado y celebrado, el triunfo de los vividores, golfos y enchufados, reduciendo la excelencia hasta el punto, de tener que marcharse al extranjero o dejarse devorar por el cáncer de la vulgaridad.
Es usted un genio señor Román. Comparto todos y cada uno de los puntos que desgrana en su artículo, porque lo hace usted de una manera sencilla pero magistral. Lo felicito muy sinceramente.
El artículo me parece estupendo y estoy totalmente de acuerdo con él. Abundando en lo mismo, antes del 78, me decían los progres de entonces que España avanzaría una enormidad con el nuevo sistema político. Casi 40 años mas tarde resulta que mi esperanza es la jubilación, para la cual cada año cotizo más y la base se reduce (autónomo). Mis clientes en el paro. Mis proveedores de toda la vida, en el paro. Para que mi hijo supiera lo que yo a sus años, enseñanza privada. Ahora que es universitario, se tiene que marchar de aquí. No se puede… Leer más »
Así es queremos copiar chapuceramente a los alemanes, no teniendo nada que ver con sus empresas y puestos de trabajo, en España es muy dado esto, aprendiz de todo maestro de nada.
Totalmente cierto de PE a pa. Pero no es un cáncer solo español, aquí lo que tiene son matices.
Excelente, José L. Román. Me ha gustado lo de “un país vulgar con ciudadanos mediocres”, permíteme que me lo apunte. Saludos, José.