Raquel Calvo de la Fuente
Me ha venido, de inmediato y con gran fuerza, el concepto de ‘terrorismo fiscal’, tan brillantemente descrito por Guillermo Rocafort, quien ha tenido el valor de denunciar el paraíso fiscal de las Sicav, al conocer el caso que afecta a una extraordinaria mujer por la que siento admiración y simpatía, perseguida y podría decirse torturada por la trama fiscal de la ultracorrupta Generalitat valenciana, a través de la persona de la inspectora Raquel Calvo de la Fuente, que en esta tremenda historia cumple la desmerecida función del verdugo o la del parásito chupasangre; zoológicamente, la especie que mejor ejemplifica su ineficiente misión es la de la sanguijuela.
Avizoraba el gran Alexis de Tocqueville tiempos de tan gran tiranía en las que Leviatán incluso participaría y sacaría provecho de la partición de las herencias. Esos terribles tiempos han llegado y la gente lo acepta como algo normal, cuando no lo es. Más bien es sencillamente antinatural. Quienes son partidarios del impuesto de sucesiones o contrarios al derecho de herencia son simplemente ignorantes tiranos, por cuanto todo progreso se basa precisamente en el deseo y la fuerza naturales para dejar a nuestros vástagos la mejor lanzadera para su futuro. Se trabaja para la prole.
Aquí se trabaja para la prole de la casta corrupta y avariciosa. Pagamos impuestos para que los corruptos naden en la abundancia y perpetren sus desafueros y se sirven para ello de tramas burocráticas ineficientes que no hacen otra cosa que hundir a la sociedad y al contribuyente, y a la que pertenece la tal Raquel Calvo de la Fuente. Este es un sistema de saqueo y expoliación, con el que se trata de hundir y empobrecer a las clases medias, en beneficio de una pandilla de corruptos. Esa es la realidad. Esa es la miseria de las raqueles de la casta. Los impuestos no van a la sanidad y la educación, sino que se han dilapidado en un jolgorio de corrupción, que pasa por el hundimiento de Canal 9, de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, de Bancaja, del Banco de Valencia, por el cierre de la faraónica Ciudad de la Luz, por los escándalos de Orange Market, por el hecho de que todo el PP de la Comunidad Valenciana es un paraíso fiscal bajo las tapaderas de una trama de asociaciones sin ánimo de lucro, por el enriquecimiento de los Cotino, por los pelotazos urbanísticos de Enrique Ortiz y por todos los pelotazos en las contratas de basura, por los premios de la Lotería de Carlos Fabra y por el saqueo del propio presidente de la Generalitat que adquiere vitaminas y kínder con cargo al contribuyente o que pasea por hoteles y restaurantes su relación sentimental con la número dos de la Generalitat. A toda esta cloaca es a la que, en realidad, sirve Raquel Calvo de la Fuente, con su abyecta función de verdugo.
Enfrente, la víctima. Una mujer de coraje, huérfana de padre desde el embarazo, cuidando esforzadamente de una madre enferma de Alzheimer durante doce años, afrontando un áspero divorcio y con un hijo con graves problemas y frecuentes ingresos en clínicas psiquiátricas, a la que, abrumada por tantos problemas y con falta de liquidez, se le pasa un plazo, que se pretende convertir en sentencia de muerte y de ruina por esta trama corrupta que depreda a los ciudadanos, bajo la coartada y la patente de corso de leyes injustas, ilegítimas e inmorales. “Venda todo cuanto tiene”, es la aseveración de la verdugo Raquel Calvo de la Fuente, que se atiene a esa ley inmoral, con el mismo fervor a la obediencia –siempre aducida por los tiranos y sus lacayos- debida de los mandos de las SS en los campos de exterminio o los comisarios políticos del Gulag.
Esta pandilla de chorizos a la que sirve la verdugo Raquel Calvo de la Fuente se han inventado unos coeficientes multiplicadores de los bienes inmuebles que no son otra cosa que un sarcasmo mafioso. Sólo que ahora son las mafias, como la pepera en Valencia, las que dictan las leyes, según un principio de ilegalidad, que de existir y respetarse, dejaría sin trabajo a la verdugo, como se merece, y llevaría a la cárcel a toda la dirección nacional del PP y a toda la regional valenciana. Resulta que para esta canalla política y para sus lacayos y para sus matones tributarios no hay crisis económica, ni el mercado inmobiliario está hundido, sino que los inmuebles tienen un “valor real”, que ellos deciden en sus mierdas de aparatos burocráticos, en sus mazmorras infames, después de haber provocado la burbuja inmobiliaria para enriquecerse y financiar a sus partidos.
Basta ya. Las cosas, los inmuebles no tiene un “valor real” o de mercado, más allá de lo que la doctrina conoce como “utilidad marginal”: es decir, lo que alguien está dispuesto a pagar por ellos. Y resulta que ahora nadie está dispuesto a pagar. Y tan es así que el Gobierno ha dejado de dar ayudas a las viviendas de protección oficial. Pero estas pandillas de corruptos, a los que hay que erradicar, con sus raqueles, a las que hay que dejar sin trabajo, porque es ineficiente, porque es lesivo para la sociedad, porque la hunde, sin hacer públicas sus cuentas de la vieja emiten y publican unos coeficientes multiplicadores que, en su indignidad, no pasan de ser más o menos como los porcentajes de Al Capone en el Chicago de los años 30.
En esta España en la que hay una justicia y una vara de medir para las sardinas y otra para los tiburones, ha llegado el tiempo de plantar cara a estos avejentados tiburones de dientes mellados y podridos, que ya no producen miedo sino asco, un asco infinito; ellos y sus raqueles y sus sistemas inquisitoriales y sus carcomidos potros de tortura. Todo el sistema de Raquel Calvo de la Fuente es una mentira, una grosera mentira, una bufonada.
No hace mucho un fiscal, con voz atimplada, me hablaba del “principio de legalidad” y le respondí que podía decirle donde esconde su ingente patrimonio Mariano Rajoy, en que paraíso fiscal tiene su dinero negro José Bono o cómo mueven y a dónde van las comisiones las agrupaciones locales del PP en toda la Comunidad Valenciana y que él no iba a hacer nada con su falaz principio de legalidad, que no es más que servir a los corruptos, tras oposiciones amañadas en las que se les enseña a mirar para otra parte, a servir a la casta y a depredar a los ciudadanos.
“Yo hago mi trabajo”, fue la frase, de servil mandada, de Raquel Calvo de la Fuente. El verdugo, al fin y al cabo, hace su trabajo. Incluso hay verdugos que hacen bien su trabajo y cortan de un certero tajo las cabezas. Pero los verdugos siempre han tenido que ocultar su rostro, no sólo por el temor a venganzas, sino por la misma impureza e indignidad de su función. Ahora los verdugos se muestran a la luz del día y ocupan rutilantes despachos y visten de marca con la sangre, el sudor y las lágrimas de los expoliados contribuyentes. Pero se va a acabar.
Un placer leer tus artículos Enrique. Junto con Armando dignificáis la profesión de periodista.
Verdugos y verdugas.
Harta la toga del veneno tírio,
o ya en el oro pálida y rigente
cubre con los tesoros del Oriente,
mas no descansa, ¡oh Licas!, tu martirio.
Padeces un magnífico delirio
Competir su palacio a Jove quieres,
pues miente el oro estrellas a su modo
en el que vives sin saber que mueres.
Y en tantas glorias, tú, señor de todo,
para quien sabe examinarte, eres
lo solamente vil, el asco, el lodo.
Que tiene ojo de culo es evidente,
y manojo de llaves, tu sol rojo,
y que tiene por niña en aquel ojo
atezado mojón duro y caliente.
Tendrá legañas necesariamente
la pestaña erizada como abrojo,
y guiñará, con lo amarillo y flojo,
todas las veces que a pujar se siente.
¿Tendrá mejor metal de voz su pedo
que el de la mal vestida mallorquina?
Ni lo quiero probar ni lo concedo.
Si el mundo amaneciera cuerdo un día,
pobres anochecieran los plateros,
que las guijas nos venden por luceros
y, en migajas de luz, jigote al día.
La vidrïosa y breve hipocresía
del Oriente nos truecan a dineros;
conócelos, Licino, por pedreros,
pues el caudal los siente artillería.
Si la verdad los cuenta, son muy pocos
los cuerdos que en la Corte no se estragan,
si ardiente el diamantón los hace cocos.
Advierte cuerdo, si a tu bolsa amagan,
que hay locos que echan cantos, y otros locos
que recogen los cantos y los pagan.
Quitar codicia, no añadir dinero,
hace ricos los hombres, Casimiro:
puedes arder en púrpura de Tiro
y no alcanzar descanso verdadero.
Señor te llamas; yo te considero,
cuando el hombre interior que vives miro,
esclavo de las ansias y el suspiro,
y de tus proprias culpas prisionero.
Al asiento de l’alma suba el oro;
no al sepulcro del oro l’alma baje,
ni le compita a Dios su precio el lodo.
Descifra las mentiras del tesoro;
pues falta (y es del cielo este lenguaje)
al pobre, mucho; y al avaro, todo.