Las buenas intenciones
Como todos los años por estas fechas solemos hacer balance del año a punto de concluir y nos proponemos, de buena fe, cambiar en algunas cosas que normalmente se repiten de manera machacona año tras año. Que si dejar de fumar, que si terminar de aprender el idioma que tenemos a medias, que si adelgazar, etc. etc.
Es curioso cómo el mercantilismo aprovecha la ocasión para promocionar productos y servicios que cubran esos deseos momentáneos de esos días en los que nos encontramos muy sensibles al cambio y a las buenas intenciones. Pero no quiero meterme en ese jardín del mercantilismo. Prefiero atacar otros aspectos que son algo más íntimos y profundos y que pocas veces nos atrevemos a hacerle frente.
Esos deseos que ahora nos asaltan son realmente la consecuencia de una insatisfacción personal que rara vez analizamos y menos aún nos vemos capaces de afrontar seriamente. ¿Estamos satisfechos, de verdad, con nosotros mismos?, ¿hemos sido consecuentes con nuestros principios éticos?, ¿nos dedicamos en exceso a la crítica de los demás y no vemos la viga en nuestro propio ojo?.
El cambio de las cosas, del mundo, no empieza en el entorno, comienza por nuestro propio cambio personal y no precisamente dejando de fumar o aprendiendo un idioma. Necesitamos parar, hacer silencio interior, recapacitar y repasar nuestras acciones, nuestras actitudes en la vida y hacia los demás para tomar conciencia de nuestras faltas de generosidad, simpatía, condescendencia, tolerancia y empatía. ¿Hemos dedicado tiempo a saber escuchar al otro?, ¿hemos dejado de un lado nuestro ego para poder dedicar tiempo a los demás?, ¿qué he hecho yo por mejorar el mundo que me rodea?
Hoy que tanto “pían” los hombres con poder y alcance mediático dando lecciones de vida, aconsejando a la sociedad cómo ha de vivir, se nos hacen huecas esas palabras cuando las confrontamos con los hechos que cada día vamos descubriendo. Ello nos indigna, nos saca de quicio y nos pone los nervios a mil por hora al comprobar la inconsistencia de aquellos que deberían ser referencia pública. Llámense políticos, jueces, sindicalistas o curas, todos predican como aquel que decía: “haced lo que os digo y no lo que hago”.
No podemos vivir a la espera de que el mundo cambie para comenzar a dar pasos en el buen sentido de manera que empecemos por cambiar nosotros mismos.
Yo animo a que nos retiremos del ruido que tanto aturde, de la palabrería populista y demagoga para hacer un acto de introspección, un acto de humildad y con ello nos veamos retratados tal como somos de verdad, sin excusas fáciles, sin buscar culpables de nuestros errores, sin echar balones fuera. Comenzar a tomar las riendas de nuestras vidas, de asumir la responsabilidad de nuestros actos y conductas antes de criticar y poner a bajar de un burro a los demás, aunque bien se lo merezcan.
El compromiso social es imposible sin el compromiso de cambio personal, sin el constante examen de conciencia que nos denuncie permanentemente nuestras acciones y actitudes.
Ese es mi mejor deseo para mi y para todos vosotros en este año que comienza.
Feliz 2015 amigos.
Gracias Antonio, y ¡Feliz Año Nuevo! También para ti.
Gracias José L. Román. Que 2015 nos traiga paz, esperanza y sensatez en la medida de lo posible.