Contador y los cuentos del liberalismo democrático
El lector de este medio, de toda la prensa digital española el que más ha crecido en 2.011, está ya al cabo de la calle de la relación entre la mediación de Zapatero y la absolución de Alberto Contador. Lo accesorio era determinar si el corredor de Pinto consumió o no clembuterol a sabiendas. Lo fundamental era que los éxitos del deporte español contrapuntaran el fracaso social y económico del Gobierno socialista. Podría decirse que esa terca fascinación de Zapatero por los éxitos entrecomillados del deporte español tiene que ver con esas ideas o jerarquía de valores desde las cuales la casta política cree legitimar o intenta justificar su dominación sobre la entera sociedad.
Cuando izquierdistas y derechistas liberales coinciden en ser agnósticos o positivamente materialistas, nada de extraño tiene que entrambas coincidan en la exaltación de ciertos valores, aun cuando discrepen en la jerarquización de otros. Eso es lo que explica el hecho de que tanto socialistas como conservadores liberalistas coincidan en los más altos niveles de su jerarquía de valores el deporte y la cultura física, al paso que discrepan en el escalón que uno y otro sitúan valores como la libertad individual o de iniciativa, en cuanto a la actividad económica, artística o intelectual.
Evidentemente, la ideología socialista coincide con la cultura liberal en atribuir al deporte y la cultura física un rango de la máxima categoría e importancia humanas. Basta observar que los logros deportivos han sido los únicos que España ha podido exhibir ante el mundo en los últimos años.
Para la casta política partitocrática, que o bien está segura de que carece de alma inmortal o bien está insegura de ser portadora de tal alma espiritual o bien se despreocupa de tamaño asunto, lo más importante, lo más estimable en la axiología o escala de valores es la vida y, consiguientemente, el cuidado y cultivo o cultura de los valores corporales, fisiológicos, anatómicos, físicos o bioquímicos del hombre y la mujer.
Las ciencias médicas actuales han persuadido al hombre de que es de primera importancia hacer ejercicio físico gratuito -no laboral-, practicar el deporte, porque ello sería prenda de larga y sana viva. Los modistos y multinacionales de la estética han persuadido a la mujer que es de primera importancia vivir conforme a determinados estándares físicos, estéticos, dietéticos…, porque ello sería prenda de buena y deseable imagen. El español de nuestro tiempo no se preocupa -hoy ya ni siquiera la religión católica trata de que se preocupe- de si existe otra vida más allá del deporte, las tertulias sobre Belén Esteban o de un aumento de pecho por mamoplastia en algunas de las clínicas que han proliferado a la sombra de nuestra pequeñez existencial. A pocos españoles -y así nos va- parece preocuparles el fin trascendente al servicio del cual debe ponerse esta vida, que debe ser lo más larga e irresponsable posible, porque se desestima la otra.
Y como los valores espirituales, religiosos e intelectuales, el cultivo del espíritu pasan a un segundo o a un último plano o se supeditan a los valores físicos y corporales, los espectáculos y las diversiones más concurridas y más lucrativas de los hombres que viven en la cultura liberalista son los espectáculos deportivos. Es ridículo, es inhumano, porque es irracional, apasionarse con la contemplación de unos deportistas que se afanan por meter un balón en una portería. Es inmoral para una humanidad hambrienta y desorganizada, ver como unos hombres se matan sobre unas bicicletas o mueren en la escalada inútil de unas cimas nevadas o se asesinan a puñetazos. Es abominable que todos esos esfuerzos realizados por Zapatero para lograr la exculpación de un ciclista millonario no lo haya empleado en el empeño de resolver los problemas políticos y económicos de su país.
Las democracias liberales, como antaño las dictaduras comunistas, se valen del deporte por el efecto amnésico que surte sobre la masa. Contador puede seguir escalando tranquilo. De hecho, verlo subir el Alpe d’Huez es lo más alto que el instinto encanallado de José Luis Rodríguez Zapatero podrá alcanzar nunca.