Por Enrique de Diego.- No es ningún friki, en sentido estricto, es un separatista, con la mentalidad tortuosa que emerge de la hedionda cloaca del separatismo. El tal Lluís Gonzaga Valls Bernaus no es un enfermo mental, aunque lo parece, es simplemente un separatista.

Si los objetos de sus persecuciones internáuticas vivieran en Solsona o en ciudades donde la secta separatista es dominante les haría –físicamente- la vida imposible. El separatismo es una forma extrema de relativismo. El separatista es un animal racional que, enfundado en la ilegal estelada, ataca al hombre. En tanto que relativista, considera que el fin justifica los medios y que puede impunemente injuriar, calumniar, inventar, mentir y toda la retahíla de malas artes de la demolición personal.

Incluso, en su extrema degeneración, se permite atacar con saña a personas indefensas del entorno de a quienes quiere anular o exterminar civilmente. Y si tuvieran el poder, si alguna vez, que no sucederá, Cataluña se separara de España –insisto en que no sucederá porque Cataluña ha sido, es y será siempre España- perpetrarían un genocidio.

Los separatistas, por supuesto, con la mayor hipocresía nos dicen siempre que son muy tolerantes y, cuando les conviene, se presentan como corderitos, víctimas propiciatorias. Es una grosera mentira. El ‘caso Lluís Gonzaga’ lo demuestra: dos años de infames calumnias desde la cobardía del anonimato. Pero Lluís Gonzaga Valls Bernaus actúa como punta de lanza, como representante de una ideología sectaria que, sólo se diferencia en grado, pero que pertenece al mismo orden moral que la del Estado islámico: todo es válido para acabar con quien es considerado enemigo. El separatismo es sectarismo, es intolerancia sin límites morales. Lluís Gonzaga Valls Bernaus considera que el bien de la tribu le exige la persecución y la demolición de Armando Robles y de quienes no pensamos como el separatista.

No es para nada un hecho aislado, sino un paradigma. Lluís Gonzaga Valls Bernaus se mueve en un ambiente, chapotea en una cloaca hedionda, de la que sale considerándose legitimado para extender su ponzoña. Ha sido cazado. Se le ha puesto cara y se conoce su nombre. Es la demostración de que nunca cederemos a la presión ni a la opresión, de que quien nos busque nos encontrará; nosotros sí, siempre con la cara por delante, dentro de los límites que nos marca la ética, pero también con la valentía de quienes defienden principios y no tienen nada que ocultar. Ahí estriba nuestra superioridad moral sobre los sectarios paranoicos de la tribu separatista.

A nosotros nos gustan las aguas limpias, las que corren bravas, en torrentera, y abominamos de las cloacas donde tienen su hábitat sapos y culebras acomplejados y venenosos.