Ahora que tanto se habla de la “globalización” y del Nuevo Orden Mundial (NOM), no está de más recordar que en los países “ricos” hay más de treinta millones de personas sin empleo, cerca de cien millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza, y que en los países en desarrollo hay más de mil trescientos millones de personas que viven en la pobreza absoluta.

En muchos de estos países se viven actualmente conflictos bélicos; conflictos que generan miles de muertos, odio y dolor, pero para unos pocos, o sea, para los artífices del NOM, esos conflictos son una excelente fuente de ingresos y una maravillosa sucesión de ventajosos contratos con beneficios astronómicos.

Siete de cada diez personas viven en un país donde la desigualdad entre ricos y pobres es mayor ahora que hace treinta años. La brecha no deja de crecer; los países ricos incrementan su riqueza y los pobres la reducen. Se calcula que durante el año 2014, las ochenta y cinco personas más ricas del mundo poseían la misma riqueza que la mitad más pobre de toda la humanidad, y además, esa élite vio como aumentaba su patrimonio entre marzo del 2013 y marzo del 2014 en 688 millones de dólares diarios (541 millones de euros).

En los países pobres los ciudadanos ricos ven crecer sus fortunas mucho más que los pobres sus exiguos ingresos. En África, hay en la actualidad dieciséis milmillonarios que conviven con 358 millones de personas en situación de pobreza extrema. Y en esos países donde la desigualdad es extrema, la mayoría de los ricos serán relevados por sus hijos en la jerarquía económica; al igual que los hijos de los pobres ocuparán el lugar de sus padres, independientemente de sus capacidades o de lo poco o mucho que trabajen. Y en esos mismos países, además de los ricos y sus herederos, ha crecido una élite de nuevos ejecutivos con elevadas remuneraciones, mientras los obreros son explotados con salarios míseros como un rasgo de misericordia.

Pero, no veamos solo la paja en ojo ajeno sin ver la viga en el nuestro. En España, si un diputado necesita 1.823 euros solo para alojamiento y manutención, ¿por qué el salario mínimo de los trabajadores es de 757 euros mensuales? ¿Por qué el menú en un colegio público le cuesta a un alumno 7,00 euros, y en el Congreso de los Diputados el menú cuesta 3,55 euros para un aforado? Pues sencillamente porque la corrupción está institucionalizada y nace del propio sistema. Los sistemas tributarios no se utilizan como herramienta de redistribución, sino que rebajan, cuando no eliminan, el pago de impuestos a las grandes multinacionales y a los poderosos, mientras se asfixia a las pequeñas y medianas empresas, a los autónomos y por supuesto a los asalariados más desfavorecidos.

Al margen de todo lo anterior, la diferencia entre los países pobres y los países ricos, bajo mi punto de vista, viene marcada principalmente por la evolución y el desarrollo de cada ciudad, de cada pueblo, de cada aldea y, sobre todo, por la formación y educación de sus habitantes.

Esa diferencia entre países pobres y ricos tampoco reside únicamente en los recursos naturales disponibles. Japón podría servir de ejemplo. Un país totalmente destruido tras la II Guerra Mundial y que posee un territorio donde el 80% es terreno montañoso e inadecuado para la agricultura y la ganadería, es la tercera economía mundial. Japón es como una inmensa fábrica fluctuante; importa materia prima de todas partes, y exporta productos manufacturados a los cinco continentes, y no hay que olvidar, que el nivel de educación de los japoneses es la envidia del mundo. Solo un detalle, tras el accidente nuclear en Fukushima y el desastre ocasionado por ese terrible suceso, los ciudadanos se comportaron con un civismo que dejó boquiabiertos y sin aliento al mundo entero. Ni un solo acto de pillaje, saqueo o vandalismo tuvo lugar en las miles de empresas y establecimientos mercantiles a pesar de la catástrofe.

¿Dónde está el secreto? El secreto está en el nivel de conciencia colectiva de un pueblo, de su espíritu, de su educación y de su formación. La educación y la cultura deben ser plasmadas en las conciencias de sus ciudadanos y estructuradas en los valores eternos de la sociedad. La ética y la moral de un pueblo, y su espiritualidad, son claves para esa cultura y esa educación.

Pero, ¿cómo transformar las conciencias de esas personas? Pues empezando por las familias como pequeñas comunidades organizadas en mini estados, pero teniendo siempre como objetivo la unidad de la nación. Decía José Antonio Primo de Rivera que “nadie ha nacido nunca miembro de un partido político, en cambio nacemos todos miembros de una familia; somos todos vecinos de un municipio, y nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo…”.

Pues bien; las transformaciones serán llevadas a cabo por las familias que serán los átomos del ser nacional. Y mediante un proceso de formación y educación que comienza en los hogares, en el parvulario, continua en las escuelas, sigue en los institutos y universidades, se propaga a través de las empresas y comunidades de vecinos y se transmite de individuo a individuo, de padres a hijos, de hijos a nietos, continuando progresivamente con las futuras generaciones. Decía San Ignacio: “Dejadme enseñar a un niño durante los siete primeros años de su vida y luego haced con él lo que deseéis, que no os será posible alterar su carácter”.

Cuando se analizan las conductas de las personas de países desarrollados como Japón, vemos que la mayoría adoptan los siguientes principios de vida: La ética como principio básico; la integridad; la responsabilidad; el acatamiento de la ley; el cumplimiento de las normas y los reglamentos establecidos; el respeto por los derechos de los demás ciudadanos; el amor al trabajo; el esfuerzo por crear; el afán de superación; la puntualidad; y el amor y la lealtad a su Patria.

Un país puede dar una imagen de riqueza, de abundancia y de que la prosperidad sopla en sus velas; puede ocupar incluso el primer puesto en el ranking económico y financiero a nivel internacional, pero si esa riqueza y esa prosperidad solo alcanza a unos pocos, es porque el nivel de formación, educación y cultura de esa sociedad, es también para unos pocos.

Posiblemente la diferencia entre unos países y otros esté en lo anteriormente relatado, pero no creo que la solución pase por las limosnas, los conflictos y las guerras muchas veces provocadas, me inclino más por ayudas al desarrollo, educación y formación; creación de empresas y explotación de sus recursos, pero, repartiendo las plusvalías obtenidas con una justa distribución como pieza clave de la justicia social. No es lícita la explotación del hombre por el hombre cuando prima la codicia, pero tampoco es lícita la explotación del hombre por el Estado porque lo reduce a esclavo, fomentando y auspiciando la esclavitud como sucede en los países marxistas.

En España, hemos vivido durante muchos años de las rentas acumuladas con el esfuerzo y el sacrificio de nuestros padres y nuestros abuelos. La democracia disparó el gasto público cuadruplicando el número de funcionarios, la creación de 465.000 cargos políticos, y doscientas mil empresas públicas para colocar a los estómagos agradecidos de los partidos políticos en la alternancia del poder, de tal manera, que el sistema nos envolvió en una burbuja de dinero virtual proveniente de Europa por la venta de nuestras empresas productivas y nuestra entrada sin cautelas en la CEE, que no nos dejó ver la realidad de los acontecimientos. Solo cuando explotó la burbuja y se desató la crisis, nos dimos cuenta de que todo había sido un sueño fruto del engaño; que la deuda contraída no era externa sino eterna, y de que los ricos eran mucho más ricos y el número de pobres había aumentado de forma alarmante. Esta es la cruda realidad; llamamos democracia a un sistema corrupto y podrido que nos han impuesto mediante la treta de la voluntad de la mayoría, y que nos ha llevado a la ruina económica, moral y espiritual. Las grandes multinacionales son capaces de emplear miles de millones de euros en pagar las “mordidas” a políticos corruptos para obtener contratos millonarios, y sin embargo, cuestionan y regatean hasta límites miserables las subidas salariales para los trabajadores.

Y por último, para mantener el chiringuito confundiendo a la opinión, falsifican las cifras de creación de empleo para publicitar que la crisis ha llegado a su fin, cuando la realidad es muy distinta, pues cada vez que un trabajador firma un “contrato basura” de empleo precario y admite que “es mejor esto que nada”, los representantes de las grandes multinacionales y el gobierno de turno, se bañan desnudos en una piscina de cava. Por tal motivo, yo les recordaría a todos estos “pájaros”, que las personas fueron creadas para ser amadas y las cosas para ser usadas, pero una de las razones por las que el mundo está sumido en el caos, es porque las cosas están siendo amadas y las personas usadas.

Mahatma Gandhi decía que “en la Tierra hay suficiente como para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos”.