Ada Colau celebra su victoria en la sede de Barcelona en Comú.

Por José L. Román.- Ya han conseguido los pactantes el bastón de mando en ayuntamientos y el sillón principal en gobiernos autónomos. Ya tienen la caja recaudatoria y el codiciado poder en sus manos, en algunos municipios y comunidades autónomas. Ya han dado el paso previo al salto definitivo para hacerse con la ubre del Tesoro nacional y, como dirían ellos, con el gobierno del estado. Ya tienen sueldo fijo para los próximos cuatros años y, quien sabe, si la pensión máxima a partir de noviembre con un par de legislaturas. Que importa el montante que perciban a partir de ahora; lo que importa es, que cada final de mes sus cuentas corrientes –escuálidas y famélicas-, verán entrar a partir de ahora varios miles de euros como dosis de clembuterol.

Amainarán las revueltas callejeras que ellos mismos convocaban; desaparecerán las manifestaciones antimilitaristas porque reducirán el ministerio de Defensa a la última expresión. Las asambleas en la vía pública para protestar por el cierre de los medios deficitarios no tendrán razón de ser, porque se reabrirán los que cerraron sus puertas, y recibirán dinero a chorros aquellos que no lo hicieron. Saldrán despedidos los “asesores” enchufados en su día por los salientes, y ocuparan su puesto los ahora “colocados” por los entrantes. “Apártate tú para ponerme yo, que ya habéis chupado bastante”.

Los pactos son los pactos; una herramienta clave de nuestra democracia entre el bipartidismo y los nacionalistas catalanes y vascos, que desde 1982 han utilizado contra España socialistas y populares sin taparse la nariz. Y sin embargo, muchos de los que han hecho uso de esos pactos letales para los intereses de la Patria, se levantan ahora en oleadas de improperios cuando sirven para desalojarlos a ellos de sus calientes sillones.

‘Okupas’ vinculados a Podemos

Los actos de toma de posesión de los nuevos mandatarios han sido de lo más variopinto. No se ha seguido un protocolo; cada uno lo ha hecho como le ha salido de los mismísimos. Unos, han prometido ante la Constitución lealtad al Rey y a la carta magna; otros, ni una cosa ni la otra; y algunos, se han pasado la Constitución y al monarca por el forro de los caprichos, como de costumbre, les han soltando a los asistentes su derecho a decidir. Han pasado del Rey y de la Constitución, y a otra cosa mariposa.

Esta es la “grandeza” de la democracia defendida a ultranza por tanto chupóptero, catapultados desde la rampa suave y viscosa a través de los medios del sistema. Medios que seguirán en su línea de arrimarse al sol que más calienta para no perder el chollo de la publicidad, la subvención y el sostenimiento financiero.

Han sido jornadas de reuniones de partidos, pactos y pasteleo, para pillar un buen sitio en la ubre y empezar a gozar de una nómina segura. Los que enfervorizados aplaudieron y auparon a los que iban en las listas otorgándoles su voto, se quedarán esperando a que les llegue el maná del salario prometido, de la vivienda gratuita, y de un puesto de trabajo en la función pública aunque sea para asomarse a ver si llueve. Nada de crear empresas y pagar impuestos. Aquí lo que importa, como decía Felipe González, “es que la democracia esté sana”; aunque España de hunda. No valen méritos ni esfuerzo, lo que prima es el partido y su doctrina, la doctrina que reparte con justicia la miseria que genera.

Recuerdo una anécdota que leí hace años, y que tuvo lugar al proclamarse la Segunda República española. El barítono español Marcos Redondo actuaba en el Teatro Apolo de Barcelona. Los trabajadores del teatro, espoleados por los grupos de la izquierda radical y separatista, acordaron en asamblea que todos los empleados debían percibir el mismo salario, incluyendo a Marcos Redondo. Al ser informado el barítono de lo acordado, contestó: “De acuerdo, que suba el portero a cantar porque hoy las entradas las corto yo”. La función tuvo que ser suspendida.

A casi cuarenta años de venta como almoneda de barato, de corrupción y robo, de un riquísimo patrimonio levantado por nuestros padres y nuestros abuelos con esfuerzo y sacrificio, sigue ahora el remate total de lo poco que queda. Cuando termine el expolio, por favor, el último que apague la luz.