Conversaciones del Quemado
Nuevamente “el Quemado”, personaje imaginario, (ver artículos anteriores de este personaje) contacta con personajes destacados de la Historia de España.
“El Quemado” se encuentra en la Catedral de Santa María, junto al gran mural de San Cristóbal, en Sevilla.
– ¿Es usted Cristóbal Colón?
– Sí, pero mi nombre verdadero es Cristóforo Colombo, soy italiano, de Génova, pero usted ¿quién es?
– En España, se le conoce con el nombre que le he dicho. Yo soy español, una persona sin importancia, simplemente curiosa. Vivo quinientos quince años después de su fallecimiento. Me gustaría hablar con usted, si no le molesta.
– ¿?
– Deseaba hablar de la hazaña que hizo.
– ¿Sobre la llegada a Cipango? Antes de morir me dieron mucho la lata sobre el tema, así que si quiere volver a darme la matraca, déjeme en paz y váyase.
– No se moleste, se lo ruego, solo he venido a decirle que lo que hizo, cambió el mundo para siempre, eso seguro que no se lo dijeron.
– ¿Cambió el mundo? ¿En qué?
– Si tiene la paciencia de escucharme y no interrumpirme, se lo aclararé.
– ¿?
– Una vez más, le digo que lo usted descubrió fue un gran continente que ahora se llama América y que se encuentra a mitad de camino entre España y a donde usted creyó haber llegado, Cipango, que ahora se llama Japón. Dicho esto…
– ¿América? ¿Japón? ¿Por qué esos nombres?
– Por favor, déjeme explicarle.
– América, continente que descubrió, se llama así porque hubo un coetáneo suyo llamado Américo Vespucio, también italiano, que se dio cuenta que era un continente. Usted descubrió el continente sin saber lo que había descubierto, pero Vespucio se dio cuenta que lo era y que estaba situado entre España y lo que usted llamó Cipango, y que ahora se denomina Japón por razones que desconozco. Injustamente se le puso el nombre de ese otro italiano, cuando se le tenía que haber llamado Colombia o algo parecido. Pero la historia la escriben de muchas maneras, no solo su hazaña, sino muchas posteriores.
– No, eso no lo sabía ¡Desde luego que es totalmente injusto! Yo fui el descubridor de ese… de América ¡Maldito sea ese Vespucio y maldigo también a los historiadores!
– ¡Cálmese Almirante! Ya no se puede hacer nada. Pero le digo que en todo el mundo se reconoce su hazaña, cuando se habla de América, hasta en Cipango… o sea Japón, se le relaciona con usted. Usted es el único héroe mundial, no le quepa duda, y se lo dice alguien que vive, como le he dicho, quinientos años después que usted.
– Siga, me interesa lo que dice.
– Que sepa que América, se convirtió en una zona amplísima dependiendo de la Monarquía Hispánica, con lo que España se convirtió en el país más rico e influyente del mundo durante más de trescientos años, a excepción de la parte norte, que fue a parar a manos inglesas.
– ¿Ha dicho usted rico?
– Sí, muy rico, pues después de su fallecimiento se descubrió mucho oro y muchísima plata.
– ¡Lo sabía! ¡Estaba seguro! ¿Y qué pasó después?
– Pues que España, y fundamentalmente, a causa de los gobernantes que hemos tenido y de los que seguimos teniendo, han sido una calamidad, se perdió todo, y el territorio que jamás nación alguna tuvo, se configuró con el tiempo en treinta y cinco países independientes los unos de los otros. Por lo menos su nombre lo tomó un país de ese continente y ese sí que se llama Colombia. Y ahora, el país al que usted sirvió tan bien, España, es más pobre que las ratas. Nuestros actuales gobernantes están llevando al país a la ruina y al desastre ¡Que diferencia con los Reyes Católicos! Sabían muy bien lo que querían, en cambio, el rey actual, no sabe o no quiere saber nada de nada.
– Lo que cambia la vida…
– Y que lo diga. Miré y se había evaporado como por encanto, “quizá fuera la emoción” – pensé.
El “Quemado” está ahora en la Iglesia de Jesús Nazareno en el Centro Histórico de la Ciudad de México. En un apartado había un nicho que debajo tenía una placa de bronce en donde estaba grabado un escudo de armas. Me aproximé para verlo y en ese momento se me acercó una persona con una barba muy poblada. Era muy mayor. Se me quedó mirando fijamente, al final apuntó:
– Ese escudo de armas es el mío. Soy el marqués del Valle de Oaxaca ¿Qué desea?
– ¿Estoy hablando con Hernán Cortés, el conquistador de México?
– Con el mismo.
– Vengo de España, muchos años después de su muerte y le pregunto mirándole a la cara: ¿Es consciente de lo que hizo? Conquistar un país cuatro veces más grande que España con sólo unos cuatrocientos o quinientos colegas suyos, dieciséis caballos, unos pocos cañones, enfrentándose, conquistando y cristianizando para España, a no sé cuántos millones de indios. Y encima sin saber el idioma.
– Sí, creo que lo soy. Pero no crea, que me costó lo mío – me pareció una persona humilde – pero sin ayuda de los tlaxcaltecas, los otomí, pinomi y totonacas, no podía hacer nada para arrollar a los aztecas, conquistar Tenochtitlán y destituir a su jefe: Moctezuma. También tengo que reconocer que sin la ayuda de la traductora Malinche, no hubiera poder entenderme con nadie. Imagínese: yo decía algo a un cura que venía con nosotros, Jerónimo de Aguilar, éste, que hablaba la lengua de los mayas se lo decía a Malinche, que lo entendía; ésta a su vez lo traducía a alguien que hablaba el idioma de los tlaxcaltecas, y el traductor de estos se lo hacía llegar a Moctezuma en su lengua azteca. Y así de ida y vuelta muchas veces. Tres traducciones para una misma frase, lo que a veces generaba situaciones sorprendentes, absurdas y en ocasiones francamente humorísticas.
– Fue una estrategia muy inteligente. Pero Malinche ¿solo fue traductora?
Se me quedó mirando fijamente. – ¿Quiere seguir hablando conmigo? – preguntó muy serio.
– Por supuesto. Es usted una persona muy importante en la historia de nuestro país. Los niños le estudian en las escuelas.
– Pues piense lo que va a decir antes de abrir la boca.
– Me disculpo. Cuente más cosas, por favor.
– La religión – musitó Cortés.
– ¿Qué pasa con la religión?
– ¿Qué hubiera hecho usted?
– ¿Con relación a qué?
– A los sacrificios humanos, usted no sabe lo que es, como los sacerdotes aztecas después de hundir un cuchillo en el pecho de la víctima que no paraba de gritar, sacaba glorioso el corazón todavía latiendo del sacrificado y lo enseñaba jubiloso al populacho azteca que rodeaba el monte donde se hacían los sacrificios humanos y levantándolo, se lo ofrecía al dios azteca de la guerra Huitzilopochtli. Horroroso. Lo recuerdo como si fuera ayer.
– La verdad es que debió de ser espantoso. Yo no sé lo que hubiera hecho.
– Sí que lo fue. La conquista también tuvo sus ventajas, no se crea.
– ¿Puede decirme cuáles?
– Bueno, el emperador Carlos, para compensarme me regaló una encomienda, la más grande de México. Tenía unos veinte mil indios a mi servicio. También me hizo merecedor de la orden de Santiago. Pero en fondo no se fiaba de mí, pensaba que al haber conquistado México, podía crear un reino en el que yo me erigiría como rey y me independizaría de La Monarquía que él encarnaba. Fui a visitarle a Madrid, pero no conseguí que me creyera y al mismo tiempo me vi envuelto en una maraña de juicios en España relativos a mis propiedades mexicanas con todos los envidiosos que no eran pocos, de mis éxitos en tierras americanas. Todo eso contribuyó de una manera decisiva a mi fallecimiento, precisamente cuando iba a volver a México, donde pensaba que la de la guadaña me aguardaría gustosa…
– ¿Y?
– También tuve mis fracasos; las exploraciones desastrosas a California, donde pensaba crear otra colonia. No salió bien. También recuerdo con pesadillas la noche triste de Otumba, donde perdí a muchos de mis hombres, aunque luego se compensó con la conquista total y absoluta de la capital azteca. Como ve hubo de todo. Pero en el fondo fallecí muy triste y muy solo. Había conquistado un inmenso territorio que cristianicé, pero muy pocos lo supieron valorar.
– Le aseguro marqués, que actualmente se le valora muchísimo en España, se le respeta, se le venera y es muestra de estudio en muchas universidades españolas y extranjeras. Aunque México, que cuando usted falleció, perteneció a la Monarquía durante unos trescientos años, luego se perdió todo. Actualmente México es un país independiente.
– ¿Y de que me sirve ahora saber todo eso? ¿Es que han vuelto los aztecas?
– No señor. Es un país independiente, como le he explicado. Lo rigen descendientes de españoles que vivieron allí.
– Cuando usted vino, estaba contento, dentro de lo que cabe, pero nuestra conversación me ha deprimido. Quiero volver a mi tumba.
Yo también salí del monasterio, triste.
El “Quemado” se encuentra en Paris. Rebuscando entre los restos del convento de los celestinos.
– ¿Qué hace usted? – inquirió una voz. No veía a nadie.
– Estoy intentando buscar a una persona que estuvo aquí enterrada antes que la Revolución francesa profanara el cementerio que aquí existía.
– Aquí estaban enterradas muchas personas ¿A quién busca? – contestó la voz. Seguía sin ver a nadie.
– Al antiguo secretario para asuntos de Italia del rey Felipe II, Antonio Pérez.
Pasó bastante tiempo antes de que la voz anunciara de nuevo su presencia.
– ¿Quién pregunta por él y que desea?
– Me llaman “El Quemado”, soy español y me he retrotraído en el tiempo más de cuatrocientos años. Deseo hablar con él ¿Lo conoce usted?
– Puede ser que sí o puede que no.
– Que pretende ¿reírse de mí?
– ¿Por qué iba a reírme?
– Mire usted, he venido de muy lejos, sino sabe darme razón de él, me vuelvo por donde he venido – contesté molesto.
– No se enfade. Puedo contactar con él. Tengo poderes especiales para hacerlo.
– ¿Poderes especiales? ¿Qué quiere decir? – me estaba poniendo nervioso.
– Aunque no lo crea, si usted quiere que le trasmita algo, le ruego me lo diga, que se lo haré saber y si tiene ánimos, me contestará, y yo le diré lo que me ha dicho.
– ¿Pero qué es esto? ¿Él le va a contestar? Pero si yo usted no lo veo. Es imposible.
– Ya le he dicho que tengo poderes sobrenaturales ¿Qué quiere que le diga? “Sólo podía perder el tiempo” – pensé.
– Sr. Invisible, deseo que me cuente porque se fue de España.
La voz tardó un tiempo en contestar.
– Me ha dicho que estaba perseguido de muerte. Me pareció una situación surrealista; yo hablando con una voz “¿Me estaría volviendo loco?” – me pregunté.
– ¿Por quién lo estaba y por qué razón?
– Por la Inquisición y me ha dicho que tiene miedo que todavía lo estén persiguiendo.
– La Inquisición ya no existe desde hace casi doscientos años y que yo sepa, nadie le persigue.
– Me pregunta que sabe de él. No se fía de nadie.
– Creo saberlo todo, pero me gustaría saber si lo que sé de él, es cierto o no.
Esta vez pasó un intervalo de tiempo mucho más breve en la contestación, lo que me llamó la atención.
– Me ha dicho que usted pregunte y el sólo contestará con un sí o un no.
– ¿Tuvo algo que ver con la muerte del secretario personal de don Juan de Austria, Juan de Escobedo?
Pasó un tiempo cada vez más breve antes de responder.
– Me ha dicho que si está seguro que no le persigue nadie.
– Nadie, dígale que esté tranquilo.
– Pues entonces responde que sí.
– ¿Tuvo algún tipo de relación con la princesa de Éboli?
– Sí. El lapso de tiempo en responder era cada vez más breve. Empecé a sospechar algo.
– ¿Tuvo alguna relación con el rebelde holandés Guillermo de Orange?
– Sí.
– ¿Y con el duque de Alba?
– Sí.
– ¿Lo mando detener Felipe II?
– Sí.
– Cuándo Felipe II lo mandó detener ¿Era usted un hombre muy rico?
– Sí.
– ¿Se escapó de Zaragoza?
– Sí.
– ¿Tuvo relación con Enrique III de Navarra?
– Sí.
– ¿Estuvo viviendo en Inglaterra?
– Sí.
– ¿Entregó información secreta a los ingleses relativo al ataque inglés a Cádiz?
– Sí.
– ¿Habló mal de España, alimentando La Leyenda Negra?
Nadie respondió.
– ¿Se considera un traidor a España?
Tampoco nadie respondió. Di el toque final. Lo que sospechaba desde un principio.
– ¿Es usted Antonio Pérez, la persona que ando buscando?
Nadie volvió a contestar. Sin más, salí de donde me encontraba.
“El Quemado” está en el cementerio de Santander. Se dirige al responsable.
– Por favor, quisiera hablar con Pedro Menéndez de Avilés.
– ¿El que fue gobernador de Cuba y de la península de la Florida?
– El mismo.
– Venga conmigo.
Me llevó a su mausoleo. Me lo encontré de rodillas, rezando.
– ¿El Adelantado Menéndez de Avilés? Se volvió.
– ¿Qué desea? ¿No ve que estoy rezando?
– Disculpe, pero es vengo de muchos años posteriores a su fallecimiento y quisiera charlar un rato con usted, pero si lo desea, puedo venir en otro momento.
Se levantó, no sin esfuerzo.
– ¿De que desea charlar?
– Fundamentalmente de sus aventuras en La Florida. Este año, en España, se celebra el cuatrocientos cincuenta aniversario de la primera ciudad española fundada en la parte norte del continente americano, San Agustín de la Florida. Usted fue el que la fundó.
– Sí, lo recuerdo bien. Me costó sangre y fuego. Tuve que echar de allí a unos malditos herejes hugonotes franceses destruyendo el fuerte que allí tenían. Se llamaba Fort Caroline ¡Maldito Ribault!
– ¿Y sabe que actualmente La Florida ni es español, ni francés?
– Entonces ¿De quién es?
– Toda la zona norte del continente pertenece a un país cuyos habitantes son descendientes de colonos ingleses. Se denomina Estados Unidos de América y para su honra le diré que San Agustín de la Florida fue más tiempo español que de los actuales dueños. Es más, en la actual bandera de La Florida hay un trozo donde se ve nuestra antigua bandera: la Cruz de Borgoña.
– Me alegro y no me alegro. Esa zona que tantos hombres costó, tenía que ser siempre española.
– Bueno, la historia es la historia, y las cosas, personas y ciudades mudan de dueño. Es ley de vida. Pero para mayor gloria suya y poca para España, resulta que en la actual Florida, se le recuerda más a usted que en España. Es muy triste ¿no le parece?
– Sí que lo es. Y eso ¿Por qué pasa?
– Porque en España no se valora a los héroes que ha tenido, entre los cuales se encuentra usted. No se estimula ni potencia suficientemente la cultura que implica la historia, con sus personajes destacados, el arte y muchas cosas más. Es un verdadero desastre.
– Dígame ¿Qué pasó con Cuba? También fui gobernador de la isla. Me nombró el Rey Felipe II.
– Lo mismo que todo lo que pasó con los demás territorios de la Monarquía Hispánica; se perdió y ahora es un país independiente.
– ¿Son los ingleses o los franceses sus propietarios?
– No es de ninguno, ya le he comentado que es independiente.
– Resumiendo: que no sirvió para nada lo que hicimos los españoles en América.
– Claro que sirvió; se habla español, los españoles construyeron colegios, universidades, iglesias y conventos. Se implantó el catolicismo y la cultura cristiana. Se desarrolló el arte y la cultura española. También sus costumbres. La lengua española es la segunda lengua más hablada en el mundo. Curiosamente, en los actuales tiempos, en España tampoco se potencia lo suficiente el idioma español, mientras que en todo el mundo sí. Ironías de la vida.
– No entiendo nada.
– Pues ya somos dos.
Pasamos un tiempo en silencio. Al rato, volvió a su lugar de oración. Yo abandoné el panteón.
“El Quemado” se encuentra ahora en el cementerio de Valladolid. También pregunta al responsable la ubicación del panteón de un determinado personaje: el duque de Lerma.
Cuando llegamos a él, me quedé impresionado. Era como un palacio con diversas casas, jardines, etc.
– Es el mejor de todo el cementerio – comentó el encargado.
– ¿De qué hablan ustedes? – Se acercó un señor con la vestimenta cardenalicia.
– Intuyo que usted es Francisco de Sandoval y Rojas ¿Me equivoco?
– No se equivoca ¿Pero cómo lo ha sabido?
– No hace falta ser muy espabilado. Va vestido de cardenal, lo que en su época impedía que lo detuvieran. Su mausoleo es digno de los faraones egipcios, por su majestuosidad. Usted fue valido del Rey Felipe III. Una persona muy rica, quizá el mayor rico de la España de su tiempo. Falleció como cardenal, cosa que no entiendo… Disculpe, no me he presentado soy “El Quemado”, español de pura cepa, vivo casi trescientos años después de usted.
– Observo que sabe mucho de mi vida, probablemente más que yo mismo. Quizá deba preguntarle a usted lo que he vivido, así sabré como me ha ido – contestó irónico.
– No es que lo sepa yo, es que lo sabe todo el mundo ¿Desea saber lo que en mi época dicen de usted?
– Intuyo que aunque no quiera, me lo va a decir…
– Hay un dicho que se repite hasta la saciedad: “Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado”. Ni se inmutó.
– ¿Usted piensa que soy un ladrón?
– Lo que yo piense poco importa, porque no soy su juez. Lo importante es como se juzga usted a sí mismo.
– Bueno, a decir verdad y como ya no tiene remedio, reconozco que no fui muy honrado.
– A su juicio ¿Cuál es lo de lo que más se arrepiente?
– Bueno… Lo del cambio de la Corte a Valladolid y su vuelta a Madrid, no estuvo bien, pues me enriquecí mucho con la compraventa de propiedades, además no había necesidad de hacerlo. El rey Felipe III era un hombre muy débil y hacía siempre lo que yo decía.
– Y sobre la expulsión de los moriscos ¿Cree que hizo lo correcto?
– La verdad es que no. Reconozco que tampoco estuvo bien, y tampoco había necesidad de hacerlo, aunque muchos se negaban a practicar los ritos cristianos y pocos hablaban el castellano, además los únicos revoltosos fueron los moriscos valencianos, en Aragón, Andalucía y Castilla no hubo problemas graves con ellos. Sólo hablaban el árabe, pero se les podía haber obligado de una forma más suave; no hacía falta expulsarlos. Los moriscos realmente no eran un peligro para España. Fue un desastre para la agricultura valenciana fundamentalmente, pero es que había mucho dinero en juego.
– ¿Qué dinero?
– Yo mismo decreté, con la firma del rey, que los moriscos tenían que dejar a sus señores todos sus bienes como casas, tierras y todo lo que no pudieran llevarse sobre sus hombros, y eso, era mucho dinero, por lo menos en mi caso, ya que eran de mi propiedad muchas tierras, muchos pueblos enteros en Castilla y Andalucía. En el fondo me siento avergonzado. Esa es la verdad.
– ¿Por eso se “volvió” Cardenal? ¿Para qué no le detuvieran porque era de dominio público lo que había hecho?
– Sí y me da mucha vergüenza reconocerlo. Por eso Dios me castigó con una muerte entre horribles dolores. Le ruego que no hablemos más de mi vida. No es digna de ejemplo.
– Pues que sepa, que actualmente, en España hay personas que han hecho cosas peores y ni siquiera están en la cárcel, ni se les espera en ninguna, porque la justicia no funciona. Por lo menos, en su época, la justicia funcionaba algo.
– ¡Pobre España! – finalizó y desapareció. Salí con malos presagios para la España actual.
Nuevamente “El Quemado” está en camino. Se sitúa en Loeches, población cercana a Madrid, en su Monasterio.
– Su tumba es aquella que ve a la derecha – me dijo un visitante.
Efectivamente, allí estaba. Claramente indicado se podía leer “Aquí yace Don Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares, Duque de Sanlúcar La Mayor, Primer Ministro del Rey Felipe IV y fundador de este convento”. Ahora sólo me faltaba encontrarlo, pero ¿dónde?
Tuve que volver al día siguiente. Con gran sorpresa mía, estaba esperándome.
– Sr. Guzmán, me alegra poder hablar con usted. Soy… – no me dejó terminar.
– Sé quién es. Es “El Quemado”, que ayer preguntó por mí.
– Pero ¿Cómo me conoce?
– Mi servicio de información es muy eficaz, aun después de muerto ¿Qué quiere de mí?
– Sólo hablar de su época. Recopilo información de nuestros ancestros importantes.
– ¿Soy yo un ancestro?
– Sí. Es más, es un personaje muy significativo de nuestra historia.
– ¿Qué quiere que le cuente?
– Lo que usted considere más importante de su vida.
– Hay varios temas a considerar. Quizá el más importante, bajo mi punto de vista, que no del de otra mucha gente, y que me trajo muchos problemas, fue sin duda “La Unión de Armas”, proyecto que pretendía unificar los gastos de la defensa de toda la Monarquía Hispánica, que sólo los soportaba el reino de Castilla y no otros reinos. En el fondo, lo que pretendí era crear un ejército, digamos nacional, pagado por todos los reinos de la Monarquía. El reino de Aragón, así como las colonias americanas se opusieron tenazmente y eso produjo que contrajera muchos enemigos, y por ende, hablar al rey mal de mí. A la larga, fue lo que produjo mi caída como valido. Intenté, sin mucho éxito a causa de la escasez de dinero, la creación de unos erarios estatales para la financiación de las obras públicas y el fin de las acuñaciones de moneda masivas del reinado anterior, a fin de contener la inflación, porque los precios estaban subiendo de una manera terrorífica. También tuve problemas con la guerra con Flandes. “Flandes lo es todo, sin Flandes no hay nada” repetía a unos y a otros constantemente. El tiempo me dio la razón.
– ¿Y qué ocurrió finalmente?
– Pues ocurrió lo que tenía que ocurrir; como faltaba dinero se perdió Flandes, tuvimos severas derrotas, como en la batalla de Las Dunas, se perdió Maastricht, Breda, la Valtelina y no sé cuantas más. Además de Flandes, estábamos en guerra con Alemania, tuvimos que defender el “camino español” entre Génova y Flandes y no había dinero para tanta cosa, y solo Castilla cargaba con todos los gastos. Para colmo Portugal se independizó, Cataluña casi, y en Andalucía hubo graves problemas y desórdenes. A causa del problema financiero se produjo una gran bancarrota que afectó a toda la Monarquía. También me costó enderezar la moralidad, a través de la “Junta de Reformación”, porque con el ejemplo nefasto que había dado el duque de Lerma, en España se estaba poniendo en tela de juicio la honradez de las instituciones, imperando la corrupción.
– Todo eso lo sé. He estado hablando con el duque de Lerma y me ha reconocido su falta de honradez. Pero en defensa suya, le comentó que ahora mismo en España, los catalanes desean también independizarse, al igual que el País Vasco, y eso ocurre casi cuatrocientos años después. No es su culpa, creo que es por el carácter independista de los vascos y catalanes. Son una verdadera pesadilla.
– ¿Ha estado hablando con Lerma? ¿Dónde? ¿Cuándo?
– En su mausoleo, lo mismo que con usted, hace unos días. Pero dejemos a Lerma y sigamos hablando de usted.
– Le he dicho lo más sobresaliente. La base de todo era la escasez crónica de numerario y es lo que desencadenó todos los desastres. Sin dinero, no se puede hacer nada. En mi caso, como le he comentado, tuve enfrente, básicamente por envidia de mi cargo y por los pocos éxitos que tuve, a mucha gente. Y vamos a dejarlo, recordando todo me está dando dolor de cabeza. Me voy a donde debo estar.
– “No sabía que a los muertos les pudiera doler la cabeza” – pensé extrañado.
Los pasos de “El Quemado” se encaminan al Panteón de Marinos Ilustres ubicado dentro del recinto de la Población militar de San Carlos, en San Fernando, Cádiz. Iba en busca de don Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada.
Me encontré con muchos marinos ilustres: Álvaro de Bazán, Magallanes, Martín Alonso Pinzón, Blas de Lezo y bastantes más. Preguntando a unos y a otros pude al fin localizarle. Me presenté.
– ¿Qué desea de mí?
– Lo que usted desee contar. Fue una persona muy importante, eficaz y prolífica de nuestra historia. Como Ministro de finanzas, Almirante y Consejero de Estado de tres reyes.
– Algo de eso hay. Pero llegué a donde llegué gracias a la ayuda de Patiño, que todo hay que decirlo.
– ¿En qué cargo se encontró más cómodo? ¿Y con que rey?
– Con Fernando el sexto. Con respecto a la comodidad de los cargos, no lo fue ninguno, pero intenté ser muy práctico. En tiempos del rey Fernando logré un impulso de la Marina, que no teníamos, con gran envidia inglesa. Mandé construir muchos barcos, pero al final todo se fue al traste con el desastre de Trafalgar. Construí tres arsenales para la Marina. Felipe V me concedió los primeros cargos de importancia. Carlos III, al haber estado desterrado en Granada, no me dio cargos relevantes.
– Dicen de usted que estuvo muy apoyado por la reina Bárbara de Braganza que le permitió acceder a las secretarías de Hacienda, Marina, Guerra y de Indias, todas las existentes en aquella época y también por la familia Alba ¿Es cierto?
– Lo es, pero también es cierto que la reina Isabel de Farnesio me tuvo siempre en su punto de mira. Había mucho politiqueo y siempre tenía que tener mucho cuidado con lo que decía o hacía. Me movía en terreno muy resbaladizo.
– Llama la atención del apoyo que prestó al cantante Farinelli.
– No tenía otro remedio. Felipe V era una persona muy depresiva y era lo único que le animaba. Además era un melómano empedernido.
– Y de rebote se ganaba la confianza de la reina. Fue usted un hombre muy hábil.
– Pues no sería tan hábil, porque al final perdí el favor de la reina, y eso me costó el destierro del que le hablé.
– ¿Y eso?
– Lo sabe mejor que yo.
– No, no lo sé, mejor dicho no lo sé en su totalidad, por lo que le pido que usted me lo explique, si no le molesta.
– Verá, como me vi envuelto en el politiqueo y en las intrigas palaciegas, muchas causadas por el embajador inglés en Madrid, Keene, sin yo quererlo, tuve que tomar partido por uno de dos países: Francia o Inglaterra. Opté por el primero. Inglaterra no me podía ver ni en pintura, a causa de que reordené y organicé con buenos resultados la Hacienda Real, la Justicia, los sistemas municipales, la gobernación de Ultramar y, sobre todo, la Marina que era es la llave del dominio colonial español y de la defensa de las costas peninsulares ante los ataques británicos, cosa que éstos no veían con buenos ojos, pues se les podía hacer frente para mantener nuestro dominio transatlántico. Intentando forzar una guerra entre nosotros e Inglaterra, Francia y sus agentes en Madrid me dieron apoyo para la secreta intención que tenía de intervenir y atacar a los colonos ingleses instalados en Belice y en la Costa de los Mosquitos, en Nicaragua, cosa que los franceses veían con buenos ojos. Además influyó en mi destitución, el tema de las reducciones jesuíticas de los guaraníes en Paraguay, pugna que teníamos con Portugal hacía años. Como no se lo dije al Rey, éste me acusó de ocultar información secreta. Todo fue muy complejo.
– Pero creo que hizo más cosas.
– Creé el Giro real, una entidad bancaria que favorecía las transferencias de fondos públicos y privados fuera de España. Eliminé las aduanas interiores, creé la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y el Colegio de cirujanos de Cádiz. También impulsé el comercio con las colonias americanas; quería acabar con el monopolio de las Indias y de paso eliminar la corrupción que acampaba libre en todo el comercio colonial.
– Esto último Sr. marqués, me suena muy familiar.
– ¿Por qué?
– Porque en la España actual, en la que vivo, hay más corruptos que pelos tengo en la cabeza. Es una verdadera lacra que no tiene visos de solucionarse, porque no hay intención de erradicarla de verdad. Pero ¿No se olvida de algo relacionado con los gitanos?
– Usted sabe mucho, pero se lo comentaré. Con la autorización del Rey, organicé una operación secreta, ejecutada de manera sincronizada en todo el territorio español conocida como la Prisión General de Gitanos. Tuvo por objetivo arrestar y eliminar a todos los gitanos del reino. Ya en el primer día de la acción fueron detenidos entre nueve y doce mil gitanos. Los hombres mayores de siete años fueron encadenados e internados en arsenales donde realizaron trabajos forzados. Las mujeres y los niños lo fueron en cárceles y fábricas. Sus bienes fueron confiscados. Como final a esta conversación ¿sabe lo que comentó el embajador inglés a raíz de la construcción de barcos que estábamos efectuando, cuando se enteró de mi destitución?
– No.
– “no se construirán más buques en España”. Y ya basta, ya no quiero seguir hablando. Estoy muy cansado.
Cuando me quise dar cuenta se había evaporado. – “Un hombre interesante y eficiente” – pensé.
“El Quemado”, en su largo peregrinaje se dirige ahora al Santuario de Nª Sª de Riánsares, en Tarancón, Cuenca.
– Busco a Agustín Muñoz, duque de Riánsares – pregunté a un propio.
– ¡Hombre! – respondió riéndose – uno más que pregunta por él. Me quedé asombrado.
– ¿Quién pregunta también por él? – inquirí.
– Bastante gente lo ha hecho. Esto parece una romería. Todos quieren ver la tumba del “hombre del braguetazo y de los negocios”. Al oír la contestación me quedé totalmente asombrado. Pero en el fondo, sonreí.
– Está muy ocupado ¿Tiene “cita previa”?
– ¿”Cita previa” con un muerto?
– Eso es lo que hay.
Medité la respuesta. – ¿Cobra usted comisión?
– Es que los tiempos están muy achuchaos ¡Era el colmo! Cobrar por hablar con un muerto.
Llegamos a un acuerdo, pagué por adelantado, pero la “cita” me la dio para tres días después. “¡Vaya con D. Agustín, hace negocios hasta cuando está criando amapolas!” – pensé para mis adentros.
Volví puntual el día de la “cita”. Ni rastro del intermediario.
– ¿Usted preguntó por mi hace tres días? – dijo alguien.
– Sí. ¿Puedo hablar con usted? – pregunté después de presentarme.
– ¿Ha pagado a mi socio lo que le pidió? “Y encima tiene socio”
– Sí.
– Pregunte pues.
– ¿Cómo se las apañó para meterse en tantos berenjenales financieros y salir siempre ganando dinero?
– En el fondo, la negociadora era mi mujer, la reina regente Mª Cristina. Yo daba la cara, pero entre bambalinas y utilizando su influencia en la Corte, siempre estaba ella. Ese es todo el misterio.
– La cosa está clara, si uno se casa con una reina, aparte de recibir títulos de nobleza a diestro y siniestro, se hace uno millonario. Porque ¿Cuántos títulos tiene?
– Tres: duque de Riánsares, marqués de San Agustín y duque de Montmorot. Aparte soy Grande de España, Teniente General, fui Senador vitalicio y mi hijastra Isabel II me concedió el Toisón de Oro. También ostento La Legión de Honor francesa.
– No está nada mal. Y la cosa es que era sargento cuando conoció a su mujer. No es mal negocio para empezar la carrera de hombre de actividades inversoras.
– Es cierto, pero no me quejo.
– Estaría bueno que lo hiciera.
– Cuénteme como fueron los inicios de su carrera financiera.
– Fui el promotor de múltiples negocios que, junto con María Cristina, creé. Empresas promotoras del ferrocarril en Asturias y en la zona de Valencia. Ahí empezó todo.
– Pero el dinero para hacer todo eso ¿de dónde salió?
– Mi mujer tenía algo, yo muy poco y el resto lo sacamos de la trata negrera en Cuba, donde teníamos un hombre muy competente: Antonio Parejo Cañedo que era el agente personal de mi mujer en la isla caribeña.
– ¿Y después?
– Vino todo rodado: logré hacer negocios con la familia Rothschild, con el banquero francés Jacques Laffite y con el marqués de Salamanca.
– No está mal. ¿Y no pensó meterse en política? Tenía todo a su favor.
– No tengo ambición política…
– Quien lo diría.
– No, en serio. Rechacé ser el rey de Ecuador, que las autoridades de dicho país pensaban instaurar.
– Me parece que ya no tengo nada más que preguntar. Me ha dicho lo que quería saber.
– No se corte, que ha pagado por entrevistarme, le sobra tiempo todavía. Soy una persona honrada. “Lo que hay que oír” – pensé.
– Entonces le resumo: trata negrera, ferrocarriles, y supongo que compra y venta de propiedades urbanas y de todo tipo, negocios con banqueros americanos, franceses y españoles. Tendrá una buena colección de casas, palacios, fincas y explotaciones agrícolas ¿No?
– Sí, así es.
– ¿Sabe? Me recuerda al duque de Lerma, que hace unos días hablé con él.
– Veo que habla con mucha gente.
– De la misma manera que usted ha hecho negocios con mucha gente.
– ¿Es que le molesta?
– No, pero le pregunto, aparte de vivir muy bien ¿De qué le ha servido tanto dinero? ¿Por qué ha deseado ser el más rico del cementerio?
– Buena pregunta…
Me fui volando. Ya había oído bastante. No quería oír más.
“El Quemado” está ahora en Reus, intentando localizar en el cementerio los restos del general Prim.
Me encontré con una especie de manifestación. Mucha gente. Al frente de ella, un hombre liderándola. Supuse que esa persona era la que buscaba, porque había leído que Prim había participado, organizado y dirigido multitud de asonadas a lo largo de su vida. Acerté de pleno. Cuando acabó me acerqué a él. Cuando lo vi de cerca, observé que estaba medio momificado.
– ¿Es usted el general Prim y Prats?
– ¿Quién es usted?
Una vez más, tuve que presentarme. Me estaba cansando de tanta autopresentación delante de muertos.
– ¿Hablamos en catalán?
– Por favor no. Ni lo hablo, ni lo entiendo.
– “Mol bé” – respondió.
– No entiendo lo que ha dicho ¿Es mucho pedir que hablemos en español, aunque nos encontremos en Cataluña? Es la lengua común de todos los españoles. Ya tengo bastante catalán en la España actual.
– No se ofenda ¿Qué quiere saber de mí?
– Mire, usted es uno de los personajes más importantes de la historia española durante el siglo XIX, quitando a Fernando VII, a la Regente Mª Cristina y a su hija Isabel.
– ¡No me hable de los Borbones! ¡No quiero saber nada de ellos! Sólo han traído problemas y desgracias a España.
– Pues no hablaremos de reyes. Creo que usted menos cardenal, Papa y Rey ha sido de todo. Se rio.
– Fui Teniente General ostentando glorioso la Cruz Laureada de San Fernando que me concedieron siendo capitán en la primera Guerra Carlista. También fui diputado a Cortes por el partido progresista, Gobernador de la isla de Puerto Rico, Capitán General de Granada. Ministro de la Guerra y presidente del consejo de ministros…
– Y un gran conspirador, y masón del grado 18 y buscador de reyes para España, según tengo entendido.
Se volvió a reír. – En aquella época, España estaba muy revuelta, con tanta guerra tanto interna como externa y me estoy refiriendo a la guerra de Marruecos. Había mucha inestabilidad.
– ¿Por qué se decantó por la persona de Amadeo de Saboya como rey?
– Hubo algunos aspirantes al trono, defendiendo cada partido político sus intereses y candidatos, pero la que menos problemas podía acarrear fue la de la casa italiana de Saboya. Hubo mucha política en la elección. Es muy largo de contar.
– Pues por si no lo sabe la opción de Amadeo también fracasó. Al final se volvió a su país. Decía que España era una “caja de grillos”.
– No sabía nada de eso. Yo ya estaba muerto ¿Entonces quién reinó?
– Alfonso XII, hijo de Isabel II.
– Otra vez los Borbones ¡Malditos sean! ¿Siguen los Borbones reinando en España?
– Sí.
– Son como lapas.
– Cambiando de tema ¿Qué recuerda del día de su asesinato?
– Como podrá comprender, no mucho.
– Cuente lo que pueda recordar.
– Después de la sesión de la tarde, salí del Palacio de Congresos por la entrada trasera. Recuerdo que nevaba mucho. Subí a la berlina que me esperaba. Iban conmigo mis ayudantes. Muy cerca del cruce entre la calle del Turco y la de Alcalá, el conductor paró el coche. Yo no sabía por qué. Oí unos disparos y repentinamente sentí un dolor muy fuerte en una mano y en un hombro. Debí de perder el conocimiento, porque lo siguiente que recuerdo es que estaba subiendo las escaleras del Palacio de Buenavista y después de animar a mi mujer, me tumbaron en un sofá. Después solo me acuerdo de personas entrando y saliendo en la habitación donde yo estaba. También recuerdo que una de esas personas me apretó el cuello con una bufanda. No me acuerdo de nada más. Creo que ya era cadáver.
– Triste fallecimiento para tan gran hombre.
– “Sr. Quemado”, estoy muy cansado, después de la manifestación de hoy y de nuestra conversación, estoy para el arrastre.
Se fue por donde había venido.
Ya sólo me queda la última entrevista – se dijo.
“El Quemado” está ahora en Pamplona. Busca el Monumento a los Caídos en el segundo ensanche de la ciudad, pero le dicen que ahora se llama “la Sala de Exposiciones Conde de Rodezno”.
Investigué y pregunté, pero no pude encontrarle. Buscaba al general Mola. Así pasé varios días sin éxito. Entonces se me ocurrió la idea de ir al lugar donde su avión se estrelló y perdió la vida. Quizá estuviera por allí. No perdía nada por intentarlo, sólo el tiempo.
Afortunadamente tuve éxito. En Alcocero de Mola, en Burgos, pude al fin encontrarle. Estaba paseando alrededor del monolito que allí hay, en su nombre.
– Mi general ¿Podríamos hablar? Tengo mucho interés en hacerlo – dije después de presentarme, otra vez.
– Pocas personas desean hablar conmigo en estos tiempos revueltos. Sólo los afines al levantamiento. Parece que debo tener la peste – se quejó.
– Los tiempos han cambiado mucho. Ahora en España impera la democracia, malamente desarrollada y peor vivida.
– Cuando yo vivía, también la había, y acabó en un desastre.
– ¿Por eso se sublevó?
– No. El Frente Popular estaba destrozando a la patria, había asesinatos y quema de iglesias a todo lo ancho y largo de España, era un sinvivir y no se veía solución pacífica alguna. Hubo muchas conversaciones con los políticos, todas en vano. Rusia, a través del Partido comunista, se estaba introduciendo en todos los entresijos de España. Los anarquistas estaban por todas partes. Después de pensarlo y pensarlo, y a sabiendas que era un levantamiento en contra de la República, hablé con los que yo creía, pensaban como yo y organizamos lo que la gente ya conoce. Por desgracia, no pude ver como acabó la historia. Fallecí en este lugar, un año después de empezada la liberación. Me tendrá que explicar usted como acabó todo.
– La guerra la ganó el bando nacional, afortunadamente. Aunque los perdedores no lo olvidan, ni perdonan al bando que usted encabezó. Especialmente al general Franco, que se convirtió en Jefe del Estado que pacificó España, echó a los comunistas y levantó a nuestra patria de la postración producida por la guerra civil, que duró tres años. Acabada la guerra, España, con el paso del tiempo, se convirtió en una potencia industrial importante. Aunque en el concierto internacional no se nos admitía, al final, y gracias a la ayuda de los norteamericanos, nos aceptaron todos. Al morir Franco, volvió otra vez la Monarquía borbónica, se creó una nueva Constitución, de la cual estamos ya viendo sus frutos, que francamente, a muchos españoles no nos convence y hay mucho descontento. La corrupción abunda, la justicia no funciona y los independentistas vascos y catalanes están dando otra vez la murga. Veremos en que acaba todo. Eso es en líneas generales lo que ocurrió hasta hoy. Por cierto, los comunistas han vuelto.
– Eso no es bueno.
– ¿Y qué le vamos a hacer? No los vamos a fusilar otra vez. No hay peor guerra que la que se hace entre hermanos, porque no se acaba ni cuando se entierran las armas. Esa es la verdad.
– No me gusta lo que me ha dicho: otra vez los comunistas, descontento general con la Constitución que han creado, muchos ladrones y el independentismo en alza. Prefiero volver a mi tumba en Pamplona.
– ¿Y porque está aquí ahora?
– Deseaba recordar tiempos pasados. Me he tomado un día de descanso – dijo mientras desaparecía.
Yo también lo hice.
No parece que sea un personaje imaginario, señor Cepas. Usted viaja en el tiempo. No hace falta que me diga cómo. Ese es su secreto…
Gracias por sus comentario Sr.Ay.
No hace falta mucha imaginación para “imaginarse” que haría o diría tal o cual personaje histórico. Solo comentar lo que dice la historia acerca de la persona en cuestión.
Un saludo.
José Alberto: Magistral lección de nuestra historia.
¡Enhorabuena! Por esta tercera entrega, tan amena como las anteriores.
Considero un crimen de lesa patria, que en los centros de enseñanza se prive a nuestros jóvenes de todos estos pasajes tan enriquecedores sobre la Historia de España.
Usted lo explica como nadie, pues su manera de exponer los temas situándose en cada época y lugar, hace como digo que su lectura sea muy amena e ilustrativa. Muchas gracias amigo.
Reciba como siempre un cordial saludo.
Gracias Sr. Román.
Lamentablemente lleva toda la razón. Nuestros escolares no saben mucho o muy poco y no solo los escolares, incluyo tambien a muchos universitarios y personas que pasan de la cuarenta-cincuentena. Las “promociones” creadas a partir del año 78 (constitución).
Lo vuelvo a repetir: NO SE POTENCIA LA CULTURA EN ESTA ESPAÑA DE MIS PECADOS.
Gracias de nuevo por sus comentarios y no deje de escribir. Vale para esto. Yo, por lo menos, aprendo mucho de usted.
Un saludo.