Por A. Robles.- Decía Dante que “los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que en tiempos de crisis moral mantienen su neutralidad”. Creo ocioso tener que convencer a los lectores de Alerta Digital de que vivimos instalado en una crisis global. Padecemos no solo una crisis económica, sino también las consecuencias de los actos de una trama delictiva conjurada desde 1978 para repartirse cualquier cosa que tuviese un valor material y canjeable por votos: tu me das el voto y yo, en justa reciprocidad, saqueo los bienes públicos que te pertenecen.

Para lograr la depredación general de los recursos de la nación, los protagonistas del proceso democrático tuvieron antes que arrebatar a la población el instinto de la conservación y exorcizar al mismo tiempo un pasado histórico cuya grandeza no hace sino crecer a la luz de los dramáticos acontecimientos que nos ofrece la crónica española diaria. La exhibición de la bandera española con el águila de San Juan debería ser en los tiempos que corren un acto de rebeldía política, moral e intelectual contra la casta responsable de nuestro declive.

Los demócratas (de esta execrable democracia) han violado uno de los puntos fundamentales de su propio engendro constitucional: la libertad de cara a la difusión de las ideas. Parece ser que en esta España de hoy solo pueden exhibirse símbolos para clamar por la libertad homosexual, la independencia de las regiones, la presencia de grupos terroristas en las instituciones, o para rendir culto a la España republicana, como acontece en cualquier acto progresista que se precie. Por lo tanto, es lógico que se anatemice con los peores apóstrofes a aquellos que pretendan rendir homenaje a la España que nos brindó 40 años de orden, paz, trabajo y justicia.

La peor definición de esta España ‘democrática’ es el ataque impío de sus representantes a quienes no comulgamos con sus ruedas de molino, mientras se reconoce el pedigrí democrático a cualquier pendejo o pendeja que defienda públicamente la disolución de la nación o el despelote moral de los españoles.

Esta casta no se resigna a que muchos españoles sientan el interés de reencontrarse con el pasado. Por espacio de 37 años han logrado sectariamente que las prédicas oficiales se impongan como dogmas de fe. Secundar lo que ellos han defendido -desde el crimen abortista a la desigualdad de géneros ante la ley- suponía una apuesta por la libertad y la democracia. Sin embargo, nada desde la razón democrática podía justificar la impostura de defender los ‘principios naturales’, principios que ellos transformaron en ‘pecados capitales’ gracias a una descomunal propaganda y a los eficaces programas de ingeniería social puestos en marcha.

Nuestra opción no debe ser sin embargo, ni ahora ni nunca, la opción de la revancha. No hay que permitir a los sacerdotes de la desestabilización excusa alguna para atacar a una opción que solo puede representar la esperanza del pueblo español frente a los que han hundido a ese mismo pueblo.

Esta democracia ya no puede albergar esperanza alguna de cambio. La inviabilidad de esta democracia es tal que hasta algunos de sus más firmes avalistas denuncian hoy la abierta contradicción entre los principios que la inspiraron y el papel protagonista otorgado a los que se sirvieron de la política para satisfacer su instinto de rapiña. En más de una ocasión, algunos ilustres españoles, que han estado en la nómina de colaboradores de AD, pudieron predecir, con dolor punzante, que esa contradicción antes o después terminaría por destruir a la misma nación que tuvo en los principios nacional-católicos su manantial más fecundo.

Ante la tolerancia culpable, la cobardía contagiosa, la deserción masiva, la traición sin escrúpulos, la España representada por el águila de San Juan fue borrada del guión democrático. Con ella fueron borradas también las ideas y el heroísmo que nos hubiesen permitido afrontar la actual situación de crisis con mejores perspectivas.

En este panorama desolador subsiguiente a la palabra democracia, que disfrazó, para engañar a los ingenuos, el cambio y la ruptura, es la hora no solo de recuperar amorosamente ideas y espíritu, sino de hacer cristalizar en algo concreto y operante lo que se halla difuso y gaseoso. En una de las ediciones de ‘La Ratonera’ asumí la responsabilidad de besar y rendir homenaje al águila de San Juan. Al hacerlo tuve el presentimiento de que gracias a ese escudo, lleno de recuerdos incitantes, el pueblo español, con una intuición extraordinaria, terminará descubriendo las razones supremas de esta gran estafa urdida tras la muerte de Franco. No importa que arrecien las críticas, las injurias y los insultos contra nosotros. El águila de San Juan no representa un símbolo del pasado, sino un símbolo de la España que debe resurgir, y en la cual se es vencido si se la considera ya acabada. Son muy distintos hoy los campos de batalla que hace 75 años. Es distinta la índole de la guerra, más sucia, sutil y venenosa.

El águila de San Juan representa para nosotros la necesaria vigilia del centinela ante aquellos que quieren matarnos el alma.