La “violencia de género” es un constructo (del latín: construcción teórica para comprender un problema), un concepto inventado para hacernos creer que existe una forma de violencia específica contra la mujer, pero en verdad no es así.

Se trata de una forma de maltrato dentro de un tipo más generalizado de violencia que se manifiesta en el ámbito doméstico, un lugar casi secreto desde donde no trasciende lo que ocurre en su interior. La necesidad de dominación en un marco de inseguridad afectiva personal subyace en la base del problema y no depende del sexo de la persona maltratadora sino de la oportunidad de hacerlo en el ámbito privado, de muy difícil control por parte del exterior.

Así, se equivocan las feministas (y nos confunden de paso a todos) si creen que van a erradicar el problema del maltrato doméstico afirmando que es sólo un tema de violencia hacia la mujer. Se trata de un problema global de violencia en el ámbito del hogar, y mientras no se intente una solución general seguirá habiendo mujeres, niños, ancianos y hombres muertos en la oscuridad silenciosa y oculta del seno familiar.

Las feministas de género radicales y misándricas defienden con agresividad masculina testosterónica una ley de violencia de género que sólo protege a ellas porque saben que, así, sus asociaciones seguirán recibiendo dinero público que malgastarán en inútiles campañas de propaganda que nada cambiarán. No se engañen, lo único por lo que van es a por una cuota de poder.