La tormenta perfecta
El título no es mío, sino de Hillary Clinton, que usó la metáfora de la tormenta perfecta en los días de la revuelta egipcia. Después llegó el silencio, y no tanto porque callaran a doña Hillary, como porque ni Estados Unidos ni la Europa milenaria saben muy bien qué pensar ni qué decir. El territorio de la frágil estabilidad ha pateado el tablero y las fichas de dominó caen a cada lado de la mesa, sin otra dirección que la fuerza de su impulso.
¿Qué está ocurriendo en esa explosiva zona del mundo? Lo primero, sin duda, es que se acabó definitivamente la guerra fría. Es decir, los restos que quedaron del muro de Berlín, repartidos en viejas dictaduras socializantes huérfanas de referentes desde la caída soviética, están culminando su final de la historia. Se acaba un tiempo que nació al albur de ideas de izquierdas y del panarabismo nacionalista, y cuyas tiranías aguantaron algunas décadas más porque los tiempos árabes son tiempos más lentos. Se rehicieron alianzas, Occidente miró hacia el otro lado de la jaima de Gadafi, las dictaduras continuaron y en las pobladas calles de jóvenes sin expectativas, fue cuajando el desaliento. Todo lo que ocurre tiene que ver con nosotros. Fuimos los colonizadores contra los que lucharon los primeros islamistas de los Hermanos Musulmanes y los jóvenes socialistas de las primeras revoluciones. Después la URSS tuteló con su mortífera sombra a las dictaduras alienadas en su lado de la frontera, y el desaliento aumentó, porque si los viejos colonizadores despreciaban a las gentes, los nuevos socialistas, las tiranizaban. Y ni unos ni otros resolvían los problemas. Y cuando todo acabó, Occidente continuó dando la mano a los viejos tiranos, porque nuestro bienestar pasaba por su estabilidad, aunque fuera la estabilidad del hierro impuesto. A pesar de todo, esas dictaduras de corte laico, nacidas al albur de ideas revolucionarias, daban algo de oxígeno, y así nacieron las clases medias, los intelectuales críticos y las mujeres emancipadas.
Pero también nació la rabia de la falta de expectativas, y con las ideas occidentales en la cuneta de los fracasos, el islamismo fue creciendo, fue imponiéndose en las universidades y en los sindicatos, fue ocupando los barrios de la pobreza y las calles de la protesta, y hoy nadie sabe cuánta fuerza tiene, pero tiene la mayor fuerza que ha tenido nunca. Si añadimos que las dictaduras teocráticas resisten y promocionan con millones de euros las ideas medievales fanáticas, acompañadas de grandes medios de comunicación, el tsunami de la zona puede resultar catastrófico. En cualquier caso, nada será como ha sido, pero tampoco sabemos cómo será. Lo único que sabemos con certeza es que socialismo frente a capitalismo ha acabado su andadura histórica. ¿Empieza ahora el capítulo modernidad contra islamismo? Esa es la cuestión que ni sabemos responder, ni nos atrevemos a preguntar.