A propósito del 128 aniversario del nacimiento de Clara Campoamor
El movimiento feminista tal como hoy lo conocemos es básicamente un “fraude”. El actual discurso feminista es un cúmulo de falsedades, de insensateces, e incluso habría que hablar simple y llanamente de charlatanería, como en el caso de la astrología u otras seudo-ciencias.
Por supuesto, a cualquier candidata a “feminista” que se le ocurra hacer objeciones a la ortodoxia, se le acabará colgando el sambenito de enemiga de la causa de las mujeres, de misógina, cómplice del patriarcado, etc. y será vergonzosamente excomulgada de la “nueva religión laica del siglo XXI”, como les acabó ocurriendo a Christina Hoff Sommers, Camille Paglia, o Elizabeth Loftus en Norteamérica y a Empar Pineda o María Sanahuja en España.
Los “grupos feministas” suelen afirmar –como un dogma de fe- que las mujeres están “sojuzgadas, oprimidas, marginadas, etc.”, que hay una verdadera conspiración de lo que llaman “la clase hegemónica del patriarcado masculino, heterosexual e imperialista” contra ellas, las feministas repiten hasta el hartazgo que los hombres han planeado todo, de manera egoísta, para que el mundo en que vivimos sólo sea maravilloso para ellos, ignorando ex profeso la totalidad de las necesidades y los intereses de las mujeres.
Las feministas no se privan de hablar con frecuencia, de que los últimos miles de años son el período del “ascenso del patriarcado”, una falsedad con la que tratan de imponer la idea de que en otros tiempos “mejores” las cosas fueron diferentes. Incluso están quienes sostienen que durante el Neolítico Europa disfrutó de una sociedad pacífica e igualitaria, con igualdad de sexos pero centrada en la mujer, antes de la invasión de las brutales hordas patriarcalistas indo-europeas, hace más de cuatro mil años…
Obsérvese que en esta nueva versión del Génesis Bíblico, la raza humana ha sido expulsada del paraíso debido –solo y exclusivamente- a los pecados de los hombres, no los de las mujeres. Téngase en cuenta que en la fábula feminista, únicamente los varones son los responsables de lo negativo, mientras que las mujeres representan todo lo positivo. Este planteamiento está presente una y otra vez en toda la doctrina feminista, dando a entender sin tapujos, que las mujeres son superiores moralmente a los hombres.
¿Cabe realmente la posibilidad de que haya algo de verdad todo aquello de lo que venimos hablando que afirman las feministas?
Por supuesto que no. Si se observa con las gafas apropiadas la realidad tal cual es, y no la caricatura, la imagen distorsionada que nos presenta el fundamentalismo feminista, o feminazismo, y todos aquellos a quienes han acabado manipulando, lograremos ver una situación completamente diferente.
Las mujeres españolas, las mujeres occidentales constituyen el grupo social con mayores privilegios de la historia de la humanidad, ostentando (o ¿tal vez detentando?) una capacidad de influencia, un grado de poder, de bienestar, y salud nunca antes conocidos.
También afirman las feminazis, o feministas “de género” que las mujeres no tienen apenas acceso a las instituciones, que no se les permite tener capacidad de decisión, que no se las respeta, etc.
Pero, ¿Todo ello es realmente cierto? La consigna feminista de que la “mujer española, europea, occidental” es una “víctima” impotente es una idea absolutamente absurda, que se ha ido imponiendo con machaconería, acabando por instalarse como un axioma que nadie se atreve a cuestionar…
Las mujeres españolas viven, en general siete años más que los hombres. Controlan de “facto” más del 80% de las rentas familiares y son ya más del 55% en la universidad.
Las mujeres tienen alrededor del 55% de los votos en cualquiera del las elecciones que se convocan en España, motivo por el cual difícilmente pueden las feministas afirmar que están siendo dejadas de lado en el proceso de toma de decisiones políticas.
Llegados a este punto, pasemos a hablar del voto femenino:
En 1776 en Nueva Jersey (Estados Unidos) se autorizó accidentalmente el primer sufragio femenino (se usó la palabra “persona” en vez de “hombre”) pero se abolió en 1807.
Más tarde, ya en el siglo XIX algunos estados aprobaron el voto femenino, como Kansas (1838) o Wyoming (1869), hasta su consagración en la enmienda decimonovena a la Constitución Norteamericana adoptada en 1920.
En Europa, los primeros en aprobar el sufragio femenino fueron Austria y Alemania, en 1848 y Suecia, en 1866. En Sudamérica, después de la Constitución de la Provincia de Vélez (Colombia) de 1853, el asunto vuelve a retomarse en el siglo XX. El primer país sudamericano en aprobar el voto femenino fue Ecuador, en 1929, luego lo consagraron Chile (1931), Uruguay (1932), Brasil (1943), Cuba (1943), Bolivia (1938), El Salvador (1939), Panamá (1941), Guatemala (1946), Venezuela (1946), Argentina (1947) y México (1947).
Otros países del mundo, de los primeros en otorgar el voto a la mujer, fueron: Nueva Zelanda, 1893. Australia 1901. Finlandia, 1906. Noruega, 1913. Dinamarca, 1915. Reino Unido, 1918 (+30 años) Alemania, 1918 Países Bajos, 1918. Polonia, 1918. Rusia, 1918. Austria, 1918. Bélgica, 1919. República Checa, 1920. Eslovaquia, 1920. España, 1931. Francia, 1945. Italia, 1945. Grecia, 1952. Suiza, 1974.
¡Ojo! Esto no significa que los varones poseyeran el sufragio universal, derecho al voto, anteriormente.
Hasta casi las mismas fechas señaladas, el voto masculino era del tipo denominado “sufragio censitario” o voto restringido, ósea, condicionado fundamentalmente al nivel de renta que tuvieran podían, o no, acceder al voto en los diversos comicios.
Fue tras la primera guerra mundial cuando las mujeres, al tener que sustituir a los hombres en las fábricas de armamentos y demás, puesto que ellos estaban en el frente, en el campo de batalla, cuando se ganaron el derecho en Europa al sufragio.
La interpretación sesgada, parcial de forma interesada de los hechos históricos como el que nos ocupa, en clave de conspiración del “Patriarcado”, o de la opresión machista tiene como única intención la atribución de una supuesta culpa de todo lo peor de la Historia a los varones, lo cual, además de falso, es injusto, engañoso y odioso.
El discurso fraudulento del que hablamos, tiene como objetivo justificar leyes sexistas injustas, y discriminatorias contra los hombres, basándose en una supuesta “deuda histórica” que los varones debemos pagar para remediar los pecados que supuestamente cometieron nuestros ancestros.
El uso de una nomenclatura menos subjetiva, más correcta, para el análisis de la evolución de la democracia conduciría a reconocer el fenómeno de la “Oligarquía”. (Oligarquía y caciquismo como forma de Gobierno en España, Joaquín Costa). Eran las diversas oligarquías las que fueron abriendo la mano a la ampliación progresiva del voto. Y lo demás son milongas.
A lo que ahora asistimos con la dictadura disfrazada de democracia es a estigmatizar a todo el sexo masculino, a otorgarles a los hombres-varones la responsabilidad de todos los males de la Humanidad pretéritos, presentes y por llegar.
Es a lo que ha conducido, gracias al feminismo más extremo y fundamentalista, a la elaboración aberrante de la LIVG, y demás legislación de “igual-da y género”, mediante las cuales los hombres son condenados sin pruebas, y se les priva del derecho a la presunción de inocencia.
El sufragio femenino en España
Al proclamarse la Segunda República se abordó el asunto del voto femenino durante el periodo constituyente, por entonces Clara Campoamor fue elegida diputada –en 1931 las mujeres podían ser elegidas, pero no ser electoras – formando parte de las listas del Partido Radical, al que se había afiliado por proclamarse éste “republicano, liberal, laico y democrático”: su propio ideario político. Formó parte de la Comisión Constitucional encargada de elaborar el proyecto de Constitución de la nueva República e integrada por 21 diputados, y allí luchó eficazmente para establecer la no discriminación por razón de sexo, la igualdad jurídica de los hijos e hijas habidos dentro y fuera del matrimonio, el divorcio y el sufragio universal, a menudo llamado “voto femenino”. Consiguió todo, excepto lo relativo al voto, que tuvo que debatirse en el Parlamento.
La izquierda, con la excepción de una minoría de socialistas y algunos republicanos, no quería que las mujeres votasen porque presuponía que estaban muy influidas por la Iglesia y votarían a favor de la derecha.
Por ello, el Partido Radical Socialista puso frente a Clara a otra reconocida diputada, Victoria Kent (socialista antisufragista) contraria al voto de las mujeres. El debate fue extraordinario y Campoamor acabó siendo considerada como la vencedora.
Finalmente, la aprobación del sufragio femenino se logró con el apoyo de la minoría de derechas, parte de los diputados del PSOE excepto el sector encabezado por Indalecio Prieto y algunos republicanos.
Otra “feminista” que también se significó como antisufragista fue Margarita Nelken, miembro de la Agrupación Socialista de Badajoz (la única Nelkenmujer que consiguió las tres actas parlamentarias durante la Segunda República) También se manifestó abiertamente en contra de otorgar derecho de voto a las mujeres en 1931, igual que la socialista Victoria Kent.
Los y las que en la actualidad se arrogan el monopolio de las “conquistas sociales y avances en la liberación de las mujeres”, y van repartiendo certificados de “demócratas e igualitarios”, se cuidan muy, mucho de ocultar su vergonzoso pasado de gente reaccionaria, y claramente contrario al progreso, en el sentido propio de la palabra, de avanzar mejorando… Lo mismo hacen cuando ocultan su entusiasta apoyo, y su estrecha colaboración con la Dictadura del General Primo de Rivera, en la década de los años 20 del siglo pasado.
Ni que decir tiene que, en las elecciones de 1933, primeras en las que votaron las mujeres, dieron el triunfo a las derechas.
¡Cosas veredes y oyeres que harán temblar a las paredes!