Del “me cagum deu” socialista, a la “mare nostra” podemita
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha debido sentir un orgasmo podemita tras la deposición del mojón de detritos titulado “Mare Nostra”, a cargo de una tal Dolors Miquel en el salón del Ayuntamiento de la ciudad Condal.
“Madre nuestra que estáis en el cielo, sea santificado vuestro coño, la epidural, la comadrona…”. Así comienza la regurgitación de una “miembra” repugnante del perroflautismo, como una burla dantesca del Padre Nuestro católico, y cuyo hedor no solo ha hecho enmudecer a los pájaros, sino que una nube mugrienta ha dejado la ciudad cubierta de cieno.
La cristianofobia de Ada Colau y su banda, con la “meona de Barcelona” y el “argentino pisarello” como guardia pretoriana, no es algo nuevo; es la continuación de un proyecto que iniciaron los socialistas catalanes, en tiempos del ínclito Maragall.
Corría el año 2003, cuando la putrefacción de la alcaldía barcelonesa ya exhalaba un hedor insoportable. A través de una emisora de radio que cubre toda España, escuchamos la propaganda sobre la apertura de una exposición en Barcelona, que contaba con el apoyo de su Ayuntamiento, titulada “Me cago en Dios”. Aquella exposición me produjo, -y creo que como a mí a millones de españoles-, un estremecimiento desgarrador, una indignación difícilmente contenible, y un escalofrío mezcla de amargura y de asco.
El entonces alcalde socialista de Barcelona dijo apostar por la “cultura”. Uno de sus órdagos fue la exposición “ME CAGUM DÉU” (Me cago en Dios), de la mano del Instituto de Cultura de Barcelona (ICUB). Aquel alcalde, Joan Clos, se justificó hablando sobre la importancia del “civismo” y abogó por “un clima de dinamismo, convivencia y creatividad”.
Ahí tenemos a los verdaderos culpables de todo lo que hoy está sucediendo; ahí tenemos a los que se autodefinen y proclaman tolerantes, y piden constantemente a los españoles tolerancia, solidaridad y entendimiento, para después, sin ningún tipo de escrúpulo, atentar sistemáticamente contra nuestra religión.
Son los mismos que piden respeto para la religión mahometana; solicitan que las jóvenes musulmanas puedan ser admitidas en nuestras escuelas con la cabeza cubierta; demandan menús que no contengan carne de cerdo para repartir entre los musulmanes; no tienen una palabra de crítica por la falta de inspecciones sanitarias en comercios magrebíes, y sin embargo, auspician y enaltecen multitud de profanaciones en lugares sagrados y cementerios católicos; fotografías grotescas y repugnantes manipuladas contra la Virgen, y escenas pornográficas y coloquios sobre todo en televisión, en los que se hace mofa contra religiosas y misioneros que en el tercer mundo entregan su vida al servicio de los más necesitados.
Son los mismos que continuamente, y por razones mercantilistas, toleran los anuncios de relax y contactos para enmascarar la prostitución, y luego se lamentan del negocio del sexo y la explotación femenina.
Si la palabra de Dios nos dice: “por los frutos los conoceréis”, no cabe duda -y buena lección es para los que tienen, por oficio y misión, la rectoría de nuestras comunidades-, que estos frutos podridos, y malolientes, son propios de la “cultura de la muerte”.
Está blasfemia de “mare nostra” auspiciada por Ada Colau y su banda, como continuación de aquella otra de la exposición tolerada por el socialista Joan Clos titulada: “me cago en dios”, es, a mi juicio, la peor de las afrentas que a Dios se le hacen. Una sociedad, una estructura política, y una Iglesia, que guardan silencio ante algo tan perverso, es una prueba clara, de que un virus demoledor y aniquilante ha adormecido y debilitado a quienes, por obligación ineludible, deben reaccionar de inmediato.
Valiente y certero señor Román. Una vez más como católico y como español, le doy las gracias por su artículo. Que Dios lo bendiga.
La frustración humana no tiene límites, esa mancha le seguirá como una enfermedad. Dios ten piedad de este mundo lleno de tanto mal.