De escrache en escrache, hasta la victoria final
En los últimos días está ocurriendo en las reuniones de Juntas de Distrito del Ayuntamiento de Madrid altercados, alborotos, situaciones de violencia verbal, y casi física, nada deseables que, son el resultado de lo que se ha ido sembrando por parte de la gente del partido político que preside Pablo Iglesias Turión.
Todo ello me recuerda de manera casi inevitable, a lo que viví, y sufrí, cuando tuve la feliz ocurrencia de entrar a formar parte de una comunidad de propietarios hace ya más de una década, de cuyo nombre no quiero acordarme, tal como diría Miguel de Cervantes.
Tuve por entonces la estúpida idea de comprarme una casa que formaba parte de una comunidad de casi 200 propietarios, cerrada, con piscina comunitaria, garaje, zonas de ocio y juego… desde que acudí a la primera reunión de la junta de propietarios a la que fui convocado, no dejé de sentirme perplejo, absolutamente “epaté” que diría un francés; pero lo que nunca imaginé en aquellos momentos era lo que me deparaban los meses y años siguientes.
Aquella reunión fue todo un anticipo de lo que se me vino encima cuando fui elegido presidente casi por aclamación popular, en una siguiente reunión en la que se realizó la elección de nuevo presidente.
En aquella primera reunión a la que asistí, para empezar, me sorprendió que apenas asistieron uno 30 propietarios de los casi 200 que habían sido convocados. Aunque, a medida que iban transcurriendo los minutos, acabé descubriendo el por qué. En aquella reunión había un grupo de aproximadamente diez personas que impedían que los demás hablaran, no respetaban los turnos de palabra, cuando les daba la gana se iban por los cerros de Úbeda, y hablaban de cuestiones ajenas a lo que se estaba tratando, daban voces, atropellaban a quienes discrepaban con ellos, los vejaban, los insultaban, procuraban por todos los medios crear crispación… y de ese modo habían logrado, ante la actitud pasiva (supongo que por impotencia) del presidente de entonces y de la administradora, espantar a la mayoría de los propietarios, y a los pocos que acudían mediante lo que narro, acababan prolongando las reuniones hasta aburrir, hasta el hartazgo, de tal modo que cuando se acaba votando algo, ya apenas quedaba nadie en la sala de reuniones más que ellos y unas poca personas más; y así acababan aprobando lo que les daba la real gana, o derogaban o anulaban cuestiones ya aprobadas en anteriores reuniones.
El caso es que, como ya les contaba, un día tuve la ocurrencia fatal de aceptar la presidencia de la comunidad, cuando lo hice, les hice prometer a los propietarios presentes (a pesar de la presencia de los matones y faltones a los que antes aludía) que solamente permanecería en el cargo si me apoyaban en el día a día. Incauto de mí acepté.
Me impuse a los energúmenos de los que antes les hablaba y conseguí que las reuniones de la junta de propietarios fueran eficaces, participativas, se respetara el orden del día, etc. Evité que los faltones interrumpieran, vocearan a quienes con ellos discrepaban, etc. De inmediato empezaron a acudir a las reuniones aproximadamente la mitad de los propietarios, gente que según me confesaron hacía años que no aparecían por la junta de propietarios. Los matones se batieron, aparentemente, en retirada. E, ingenuo de mí, pensé que la batalla estaba ganada.
Nada más lejos de lo que yo inicialmente pensaba: Los matones y gansters de la comunidad de propietarios empezaron una campaña encaminada a denigrarme, me acusaron de todo lo imaginable… y en connivencia con un administrador de fincas -y a su vez abogado- de lo más canalla, recogieron firmas para intentar destituirnos a mí y a la entonces administradora. Mediante coacciones y amenazas de toda clase, lograron que se rompiera el contrato de servicios que teníamos con la administradora, y “casualmente” contrataron al administrador canalla, por casi el doble de dinero.
Antes de esto último, por supuesto, yo había ya dimitido, pues me sometieron a todo tipo de vejaciones, atentaron contra mis propiedades, me rompieron enésimas veces el telefonillo y el timbre, me molestaban a altas horas de la noche, me rayaron el coche, me lo rociaron con líquido inflamable, le pincharon las cuatro ruedas… acosaron a mi hija, y acabaron haciéndome lo que ahora se denomina “escraches” cuando salía de casa, cuando iba al supermercado, en cualquier lugar… y para más inri, cuando yo tenía la ocurrencia de denunciar lo que les cuento en la comisaría de policía, ellos contrarrestaban mis denuncias con denuncias falsas, pues en el grupo de gansters había también un policía… Como pueden suponer, acabé yéndome, vendí mi casa, y cambié de domicilio. Supongo que no les extrañará que les diga que para colmo, llegué a ser condenado en los tribunales por diversas denuncias falsas, a cual más esperpéntica y surrealista, y por supuesto, ninguno de los que me agredieron e hicieron la vida imposible fue castigado. Tuve la triste desgracia de caer en manos de jueces y fiscales que me la tenían jurada por mi larga trayectoria de lucha por la custodia compartida de los hijos tras el divorcio y contra la legislación “de género”… Es más, para más recochineo, ¡Sorpresa! Varios de los pleitos cayeron en manos de un juez “progresista” (de esos que dicen ser miembros de la asociación “jueces para la democracia”) que además -¡Será casualidad!- es miembro del lobby gay! (Las personas, que dicen estar bien informadas, también dicen que el administrador canalla, del que antes les hablaba, es miembro del influyente lobby…) Como era de esperar, el juez acabó dictando varias “sentencias ejemplares”. No les extrañará tampoco que les diga que amedrentaron a todas las personas con las que yo contaba como testigos de todas sus tropelías, a fin de que no acudieran a los diversos juicios.
Tampoco les extrañará si les digo que los gansters de los que les vengo hablando acosaron también a quienes ellos sabían que me respaldaban, para hacerles saber a quién o a quiénes debían ser fieles. Acabaron dañando los coches de alrededor de 20 vecinos e hicieron correr la voz de que había sido obra del que esto subscribe.
Transcurrido el tiempo me encontré más de una vez con antiguos vecinos, y más de uno me contó que ellos habían dejado de ir por las reuniones de la comunidad de propietarios porque sabían cómo se las gastaban los vecinos matones y que más de uno había sufrido sus iras en forma de ruedas de coche pinchadas, espejos laterales rotos, telefonillos de sus casas “accidentados” y cuestiones similares. Por supuesto, tal como suele ocurrir con frecuencia, todos los males de los que yo fui víctima, tuvieron lugar debido al silencia cómplice de las “buenas personas” de la comunidad de propietarios, que acabaron mirando para otro lado, o se pusieron a silbar, o incluso algunos se acabaron sumando al acoso vecinal para evitar las iras de los gansters.
Alguno habrá que lea estas líneas que se pregunte que a cuento de qué viene que este señor nos cuente sus desventuras y sus penas. Pues muy sencillo: todo lo que he compartido con ustedes está en la misma dirección, por desgracia, que las situaciones que se están produciendo con enorme frecuencia en España que, son realmente preocupantes, pues hay límites que nunca se debieron sobrepasar (y que son muchos los españoles que han llegado a considerar “normales”), que nunca debieron permitir las autoridades, por muy grande que fuera la desafección de muchos hacia los oligarcas y caciques que nos malgobiernan.
Por más que muchos se arroguen el derecho a protestar, a mostrar su disconformidad, su desacuerdo, nunca debió decirse por parte de los medios de información que los escraches son cosa comprensible, y que tienen su “lógica”, la lógica del hartazgo, la del ejercicio del derecho al pataleo, de una porción de esta sociedad anestesiada, conformista, que nos ha tocado vivir… y que son una muestra de la libertad de expresión y justificaciones por el estilo. Es inadmisible que se haya generalizado la idea de que es legítimo acosar a otros, que acosar es un “derecho”.
Es realmente terrible que nadie ose apenas cuestionar lo que llaman escraches (e incluso haya jueces que los justifiquen, como justifican a los piquetes sindicales cuando ejercen violencia contra los que pretenden ejercer su derecho al trabajo y ellos convocan jornadas de huelga) que no es otra cosa que violencia, es inadmisible que haya quienes justifiquen determinadas violencias y las califiquen de “revolucionarias, progresistas, y demás” porque cada día que uno hojea un periódico, o pone el telediario, nos hablen de los innumerables casos de corrupción, protagonizados por multitud de bichos vivientes, y especialmente miembros de la casta política de caciques y oligarcas: La familia real, políticos de todos los signos, ERES andaluces, Gurtel, Noós, comisiones de las ITV, paraísos fiscales, Bárcenas, plan E, aeropuertos fantasmas, jubilaciones súper millonarias, bancos rescatados con presidentes con retiro de lujo, dineros en colchones.
Es imprescindible condenar e impedir cualquier brote de violencia, no se puede ser condescendiente con ninguna forma de acoso, de vejaciones provengan de quienes provengan, por más que el común de los mortales se esté viendo abocado a situaciones más y más penosas, terribles en muchos casos; por más que la mayoría de los españoles vean como su poder adquisitivo disminuye día tras día, por más que aumente el desempleo, disminuyan las prestaciones sociales… y la casta política se quede tan pancha.
No podemos ser comprensivos, ni tener una actitud de complacencia con la violencia por mucho que cada día que pasa la mayoría de la gente haya llegado a la conclusión de que de nada vale tener la oportunidad de votar cada cuatro años, o que cada día sea mayor el número de personas que apenas o nada tiene confianza en que los jueces y fiscales acaben poniendo orden, y que, para recochineo, en los casos en que algún golfo acaba condenado, el gobierno de turno acaba indultándolo.
Al paso que vamos, a río revuelto, van surgiendo, y surgirán más, grupos de gente autoritaria, totalitaria que se erigirán en “vanguardias revolucionarias” que se arrogarán la representación de la mayoría (“una incontestable mayoría”, de “las mayorías sociales de este país” se hacen llamar) que considerarán legítimo el uso de la fuerza, de cualquier clase de estrategia de tipo coercitivo, antisistema, y cuyas soluciones son fórmulas añejas, ya sobradamente fracasadas, que se resumen en “más Estado, más burocracia, más impuestos”.
Y todos aquellos que osen oponérseles, serán considerados contra-revolucionarios, serán considerados inmorales e injustos, enemigos públicos que “han declarado la guerra a las mayorías sociales del país” y por lo tanto merecedores de ser castigados; y a los que, por consiguiente no se les puede permitir que sigan viviendo en situación de impunidad.