Ingeniería Social. Conclusiones (I)
A través de gran parte de la historia intelectual, la sociedad ha sido considerada como el resultado del diseño de alguien. En su voluminosa obra de Law, Legislation, and Liberty, el teórico social F. A. Hayek refirió a esta posición como el “racionalismo constructivista” y replicó vigorosamente contra la misma. En su discurso en ocasión de recibir el Premio Nóbel en 1974, titulado “La Pretensión del Conocimiento,” Hayek expresó un punto de vista diferente acerca de cómo se desarrolló la sociedad:
El reconocimiento de los insuperables límites de su conocimiento debería de hecho enseñarle al estudiante de la sociedad una lección de humildad, que debería prevenirlo de volverse un cómplice en el fatal esfuerzo de los hombres por controlar a la sociedad—un esfuerzo que no solamente lo vuelve un tirano sobre sus compañeros, sino que puede convertirlo también en el destructor de una civilización a la cuál ningún cerebro ha diseñado sino que ha crecido en base a los libres esfuerzos de millones de individuos.
Hayek se opuso a cualquier tentativa de manipular—es decir, planificar y coordinar centralizadamente—la estructura de la sociedad. Creía que tal ingeniería realmente destruiría a la sociedad en lugar de erigirla, la cual era el resultado de la acción humana pero no del diseño humano. Junto al economista austriaco Ludwig von Mises, Hayek proporcionó las que son discutiblemente las mejores críticas de las teorías y de las políticas “constructivistas” que han crecido en popularidad durante el siglo XX.
Tanto Hayek como Mises habían atestiguado la devastación del liberalismo clásico por parte de dos guerras mundiales, pero particularmente por la Primera Guerra Mundial. En la época de guerra los gobiernos habían afianzado el control centralizado sobre el sector privado para asegurarse un flujo continuo de armamentos y de otros bienes que juzgaban necesarios para la victoria. Los gobiernos habían inflado sus ofertas de dinero a fin de solventar masivos refuerzos militares. Y la guerra había estrangulado el flujo del libre comercio al que los liberales clásicos consideraban un prerrequisito para la paz, la prosperidad, y la libertad. En síntesis, Hayek y Mises habían contemplado cómo el estatismo del siglo veinte reemplazaba al liberalismo clásico del siglo diecinueve.
Si la “guerra es la salud del estado,” como el individualista estadounidense Randolph Bourne lo declarara, entonces Hayek y Mises atestiguaron el impacto de un corolario obvio: a saber, que la guerra es la muerte de la libertad individual. Y que la ingeniería social fue un mecanismo clave mediante el cual esa libertad fue destruida. De hecho, uno de los trabajos iniciales de Mises, Nation, State, and Economy (1919), analizaba las consecuencias desastrosas de la planificación centralizada introducida por la Primera Guerra Mundial.
Pero Hayek y Mises no se oponían meramente a la ingeniería social sobre la base de argumentos utilitarios. Independientemente, cada uno de ellos desarrolló sistemas complejos y sofisticados de la teoría social para explicar cómo las instituciones de la sociedad se evolucionaron naturalmente. Sostenían que las instituciones de una sociedad saludable eran el resultado colectivo e involuntario de la acción humana. Los fenómenos sociales complejos—tales como el derecho, el lenguaje, y el dinero—eran especialmente las consecuencias involuntarias de las interacciones individuales. Por ejemplo, ningún comité o autoridad central decidió inventar el habla humana, para no mencionar el diseñar una lengua tan complicada como el inglés. Actuando solamente para alcanzar sus propios fines, los individuos comenzaron a efectuar sonidos a fin de facilitar el poder conseguir lo que deseaban de otras personas. Así, el habla fue el resultado de la acción humana pero no del diseño humano, y la mismo evolucionó naturalmente en el lenguaje. La evolución puede no haber procedido con eficiencia científica, pero fue lo suficientemente eficiente como para permitir el desarrollo de la civilización. La eficiencia de los programas gubernamentales no tolera la comparación. No obstante, ello, los constructivistas sostenían que una sociedad no planificada es derrochadora y caótica. Con el conocimiento suficiente, podrían manipular una sociedad perfectamente eficiente. No habría más sobrantes ni escaseces. Los mercados de valores no colapsarían, y las monedas no fluctuarían. Tal vez incluso la sociedad pudiese ser diseñada de modo tal que sus miembros se encaminasen al unísono hacia metas sociales deseables, tal como han marchado juntos hacia la victoria en tiempos de guerra.
Hayek puntualizó francamente que el conocimiento que los constructivistas procuraban era inalcanzable. No era posible planificar las dinámicas del mañana basados en cómo actuaron los individuos ayer. La gente era imprevisible. Los seres humanos eran fundamentalmente diferentes de los objetos físicos examinados por las ciencias duras. Un científico podía aprender todo lo que necesitaba saber sobre el movimiento de un objeto, y su conocimiento no cambiaría necesariamente durante el tiempo. Pero los seres humanos actuaban basándose en factores y motivaciones psicológicas que se encontraban ocultos, a menudo aún para ellos mismos. La sociedad no consistía en objetos que podían ser prolijamente categorizados y hechos para obedecer las leyes de la ciencia. La sociedad consistía de individuos erráticos e imprevisibles.
Mises efectuó una puntualización similar acerca de la teoría monetaria. Demostró que aún la aparentemente objetiva herramienta del cálculo monetario—del tipo que la gente utiliza informalmente para decidir, por ejemplo, si pedir un aumento—es ineficaz para una planificación social más amplia. En el mejor de los casos, los precios eran un antecedente histórico; el precio del pan es un precio del pasado, incluso si el pasado fuese muy reciente. Esta información podría crear la anticipación de cuál podría ser el precio del pan mañana, pero la misma no podría predecir nada. Una escasez de pan podría hacer disparar su precio. Por otra parte, emplear el ayer para manipular el mañana iba en contra de un principio fundamental de la acción humana: el principio del cambio inevitable.
En La Acción Humana: un Tratado de Economía (1949), Mises comentaba, “La acción humana origina el cambio. En la medida que haya acción humana no hay estabilidad, sino alteración incesante. . . Los precios del mercado son hechos históricos expresivos de una situación que prevaleció en un instante definido del proceso histórico irreversible. . .. En el imaginario—y, por supuesto, irrealizable—estado de rigidez y estabilidad no hay cambios a ser medidos. En el mundo real del cambio permanente no hay puntos fijos. . .”
Desde Nation, State, and Economy a su obra magna, La Acción Humana, Mises elocuentemente objetó la posibilidad de adquirir el suficiente conocimiento como para dirigir a la sociedad. Igualmente, desde el trabajo The Sensory Order: An Inquiry into the Foundations of Theoretical Psychology (1952), pero aparentemente basado en el trabajo que realizara en 1919 y 1920) hasta su mucho más popular El Camino de Servidumbre (1944), Hayek integró campos tan diversos como la epistemología y la economía para formar una teoría social que le negaba cualquier validez a la planificación centralizada.
A través del trabajo de estos teóricos, dos conceptos cercanamente relacionados emergen una y otra vez: el individualismo metodológico y el orden espontáneo. Estos conceptos son fundamentales para entender por qué Hayek y Mises tan inflexiblemente rechazaban a la ingeniería social como la rechaza el autor de este artículo para crear ordenes sociopolíticos artificiales como se quiere hacer con las sociedades vasca, catalana y gallega.
En los próximos artículos veremos el individualismo metodológico y el orden espontáneo.
*Teniente coronel de Infantería y doctor por la Universidad de Salamanca