La Casa de la Guerra
Mario Satz,. En la historiografía islámica clásica, es sabido, el mundo se divide en dos zonas: dar al-islam y dar al-harb, cuyo significado aproximado consiste en que los países musulmanes viven en la zona buena-la Casa del Islam-, al amparo de sus costumbres y creencias, y aquellas naciones y comunidades en donde, bien hay una minoría musulmana-Francia o Bélgica, por ejemplo- que “padece” los rigores y mandatos de cristianos, bien deben obediencia jurídica a otras leyes que las propias y que se sitúan en dar al-harb o Casa de la Guerra. En cuanto a las geografías pobladas por simples idólatras que aún son o forman parte de la mencionada Casa de la Guerra, aguardan el momento de ser conquistadas para entrar en la dar al-islam. Son territorios a la espera de ser islamizados por la fuerza, lugares de falsa paz y falsas leyes, y sus habitantes viven sumidos en la confusión porque en el mundo debe haber de todo, y no por su propia libertad de elección.
Como se ve, no se trata de un invento reciente sino de una ideología de vieja data. De tal maniqueísmo ancestral, de tal herida caracterológica, sólo puede esperarse un desastre a veces consciente y a veces inconsciente, a veces virtual y a veces manifiesto. Lo interesante es que harb, que significa guerra en árabe, es una raíz que también hallamos en hebreo, donde significa asolar, destruir, demoler y saquear. Derivada de la misma raíz es la palabra hebrea jereb, cimitarra, espada, sable, armas que adornan muchas de las banderas del Islam.
Se trata, obviamente, de una idea medieval retomada hoy por salafistas y afines , los cuales la visten de un romanticismo que no tiene. Idea cuyos portadores ignoran, en la mayoría de los casos, su letalidad, y que simplifica de manera burda la relación del Islam con el resto del mundo. Como la Casa de la Guerra es también la del botín, así es como nos ven incluso los pobres refugiados sirios, que jamás percibirán en la Europa en la que quieren ser acogidos, el espacio cultural al que deben adaptarse y en el que deben dejar de pensar en términos antitéticos. Caso contrario no habría terroristas y asesinos de fe islámica nacidos en Alemania, Bélgica o Escandinavia de las primeras olas de inmigrantes seguidores de Mahoma. Solazarse en las hazañas del pasado cuando el presente es negro, sentir la nostalgia del Estado islámico y estar dispuesto a morir por él es un anacronismo fatal. Más aún: emplear la bandera negra es revelar poco o ninguna voluntad de blanquear las cosas y acceder por fin a todos los bienes de la modernidad, que todos sabemos pasa por la igualdad de la mujer, la libertad de disentir y, en última instancia, el laicismo educativo.
La crítica implícita en el lenguaje y trabajo de los enciclopedistas propició la Revolución Francesa, que a su vez determinó las americanas, las cuales fueron la levadura de la rusa y luego la china. Allí donde un mínimo de racionalidad tocó la tierra, a veces con grandes dolores, los hombres prosperaron y se hicieron cargo de su destino. Nada de eso sucedió ni sucede en el Islam, empeñado, con Arabia Saudita a la cabeza, en promover madrasas y no universidades, criaderos de intolerantes en lugar de hospitales competentes, decapitaciones en lugar de pensamientos creativos, desprecios en lugar de cooperación, egoísmos en lugar de generosidad. Total, nosotros somos, en Occidente, habitantes de la Casa de la Guerra que sumamos, a nuestros propios males, los males que padecen los millones de musulmanes que habitan aquí. Con toda esta información se podría hacer un hermoso y potente supositorio para los que todavía padecen el estreñimiento filosófico de la llamada “alianza de civilizaciones”. Es la Casa del Islam la que debe abrirse y buscar, en sus propias fuentes, los remedios para sus males. Es la Casa del Islam la que debe dejar de parir bestias y monstruos. Y es la Casa de la Guerra la que debe dejar de existir como tal. El mundo no es ancho y ajeno, aún es nuestro, y todavía hay lugar en él para convivir con las diferencias y responder a sus matices. Si el absoluto no fuera una idea demasiado estrecha valdría la pensar con interés en él.