Sacerdote: la revolución pastoral del papa Francisco se opone a 2.000 años de tradición
Padre Brian W. Harrison, O.S.- Una correcta comprensión, apreciación y evaluación de este largo documento requerirá de un tiempo considerable, estudio y orada reflexión. Pero ya es bastante claro gracias a ciertos fragmentos clave que, a través de un lenguaje cuidadosamente elaborado, argumentos plausibles, y retórica persuasiva, el Santo Padre está introduciendo silenciosamente un cambio revolucionario en el corazón de la enseñanza moral y la práctica pastoral/sacramental de la Iglesia Católica. En principio, él no está repudiando verdad objetiva de ningún dogma revelado o norma moral; pero a nivel de la praxis está cambiando el foco, alejándose los estándares objetivos del buen y mal comportamiento, y colocándolo sobre una presunta sinceridad subjetiva y consciencia individual. Por lo tanto, en nombre de la ‘misericordia’ de Cristo, la exhortación tiende a minimizar la gravedad del pecado en lugar de mantener la incómoda tensión bipolar entre ambos que corre a lo largo de los Evangelios.
Para ser justos, AL nos presenta muchas observaciones valiosas y oportunas, y recomendaciones concernientes al matrimonio y la familia para nuestros tiempos turbulentos, notablemente una buena meditación sobre la enseñanza de San Pablo sobre la naturaleza del amor (I Cor. 13). Pero desafortunadamente, estos rasgos positivos de la exhortación son sobrepasados en importancia por las audaces desviaciones de Francisco de la enseñanza y disciplina de todos sus predecesores en relación al cuidado pastoral y estado eclesial de los católicos que viven en relaciones sexuales ilícitas.
La tendencia a pasar por alto graves pecados contra la castidad se muestra en primer lugar por la manera en la que se trata en este documento la anticoncepción. En #80-82 el Papa recuerda la importancia de la Humanae Vitae y reafirma el objetivo inmoral de dicha práctica: “Desde el comienzo, el amor rechaza todo impulso de cerrarse en sí mismo, y se abre a una fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia. Entonces, ningún acto genital de los esposos puede negar este significado, aunque por diversas razones no siempre pueda de hecho engendrar una nueva vida.” Sin embargo, en la sección sobre planificación familiar (#222), esto no se reafirma, y predomina la dimensión subjetiva: “la planificación familiar presupone un diálogo consensual entre los esposos”. Luego se da gran importancia al rol de sus propias conciencias en este proceso de decisión, pero sin reafirmar que las conciencias católicas deben estar formadas de acuerdo al magisterio de la Iglesia. En un tiempo en que violar la ley divina contra el control artificial de la natalidad ha alcanzado proporciones de tsunami entre los católicos, Francisco no va más allá de decir que “se ha de promover el uso de los métodos basados en los “ritmos naturales de fecundidad”; pero no agrega que los métodos anticonceptivos no deben ser “promovidos”, y mucho menos que deben ser reprobados como intrínsecamente inmorales. Por lo tanto, muchos lectores de AL que utilizan métodos anticonceptivos sentirán sus conciencias reconfortadas, en lugar de cuestionadas, en este punto. Dado que el propio Papa parece insinuar que la norma moral objetiva es tan solo un ‘ideal’, si el propio diálogo en la pareja dice que las pastillas o los condones están bien para la situación, no se es culpable de pecado grave por utilizarlos.
Luego, encontramos un enfoque verdaderamente inadecuado sobre la educación sexual. En los seis párrafos completos de AL (280 – 285) dedicados a este tema, no encontramos ni siquiera un reconocimiento a la enseñanza constante de la Iglesia sobre la responsabilidad principal de los padres en esta área (cf., por ejemplo, Familiaris Consortio, 37 y el documento del Pontificio Consejo para la Familia de 1995, “Sexualidad Humana: Verdad y Significado”). En cambio, inmediatamente después de citar la breve declaración del Vaticano II sobre la necesidad de una educación sobre asuntos sexuales “positiva y prudente” conforme a la edad (Gravissimum Educationis, 1), el papa Francisco parece dar por sentado que las aulas son el principal lugar para que esto se imparta: “Deberíamos preguntarnos,” comenta, “si nuestras instituciones educativas han asumido este desafío.”
Sin embargo, el aspecto más preocupante de AL, es el trato que se da en el Capítulo 8 a quienes viven en relaciones sexuales irregulares. No son pocos los fieles paladines del magisterio que nos aseguran básicamente que todo está bien. El canonista Ed Peters insiste en que la exhortación no ejerce ningún cambio sobre la ley de la Iglesia. Eso es cierto, pero ese no es el punto. En los párrafos 302 (última sección), 304 y 305 Francisco envía un claro mensaje a los sacerdotes para que en casos individuales puedan y deban ignorar, en lugar de aplicar, la ley, haciendo excepciones ‘pastorales’ según su propia discreción ‘misericordiosa’. Robert Moynihan y George Weigel nos aseguran que no hay cambios en la doctrina dentro del nuevo documento. Pero esto es verdad sólo a medias. La doctrina moral (es decir, la enseñanza propuesta como ley divina) cambiará efectivamente, no sólo si el Papa la contradice directamente, sino también si la socava relajando las medidas disciplinarias necesarias para protegerla. Lamentablemente, como una pequeña semilla de mostaza con inmenso potencial, esta especie de cambio ha sido plantada cuidadosamente en la tierra fértil de dos notas al pie de una Exhortación Apostólica.
En las notas 336 y 351 a los párrafos 300 y 305 respectivamente, el Santo Padre rompe con la enseñanza y disciplina de todos sus predecesores en la Sede de Pedro al permitirles a al menos algunos católicos divorciados vueltos a casar civilmente (sin decreto de nulidad ni compromiso de contenerse) recibir los sacramentos. Dado que el “el discernimiento puede reconocer que en una situación particular no hay culpa grave” debido a una variedad de factores psicológicos u otros factores mitigantes, Francisco afirma en n. 351 que la “ayuda” de la Iglesia a estos católicos viviendo objetivamente en una relación ilícita puede “En ciertos casos…también [implicar] la ayuda de los sacramentos.” El contexto indica que esto se refiere principalmente a la Penitencia y la Eucaristía. Los comentadores de todas las creencias y de ninguna interpretaron la nota al pie casi universalmente en este sentido, y sus declaraciones proclamadas ampliamente han sido confirmadas por el silencio elocuente de la Sede de Pedro.
He encarado este asunto de los factores mitigantes en mi artículo, “Católicos Divorciados Vueltos a Casar: ¿Imputabilidad Disminuida?” en The Latin Mass, verano 2015, pp. 6-12. (Pueden leerlo aquí)
Al permitir excepciones a la ley de ‘no-Comunión’ para los católicos sexualmente activos en matrimonios inválidos, el papa Francisco se aleja de la clara enseñanza milenaria confirmada por el papa Juan Pablo II en Familiaris Consortio #84, y reafirmada en el Catecismo de la Iglesia Católica (nos. 1650, 2384 y 2390). También bajo la autoridad de Juan Pablo, una Declaración del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos (24/6/2000) afirmó que la obligación de excluir a estos católicos de la comunión “por su propia naturaleza, deriva de la ley divina y trasciende el ámbito de las leyes eclesiásticas positivas” (#1), por lo tanto “ninguna autoridad eclesiástica puede dispensar en caso alguno de esta obligación del ministro de la sagrada Comunión, ni dar directivas que la contradigan.” (#4). De acuerdo a la Declaración, es irrelevante si la imputabilidad subjetiva de los divorciados vueltos a casar puede disminuirse en ciertas instancias. ¿Por qué? Porque la admisión a la Comunión de aquellos viviendo públicamente en una situación que el mismo Jesús llama adulterio transmite claramente que la Iglesia no se toma realmente en serio esta enseñanza de nuestro Señor. Y esto, inevitablemente, causará escándalo – en el sentido teológico de tentar y conducir a otros hacia pecados similares. El papa Francisco reconoce brevemente esta Declaración del PCTL, pero sólo reproduciendo una cita selectiva y engañosa encontrada en la Relatio del Sínodo 2015 (#85). Por consiguiente, tanto la Relatio como Amoris Laetitia omiten por completo el punto principal de la Declaración del 2000, que es la obligación de los sacerdotes y otros ministros de negar la Comunión a los divorciados vueltos a casar civilmente que, “por su propia naturaleza, deriva de la ley divina y trasciende el ámbito de las leyes eclesiásticas positivas: éstas no pueden introducir cambios legislativos que se opongan a la doctrina de la Iglesia.” (sección 1).
Además, esta Declaración señala lógicamente que una concesión a algunos divorciados vueltos a casar, sobre la base de que su conciencia subjetiva puede no ser totalmente culpable, abriría el camino para concesiones futuras sobre la misma base, a muchos que viven públicamente en otras situaciones objetivamente inmorales. Por ejemplo, ahora que algunos divorciados vueltos a casar civilmente pueden recibir la absolución sacramental y la Comunión, ¿no deberían admitirse a estos dos sacramentos al menos algunas parejas del mismo sexo, sobre la misma base (es decir, ‘imputabilidad disminuida’)?
¿Debemos creer que sólo Francisco está en lo correcto sobre este asunto, y que todos sus predecesores, incluyendo a Benedicto XVI quien aún vive, así como el Catecismo promulgado por San Juan Pablo II, han estado equivocados y han sido ‘despiadados’ por no permitir excepciones en esta área? ¿No es mucho más probable que, como en el 1330 bajo Juan XXII, sólo un Papa esté equivocado y que todos los demás Papas hayan estado en lo cierto? ¿Y que, como en aquella situación crítica, se necesite urgentemente una respetuosa “resistencia” pública a Pedro (cf. Gal. 2: 11), de parte de cardenales, obispos, teólogos y otros fieles?