A mi amigo Armando Robles
Llevas muchos años luchando en solitario contra todos los que desde la izquierda y la derecha -como ha quedado demostrado-, nos han llevado a esta trágica, dramática y caótica situación. El panorama no es precisamente para brindar con cava, y el futuro que se vislumbra mucho menos. Sabemos que se avecinan tiempos más difíciles y desagradables que los actuales, a pesar de que se nos quiera emitir un mensaje de que “aquí no pasa nada”. Tu esfuerzo amigo Armando, está siendo titánico y fuera de toda duda, pero no es menos cierto que eres una persona, un ser humano que también necesita respaldo, apoyo y estímulo. Por eso hoy, cuando ya empezamos a no estar seguros ni en nuestra propia casa, he querido dedicarte esta carta con el fin de darte ánimos para seguir en la brecha, pues después de lo que llevas recorrido y batallado con notable avance en lo personal y profesional, cada vez es más la gente que tiene puestas sus esperanzas en tu proyecto. Por tal motivo, he rescatado este relato que creo te servirá de acicate para continuar en este combate por España.
“Cuentan de un viejo albañil, que cansado ya de tantos años de trabajo y contando con 60 años de edad, deseaba retirarse aunque fuese con una pensión inferior a la que obtendría si alargaba su retiro hasta los 65 años. Prefería adelantar su jubilación y dedicar esos cinco años de su vida a su familia, a sus amigos, y a esas pequeñas aficiones que se dejan de lado por cuestiones meramente laborales. Así se lo comunicó al dueño de la empresa donde trabajaba, a quien le entristeció mucho la decisión de su mejor oficial, y le pidió por favor, que si le podía construir una última casa antes de retirarse. El albañil aceptó la proposición y empezó la obra, pero, a medida que pasaba el tiempo, se dio cuenta de que su corazón y su mente, no estaban dedicados por completo al trabajo que realizaba.
Arrepentido de haber aceptado esa última oferta, el albañil no puso el esfuerzo y la dedicación que siempre había demostrado en su trabajo a lo largo de su vida laboral. Realizó la obra sin apenas entusiasmo y sin poner atención en los pequeños detalles. Era consciente de no ser una buena forma de terminar su brillante etapa profesional a la cual había dedicado la mayor parte de su vida, pero, era evidente que se ponía de manifiesto esa célebre frase acuñada en el mundo de los asalariados: “Para lo que me queda de estar en el convento…”. En definitiva, que la abulia, el hastío y el abatimiento se habían apoderado de él. Cuando finalizó el que sería su último trabajo, fue minuciosamente inspeccionado por el dueño de la empresa, y que durante tantísimos años había sido su Jefe. Al terminar la inspección, le dio la llave de la casa al albañil y le dijo:
-Este es desde este mismo instante tu nuevo hogar para que lo disfrutes con tu familia; acéptala como muestra de agradecimiento a los mas de 40 años que has estado trabajando en junto a mí en esta empresa, y por la que has luchado tanto o más que yo.
El albañil no sabía dónde meterse; sintió que las piernas le temblaban y el mundo se desmoronaba a su alrededor. Jamás había sentido tanta vergüenza como en aquel momento. Es obvio que de haberlo sabido, hubiese hecho ese último trabajo de manera diferente. Hubiese trabajado con toda la ilusión y con fijando en los detalles un gusto exquisito”.
Pues bien, esto es lo que suele ocurrir a menudo con cada uno de nosotros. A diario iniciamos proyectos en nuestras vidas, en los que creemos haber puesto el esfuerzo necesario para que prosperen sin tener en cuenta factores como el tiempo de dedicación que precisa ese proyecto y el momento elegido para llevarlo a cabo. Luego, más tarde, analizamos los resultados y valoramos nuestras verdaderas necesidades; entonces caemos en la cuenta de que nuestro “fracaso” no ha estado en ese resultado insatisfactorio de ese proyecto concreto donde han influido factores externos, sino en otras obligaciones que teníamos aparcadas y dejadas de lado como la familia, los amigos y la salud. Nos preguntamos por la posibilidad de recuperar el tiempo perdido porque nos comportaríamos de forma diferente, pero, la mayoría de las veces es demasiado tarde y, naturalmente, no podemos retroceder en el tiempo.
Recuerdo lo que me dijo un profesor que tuve cuando cursaba mis estudios primarios, don Gonzalo Solaz (DEP): “La vida es un proyecto que realizas tu mismo. Tus actitudes, tu comportamiento, y las selecciones que haces hoy, construirán la casa en la que vivirás mañana”.
Recuerda Armando que cada uno de nosotros somos ese albañil; cada día colocamos un ladrillo, ponemos una teja o allanamos una superficie con hormigón. Trabaja como si no necesitaras el dinero; ama como Dios quiere, como si nunca te hubiesen herido; actúa como si nadie te observara. Para el mundo, tal vez tú seas una sola persona, pero, para alguna persona, tal vez tú seas el mundo.
¿Tendremos hoy jueves nuestra correspondiente Ratonera?
Nota del administrador: Claro, a las 22 horas.