¿A quién o quienes representan las tiorrias de la CUP cuando salen proclamando sus fulminaciones contra el uso de tampones o compresas para la menstruación porque son “contaminantes”? ¿En nombre de quién habla la que alega que cualquier crítica contra el vídeo en el que aparecían dos follando en el metro, significa la España de la Inquisición? ¿Es abanderada de alguna mujer real la de Podemos cuando llevó al bebé (la asistenta ecuatoriana se quedó en la puerta) a la Cámara para dar la nota rupturista-festiva? ¿Y las puercas que apuestan por aparecer con la sangre del periodo a la vista en una hecatombe de marginalidad vampírica? Eso sí, todas ellas, la antisistema de profesión, mamando del erario público y con buenos sueldos, que los avíos del puchero no les han de faltar, ni las dietas, ni los taxis pagados para que no tengan que degradarse utilizando el transporte público, ni tampoco les faltan los móviles y las tabletas regaladas. Digo yo que, con el riñón cubierto, eso de preconizar el uso de esponjas marinas reutilizables y copas vaginales por mor del calentamiento global, es un tipo de moral chusmona subvencionada, sin otro fin que ofender y vejar a las mujeres reales, a las de la España que madruga.

Eso sí, madruga para irse a trabajar si tienen la suerte de estar empleadas o a formar las colas del INEM o del Banco de Alimentos o las autónomas que trabajan prácticamente para pagar. A estas mujeres no les interesan las esponjas marinas, sino llegar a fin de mes y como no han tenido la suerte de apoltronarse en un escaño, ni de salir “electas”, no tienen tiempo para “dar la nota progre” que es una “nota” apolillada tipo años sesenta con los “Hijos de las flores” pero en más cutre, más landista. No nos representan, ni a las autónomas, ni a las empleadas, ni a las paradas, ni a quienes tienen que recurrir a las dádivas del Banco de Alimentos, ni tampoco a “las madres de aeropuerto” esta nueva clase social femenina de la que formo parte.

¿Qué qué son “las madres de aeropuerto”? Alárguense a uno de ellos y seguro que nos identifican, estamos ahí, tragando saliva y sudando hiel y acíbar, con el crédito de pagar el curso de idioma intensivo aún coleando, despidiendo a nuestros hijos que, con poco más que la mochila, la licenciatura bajo el brazo y el ordenador portátil y en vuelo low cost pillado por internet, tienen que emigrar a buscar fuera de España lo que su Patria les niega. A las 6.500 enfermeras que se han tenido que marchar a buscarse las habichuelas en otros horizontes, seguro que les importan un carajo las “copas vaginales” que postula la individua de la CUP, las que van a Inglaterra o Portugal lo tienen más fácil, pero las que aterrizan en Alemania lo pasan fatal, porque “la tierra de acogida” acoge si vas con el burka y el turbante y en plan follonero-yo-tengo-mis-derechos, a los nuestros no les dan gratis ni el aire que respiran y llegan pagando los cursos de idiomas “de integración” y les dan menos ayudas que las que recibió el Santo Job en el estercolero. Tampoco nuestros niños emigrantes van a mamar subvenciones, sino a partirse el pecho trabajando, convalidando carreras, obteniendo el certificado de capacitación y con más horas de estudio y de codos en el lomo que pelos tienen en la cabeza (iba a decir en otra parte) todos los podemitas juntos y de paso el bigote de Maduro, mocoso y baboso como lo lleva.

¿Cómo nos van a representar esas mangurrinas a las madres corriendo para Correos con los paquetes llenos de gloria bendita, ese lomo al vacío, ese jamón Navidul, ese café Marcilla cuyas etiquetas atesoramos con más mimo que el cuponazo, esa bendición de Dios de comida española, haciendo la cola en la ventanilla de “envíos”? Y luego el palo. Normal. Con dos millones de hijos e hijas emigrados ya se olieron los políticos que algún rédito habrían de sacar y encarecieron los precios hasta extremos insoportables para las economías medias. Total que la madre se da la vuelta y se pone en el internet para decirle al hijo que es carísimo que si… Pero los españoles de afuera ya lo saben, porque hacen camarilla y se cuentan las cosas tipo “mester de juglaría” pero por las redes y conocen las empresas de transportes que son más caritativas, las que no tratan de esquilmar a los padres y madres que les mandan cada dos meses un paquete a los hijos.

¿Qué están murmurando? ¿Que por qué guardamos las etiquetas de café Marcilla? Pues porque hacen un sorteo y regalan el billete de ida y vuelta a los emigrantes, bueno, al afortunado que le toque en suerte y todas nos sentimos protagonistas del anuncio del chico que regresa. ¿Nos interesa la polución de las compresas que condenan las mangurrinas de un partido político? Mierda para las bocas de todos ellos juntos, que quienes se van no son piojosos semianalfabetos, ni enchufados que llevan toda la vida chupando de la política y que un día se van a morir atrincados al sillón y se van a enterar los compañeros cuando la señora de la limpieza ya le haya pasado tres días consecutivos el trapo del polvo al tío y ve que no se mueve, sino lo más bueno y lo más bello de España. Los cerebros que aquí nos sobran, porque apostamos por garrapatas descerebradas, así que se ve que la inteligencia, la voluntad, el mérito y el esfuerzo no tienen adonde agarrarse quitando al café Marcilla, que ese regala un billete.

¡Ay nuestros médicos lampando por el mundo! Los mejores curriculums a Estados Unidos, los otros a repartirse. ¡Ay nuestras niñas enfermeras bregando en Alemania con el idioma y haciendo labores de auxiliares y de lo que les manden! ¡Ay nuestros economistas, abogados y científicos! Y hablando de ciencia y de sanidad, tampoco nos representa por supuesto Ana Mato, la que fuera Ministra de Sanidad mientras emigraban los científicos más brillantes y que ahora va a nada más y nada menos que ¡un foro o no se qué pamplina de la Unión Europea! Y no se ve que esa muchacha lleve muchos codos gastados en excelencia académica, ni muchos créditos pedidos para hacer los intensivos del tercer idioma. Pero tiene lo que es más importante en esta España que se empobrece cada vez que despega un avión cargado de esperanzas rotas y de propósitos intactos: tiene un enchufe. Y en España “el enchufe” siempre ha sido sinónimo de excelencia profesional. Ser pelota y vasallo del que apunta con el dedo para “el cargo” es más meritorio que cualquier doctorado, por lo menos más meritorio a la hora de hacer números con los ahorros del calcetín : parece que cunden más. Esos no necesitan recortar cupones del café y guardarlos en un sobre.

No nos representan. Ninguna de ellas. Ni “las profesionales de la ruptura y enseño-las-tetas-en-una-capilla-para-ofender” ni las dementes populistas con sus fabulaciones de mierda, ni las enchufadas “de toda la vida-que-no-se-hacer-otra-cosa-que-decir: ¿y de lo “mío” qué?”. Que se metan todas juntas en un avión, en primera clase porque ellas pueden y se vayan directamente al carajo. Porque ni queremos ser como ellas ni mucho menos nos representan.