Amantes informáticas
Hoy le ha tocado el turno a Penélope, que me ve como su Ulises, aunque mi regreso a Itaca se esté prolongado más que el de Homero y ya no necesite atarme al mástil del barco para no caer en la tentación del cántico de las sirenas, porque me hallo en ese lugar impreciso donde uno no sabe si va o viene de regreso. Mi Penélope, incluso me incluye su apellido o el que utiliza para estos fines, me dice que busca una aventura cerca de mí. ¡Pobre ilusa no sé qué clase de aventuras puede encontrar en un hombre ya agotado de amor, de tanto haber amado!. Ignora que ya estoy de vuelta de aquellas apasionadas hazañas convertidas hoy en recuerdos nostálgicos de una época que sé jamás regresará. ¡Que más quisiera yo, mi desconocida Penélope, que estar en condiciones de poder acudir a tan sugestiva aventura y tener la fuerza de voluntad de renunciar a ella, no por la cantidad de años que cargo sobre mis espaldas, sino por mantenerme fiel a la promesa que hice a la mujer que me acompaña de amarla y venerarla hasta que la muerte nos separe!. Sé que no es lo que se lleva actualmente, pero en algunos aspectos sigo siendo algo troglodita y no me arrepiento de ello.
Hoy sólo me quedan rescoldos de lo que ayer fue una gran llama y se consumen junto a esta gran mujer que ha sido capaz de soportarme durante tantos años. Ignoro quién se esconde bajo el nombre de la heroína de epopeya griega. No sé incluso si ése será su verdadero nombre o vaya usted a saber cómo se llama realmente esa dama o damisela que afirma desearme sin haber llegado a conocerme. Como si el amor fuera un sencillo juego de azar. Jamás, mi desconocida Penélope, lo he considerado así y esta manera de enfocarlo me ha causado enormes pesares y no pocas y amargas decepciones. Espero que no las sufras tú en esas aventuras con tu posible “Homero” de turno, ni que tengas sobre tu conciencia la responsabilidad de causarlas al iluso que sucumba a tus insinuaciones. Hay hombres tan necesitados de amar y ser amados que se aferran a la primera oportunidad que aparece en sus vidas sin la debida precaución ante su extraña procedencia e incierto resultado. Yo jamás podría acallar los gritos de mi conciencia si fuera culpable de las lágrimas o el sufrimiento de una mujer por un amor fingido y doloso.
Ayer fueron Tatiana, Elena, Menchu y un largo etcétera que no lleva visos de acabar. A unas les interesa una aventura, a otras mi amistad y hay algunas que prefieren mi perfil. Al menos, eso es lo que me indican en su correo de Internet. ¡Y yo con estos pelos, ajeno al revuelo que estoy ocasionando en ese extraño y anónimo gallinero!. No sé a qué mujer puede interesarle el perfil de un hombre un tanto pasado de rosca y desconocido. Deben andar desesperadas o ha de haber gato encerrado, yo más bien diría voraces panteras, en esta masiva solicitud. Desconozco asimismo cómo se habrán enterado de mi existencia y a qué tipo de mi perfil se referirán, ya que según el DRAE, puede ser “la postura en que no se deja ver sino una de las dos mitades laterales del cuerpo”, o “el conjunto de rasgos peculiares que caracterizan a alguien o a algo”, entre otras definiciones que no vienen al caso. No se pues a cuál de estas acepciones se referirán mis comunicantes. Lo que sí resulta extraño es que me conozcan lo suficiente como para interesarse por mí. No sé si aluden a esos rasgos que según el diccionario me caracterizan o al lado que ofrezco según sea observado desde la diestra o la siniestra. Cuestión que jamás me he planteado, pues nunca me han interesado las posibles diferencias de mi perfil anatómico.
Me agradaría conocer la fórmula que utilizan estas desconocidas seductoras para forjarse una idea tan precisa sobre mi persona y solicitar esa relación, ya que ni mi mujer, ni yo mismo, hemos podido averiguar cómo soy en realidad y mucho menos cual es mi lado bueno o malo, ya que considero que este asunto sólo puede interesar a los actores y actrices en sus poses para películas y reportajes. Aunque sí me preocupa y no por razones estéticas, sino por elementales motivos de salud, vigilar la llamada “curva de la felicidad”, vulgo tripa.
Pienso que como siga esta saga de mujeres interesadas, voy a tener que tomármelo en serio. Ya hasta recibo mensajes a través de Facebook invitándome a que “busque una aventura en mi vecindario”. Es decir que saben donde vivo y están cerca, incluso puede que algunas se crucen conmigo en mi paseo por las calles. El día menos pensado me encuentro a una de estas acosadoras del “amor fingido y ocasional” esperándome en el rellano de la escalera de casa. Deben haberse equivocado de hombre, pues por mucho que me observo ante el espejo no encuentro ese poderoso motivo de alucinación generalizada. No es pues normal este aluvión de candidatas, sin tener en cuenta mi edad y condiciones sociales, familiares y físicas. Ni aún siquiera saben si el taxi se encuentra “libre” y el motor funciona en las debidas condiciones. Me temo que muchas de ellas pretenderán pescar un tiburón y sólo encontrarán salmonetes y japutas en las procelosas aguas de su búsqueda. Este desmadre tan reiterado quizás se deba al tremendo hastío que hoy invade a nuestra sociedad. Una deprimente circunstancia proclive a la excesiva proliferación de candidatos dispuestos a caer en la tentación de estos atrevidos juegos amorosos y sugestivas insinuaciones.
Nos han lavado el coco de tal forma que lo que ayer era blanco, hoy nos parece gris y lo que es gris, lo vemos más negro que el carbón. Vivimos una época en la que vamos cuesta abajo hacia el cambio absoluto y decadente de costumbres, valores éticos y recato femenino. Estamos tan habituados a la degradación, que buscamos desesperadamente emociones y alicientes sin que tengamos en cuenta las normas morales y la dignidad necesaria para diferenciarlas de lo que es simple y burdo instinto animal. Nos prestamos a aceptar todo tipo de incentivos que nos permitan liberarnos de la monotonía que nos domina y a satisfacer las más bajas pasiones, sin importarnos las posibles y dolorosas circunstancias que se puedan producir. Un punto de vista que estas “adictas a nuestros perfiles” aprovechan para engañarnos y hacernos creer que con ello podremos superar una realidad que no nos gusta.
También puede tener su consecuencia en el aburrido día a día de la actual ama de casa, con tantas y nuevas tecnologías y máquinas que lo hacen todo. Al no saber cómo ocupar su tiempo, buscar un posible aliciente a través del ordenador, pues ya se ha cansado de tanta televisión basura, esa Belén ya demasiado pesada y pasada con su repetida historia a todas horas y sus nada graciosas chabacanerías y todos esos continuos y absurdos cotilleos de pandillas televisivas, que sonrojarían al más elemental diccionario para “peques”.
Sin embargo, antes de emprender esa aventura de imprevisibles resultados, estas féminas de Internet deberían sopesar qué terreno pisan y qué pueden encontrar al otro lado del correo. Si así lo hicieran, podrían rectificar a tiempo cuando algún candidato no de el “perfil” apropiado. Asimismo se percatarían de que algunos de sus elegidos ya han perdido el último tren para llegar a esa apetecida estación y otros no disponen ya de puente levadizo capaz de levantarse; ni aunque se tratara del mismísimo “ Queen Mary”. Caso de que sea éste el fin que persiguen y no se trate de mantener una relación amistosa más o menos sincera y confidencial, que no viene tampoco nada mal, aunque mucho me temo que éste no sea el objetivo de estas sirenas de las ondas electromagnéticas.
¿Por qué ese empecinado intento de buscarme pareja o relación, cuando yo tengo la mía desde hace cincuenta años y no necesito repuesto. Aparte de que no podría abarcar más campo que el de mi pequeña y bien cuidada parcela. Ni que yo fuera Ronaldo, Messi o George Clooney. ¡Qué más quisieran ellos!. (Es una broma). ¿Qué pasaría si en un momento de ingenuidad cayera en la tentación y me arriesgara a una amistad o correspondencia con esa mujer que se me ofrece sin tener la más puñetera idea de quién soy, a qué me dedico, cuáles pueden ser mis intenciones y en qué condiciones físicas y mentales me encuentro?. O andan muy locas y desinhibidas para prestarse a una prueba cuya trayectoria y desenlace ignoran o los promotores de este tocomocho del corazón y los sentimientos han encontrado en la insaciable voracidad informática el terreno apropiado para realizar estas experiencias y negocios. No quiero decir que todas las empresas que se dedican a este tema sean un timo más o menos encubierto, pero sí que abundan entre ellas las que lo son. No creo que todos cuantos navegan por Internet se encuentran en condiciones de interesar y enamorar, pues muchos ya habrán pasado el “rubicón” de sus vidas y viven con el peso de los recuerdos. Lo más curioso es que mencionan nombre, apellidos y en algunos casos datos que sirven de identificación, como si la remitente te conociera. Esta circunstancia, me figuro, ocasionará en algunos la falsa y secreta vanidad de que el mensaje no es un equívoco o un negocio más o menos lícito, sino que detrás de esa llamada se esconde una mujer que está realmente interesada en conocerle y entablar esa amistad. En mi caso, no encuentro una posible y plausible explicación.