Alexander Van der Ballen.

Austria ha dado otro giro a la derecha identitaria que podría surtir el efecto de un tsunami en el resto de Europa. Pese a la victoria del progresista Alexander Van der Bellen (Los Verdes) en las elecciones presidenciales celebradas el domingo en Austria con el 50,3% de los votos, su ventaja sobre la derecha identitaria es de apenas 31.000 votos de ventaja, según anunció este lunes el ministro del Interior, Wolfgang Sobotka.

Van der Bellen se impuso al candidato del Partido por la Libertad, Norbert Hofer tras el recuento de los votos por correo, que han resultado definitivos.

Norbert Hofer defendía el mensaje de “los austríacos primero”, el cierre de fronteras a los extranjeros y el “social-patriotismo”.

Por su parte, Van der Bellen, un izquierdista de 72 años, ha manejado un mensaje europeísta, de apertura a los refugiados y ha vendido su imagen de hombre moderado y tolerante.

Ya en la primera vuelta electoral, el pasado 24 de abril, el voto a distancia acortó en 2,2 puntos, a favor de Van der Bellen, la distancia entre los dos aspirantes, que quedaron en los dos primeros lugares de un total de seis candidatos (quedaron excluidos de la segunda vuelta el Partido Socialdemócrata y el Popular, socios en la gran coalición de Gobierno).

El discurso contra la reversión cultural y étnica ha calado en Austria hasta tal punto que ha logrado dividir al país, tal y como muestran los resultados electorales. No obstante, no se trata de algo nuevo en Austria, donde la derecha identitaria tiene su público y ha llegado a tener representación: en 1999, el FPÖ rozó el 27% de los votos y formó coalición con el Partido Popular (ÖVP).

Esta vez, la base del discurso de Norbert Hofer se ha centrado en el rechazo a los refugiados, que ha reforzado la idea de la prevalencia de lo autóctono frente a los foráneo. El Partido por la Libertad ha culpado al Gobierno y a los refugiados de las dificultados económicas por las que han atravesado los austríacos y ha logrado convencer a casi a la mitad de los electores.

Al final, los 800.000 votos por correo han decantado el resultado, que no hace sino retrasar el inevitable rumbo de los acontecimientos en un país que, como el resto de Europa, se juega el ser o no ser de la Civilización que le ha dado forma y sustancia por espacio de siglos.