Saboteadores de ideales
A pesar de todo lo que ha sucedido, todavía son legión los que siguen creyendo que «esto» es una democracia. No me refiero a la tropa de zapadores y saboteadores de ideales que ha invadido la sociedad política, los medios de comunicación, los sindicatos y las universidades. Toda esa gente sabe que si se publicara lo que muchos de ellos conocen con precisión, «esto» se derrumbaría en cuestión de horas. No sólo por el alcance real de la corrupción. Hacen depender la continuidad de sus fueros y privilegios de la capacidad que atribuyen al sistema para ocultar la verdad, y hacerlos vivir confortablemente sentados en la mentira. o se han parado a pensar, porque no les conviene, que si este régimen no resiste el conocimiento público de la verdad, según el juicio que impera en sus conciencias de la realidad, eso prueba que no hay buena fe en su afirmación de que «esto» es democracia. Pero no son tan ignorantes ni tan hipócritas como parecen cuando se les trata. En su cínico realismo de trepadores sin escrúpulo han encontrado el freno cultural de su caída en la depravación y un flexible trampolín para dar saltos oportunistas, cuando la relación de poder cambia.
Yo publico mis reflexiones políticas para consuelo o placer de quienes esperan recibir de otro mejor informado, o más experto en política, la confirmación de lo que ya presentían sin saber por qué. Me gusta escribir para las personas cuya información sobre la malevolencia de los poderosos pesa menos en sus juicios personales que los prejuicios benévolos sobre esta Monarquía de los partidos y los nacionalismos. No es sólo por la satisfacción que procura eliminar errores y aclarar confusiones. Escribo para influir con ideas en la cristalización de un tercio «laocrático» de la sociedad (término derivado de «laós», la parte viril y políticamente activa del demôs), en torno al núcleo más sensible y valiente de la comunidad. La parte que Locke elevó a categoría de grupo constituyente de la libertad política. Este tercio más inteligente está al cabo de la calle del carácter incorregible de la partitocracia. Pronto tendrá que emprender la conquista de la libertad política, para llegar a la democracia por la vía de la reforma radical de esta corrompida oligarquía de partidos.
La naturaleza de un régimen sólo se conoce cuando se ha percibido la clase de espíritu civil que anima las formas jurídicas en el Gobierno y la jerarquía de valores en la sociedad. El espíritu de la Transición, el que embarazó al reino de un partido para dar a luz la Monarquía de varios, no fue el de la libertad, sino el de la reconciliación. No el del respeto a las ideas o creencias minoritarias, sino el de la despectiva tolerancia. No el de la potestad de la sociedad, sino el de la autoridad del Estado. No el de la apertura mental, sino el del consenso. No el de la distribución del poder por la libertad, sino el del secreto reparto entre poderosos. No el de la libertad de expresión, sino el del pacto de silencio. No el de la confianza en el porvenir, sino el del miedo al pasado. No el de la producción económica, sino el de la especulación. No el de la distribución de la riqueza por trabajo e inversión, sino por la prevaricación de funcionarios. No el de la descentralización y desconcentración del poder estatal, sino el de la centralización y concentración de poderes autónomos. No el de la cultura sin adjetivos, sino el de la posmodernidad. ¿Cómo extrañarse de que el fruto político de este espíritu civil, cobarde y corrompido, sea un régimen de cobardía y de corrupción? A esto llaman democracia los saboteadores de ideales.
Usted publica y su visión amplía nuestro horizonte. Aun así, el diagnóstico está claro. Falta el tratamiento. La abstención resultaría efectiva si fuera ampliamente mayoritaria.
Muy acertado el artículo el cual suscribo al cien por cien.
Hoy día en España, desgraciadamente solo hay que preguntarse qué es eso que tan pomposamente llaman “democracia”. Dónde está? Existe? (sin comentarios)
Ahí está el problema, Quique, en que esto NO es democracia, no puede serlo. Dicen que lo es, y además avanzada y supermegaguay, pero es una mierda pinchada en un palo, para nosotros claro. Para los golfos es su modo de vida y de quedar siempre impunes. Y no es democracia porque nuestra constitución no separa los poderes en origen, es decir, en elecciones distintas, diferentes, en tiempo y forma. Ha de haber elecciones para el jefe del ejecutivo, sea república o monarquía, que habría que decidirlo por todos primero, y luego, en otra fecha separada, el legislativo, los diputados,… Leer más »
Totalmente de acuerdo. Solo me queda la triste reflexión de: “Es tan difícil de comprender esto por esta sociedad que tenemos?”
Esa pregunta es excelente y la clave de todo. No sé si no quieren entenderlo o les da miedo. Creo que más lo segundo. O aceptar que venimos siendo engañados 40 años no gusta y mejor negarlo, claro. En efecto, es tristísimo.
Un saludo
Estupendo artículo, que destapa todas las taras congénitas y perversiones de esta “fantacracia”.
Aunque creo que don Antonio es muy optimista al considerar que existe, o puede llegar a existir, un tercio “laocrático” en esta sociedad anestesiada, máxime cuando estos Judas han hecho todo lo posible por degradar el sistema educativo hasta convertirlo en una máquina de implantar chips de “pensamiento único”.
Ojalá sea, o llegue a ser un tercio y, gracias a las lúcidas enseñanzas de personas como don Antonio, que esta fracción de la sociedad siga creciendo hasta alcanzar la “masa crítica”.
Piensa el ladrón, que todos son de su condición. El problema de ésta cleptocracia, que no democracia es, que quienes la manejan, no creen, sino que saben a ciencia cierta que la mayoría, son de su condición. saben que, aunque roben diez o cien millones cada uno, si reparten unas migajas a sus clientes, no serán castigados ni en las urnas ni en los tribunales, sus clientes, serán sus cómplices. En los tribunales, en el peor de los casos, pagarán con la calderilla y una pequeña temporada en el Hotel Rejas (no en una cárcel de verdad) y después ¡a… Leer más »
Más claro agua, quien tenga oídos que escuche.