Apuntaciones a lo que está pasando en el mundo y en España
A lo largo y a lo ancho del mundo están pasando cosas que a cualquier persona sensible le llaman la atención y no dejan de preocuparle. Por una parte vemos señales de creciente progreso y prosperidad en países de este y aquel continente, como Canadá -por ejemplo- en Norteamérica, China en Asia, en Oceanía Australia y Brasil en Sudamérica. Pero también en todos los continentes, incluído Europa, la televisión, los periódicos y la radio nos dicen a diario que hay crecientes signos o indiscutibles hechos de catástrofes mediambientales, guerras civiles, inestabilidad financiera o crisis económica, Estados nacientes y Estados en quiebra, nacionalismos de cortas miras y airados, y negación o abuso de derechos humanos. Valga como ejemplo lo que desde hace un mes se ha armado y se viene desarrollando en una buena parte de los países musulmanes, sobre todo en los situados al norte de África.
Todos estamos convencidos y nos sentimos orgullosos de que el progreso tecnológico siga avanzando. Casi ningún día se pasa sin que nos enteremos, y sirva también de ejemplo, de que -casi siempre en Estados Unidos, en Alemania o en Gran Bretaña- se han descubierto o inventado nuevas técnicas de prevención, tratamiento o curación de enfermedades, o nuevos instrumentos de entretenimiento o trabajo digital informático. Pero también desde hace tres o cuatro años no dejamos de ver, leer y escuchar que tres o cuatro países europeos, algunos americanos, bastantes africanos y dos o tres asiáticos sufren agudos tumbos y sacudidas duras en ese complejo y semioculto -o nunca bien claro- mundo de los gastos e ingresos, los impuestos, las finanzas, las ventas y el comercio. En España, vuelvo a los dichosos ejemplos, el caso de Nueva Rumasa nos revela que las empresas, la banca y el mercado están siempre expuestos, pero ahora más que nunca, a diversos tipos de tormentas, vientos y olas que van y vienen de aquí para allá o de allá para aquí sin que nadie sepa o pueda hacer frente a tan duro riesgo de hundimientos. Buitres y cuervos vuelan y chillan a diario, graznan y roznan loros y cotorras, pero nadie nos convence de que al timón de la economía y de la política se hayan puesto nuevos pilotos, o al menos existan al frente de los necesarios observatorios aquellos expertos en el rumbo de las tormentas…
En nuestro planeta vivimos en estos momentos más de 6.000 millones de seres humanos, ridículamente separados en un amplio número de naciones que algunos descerebrados aún pretenden incrementar. Entre esas naciones hay poco más de media docena grandes, cerca de una docena pequeñas y el resto medianas; todas ellas ricas (las menos) y pobres; todas pacíficas y belicosas, según las circunstancias; y todas exhibiendo lo más posible sus himnos, sus banderas, sus fuerzas armadas, sus oficinas de representación y sus palacios de gobierno de acuerdo con algo más de lo que les permiten sus respectivas posibilidades. También hay cerca de 20 conflictos armados, en estado de guerra o preguerra que la ONU trata mas o menos en serie de remediar. El principal de esos conflictos se encuentra situado en el arco formado por las tensiones existentes desde hace muchos años en Irak-Irán-Afganistán-Pakistán-Cachemira, al que desde hace un mes se ha unido el integrado por las naciones del norte de África (desde Marruecos a Egipto) y las del Golfo Pérsico y península arábica. No podemos considerar una simple casualidad que todas esas tensiones estén protagonizadas por pueblos musulmanes.
¿Y España? Nosotros estamos casi en paz, porque mientras existan ETA y nacionalismos exacerbados no podemos considerarnos al cien por cien tranquilos. Vivimos unas confusas circunstancias políticas, económicas y tecnológicas, con nuestros políticos -gobernantes u opositores-, servidores públicos nacionales e internacionales, bancos y empresas grandes, medios creadores de opinión, etc., queremos creer que haciendo cuanto pueden para que las cosas vayan mejor de lo que están, que están bastante mal, o por lo menos tratando de que no vayan a peor…
¿Cuál va a ser nuestro futuro? Sin duda alguna progresaremos más o menos pronto, pero siempre más tarde de lo conveniente y necesario. En nuestro horizonte internacional como en el casero se ven, perciben o intuyen demasiadas tormentas, nieblas y vientos por superar o sortear. No, los años que vienen no van a ser fáciles ni agradables. Por eso debemos rogar a Dios, y dar con el mazo adecuado allí donde haga falta, para que tengamos cuanto antes los pilotos y navegantes capaces de mantener España a flote y en condiciones de realizar el rumbo que le exigen su destino histórico y el bienestar de los españoles.