El carguillo de Juanillo
-Mira, hijo, o te comes las acelgas, o se te pondrá la cara de ese señor.
Las madres saben mucho de esas metamorfosis, y de las acelgas. Lo que se ve en TV –un espanto- es como para tragárselas de golpe, y que Dios nos libre del personaje a la vista, que generalmente es un mangutilla, indignado de sí mismo, un paliza, con cara de percebe –siempre sin corbata, no sea que le produzca un crup, o una angina de Vincent- al que sus progenitores, en un acto de fe, y caridad, le celebran, y adivinan gestos de capitán Araña, cuando se ha mostrado incapaz de superar las matemáticas más elementales, cuatro renglones de dictado sin ocho faltas de ortografía, y otras tonterías similares. Etéreo, en el peor sentido de la palabra.
En el mercado, para entendernos, duro mercado, simple carne de cañón. ¿Para qué andarnos con medias tintas?
Y este esperpento, es lo que se ve a diario, y a nadie le espanta que estos especímenes se hayan sentado en sillones de poder, y explayen su ineptitud, su cerrazón, y su carencia generalizada, que es una campaña electoral per se. ¿Estamos tontos? Sin duda. Les acompaña el odio africano a la civilización, a los yankees, a la OTAN, y al euro, que huye de ellos, hasta que le arrinconan en el ayuntamiento, ayudándose de un códice Calixtino, a ser posible, le pisan el rabo, y lo disfrutan como arapahoes.
Por fin, la justicia macabea, reina de la ignorancia supina, parece acariciar sus nalgas, y les produce gustirrinín. Malamente, pergeñan una regla de tres, incluyéndose en el cálculo, y no les sale, sencillamente, porque no saben de eso, ni de nada.
-¿Sabe usted algo?
-Nada, de nada. Tenga la seguridad, buen hombre.
-No se preocupe. Ahí tiene un despacho, una buena butaca, y a calentarla con el trasero. Eso es todo. Ya le traeremos los cuartos a final de mes, y usted sólo tendrá que gastarlos. Hale, majo, que para eso estamos, y hemos ampliado capital, con nuevas tasas sobre la honradez, el conocimiento, y la decencia, competenciales.
-Las gilipolleces, las ocurrencias que le sobrevengan, e incluso los limaquillos, se los dicta usted a una secretaria del pool –una auxiliar, que se ha matado en una dura oposición en la que se exige ni se sabe, como si fuese para cátedras- que se apresurará por pasarlas –a la brevedad- al papel institucional, verjurado, y con aires ministeriales, y le dará copias para distribuir por el barrio, y que puedan comprobar su integración vocacional.
-Pero… tío.
-No, el café, señor Pichirriqui, se lo servimos a media mañana. Aunque si le da por un bocata de rabas, o de chopped, no tiene sino ordenarlo. Para eso estamos. Y no trague saliva, que le han votado, y eso es tabú, tabú.
-¿A mi? ¿botado? ¿elegido?
-No, votado. Aquí no se elige. Qué tontería… elegir. ¿Para qué? Ya elige el jefe de filas –que es el que sabe de eso- en una cena, o en una francachela. Se vota a las siglas, verdad majo, pero da igual. ¿No estaba en la lista?
-Si. Me pusieron el veintisieteavo, porque operaban a Sebastián Jiménez. ¿Me ha tocado la terminación?
-Pues, eso. O la centena, o la serie. Es lo mismo.
Eso tiene la política, la nuestra, y los sorteos del la ONCE. De ahí a ser un tiranuelo, queda muy poco. Unos meses de acomodación, que cualquier espabilado aprovecharía para estar calladito, y ver si cuela. Pero, no. No pueden. Es como los gases, que se escapan en un pispas. Intoxicados de vesanía, se hacen notar, y se desenroscan. Y empiezan a cavilar, llaman a sus parientes, hacen dibujitos sobre un papel, se tiran del pendiente, se tocan lo que no deben, descuelgan el teléfono, escuchan el ruidito, ponen los pies sobre la mesa, se rascan la cabeza, de la que surge una nube de caspa, piden un café con pastas… y se lo traen. ¿Será posible? Hay que cambiar esta decoración. Es un poco cutre, piensan, como que no les va. Va a ser que no. El ego se les pone rampante, de súbito, como un vómito negro, y se crecen en la memez.
-Deberían haberlo preveído. ¡No están a lo que deben! ¡Se van a enterar de quién soy!.
-¿Y quién operaba a Sebastián? ¿Un puto cirujano, o un pringao de la zona?
-El mejor que hay en Zaragoza, que ha estudiado en Houston, en Princeton, y opera al rey de las chirlas.
-Ah, coño, coño. ¡Qué suerte! Pues, hala, a disponer, que son cuatro días.
-No se hable más. Y, cuidadín conmigo, tío, que te crujo.