Algo no encaja
Luis Ventoso.- Me quedé flipado. Llegué a tiempo de ver la segunda parte del España-Turquía. El equipo del titular del Marquesado de Del Bosque había recuperado la formidable tela de araña del tiki-taka. Aquellos legionarios turcos se volvían tarumbas entre un sinfín de pases eléctricos y no olían la bola. España goleaba jugando de traca. Pero no fue eso lo que me llamó la atención. Lo que me dejó asombrado fue otra cosa: la grada.
Me fío enormemente del profesor Pablo Manuel Iglesias y del gran Albert, líderes que demuestran que se puede hacer política de otra manera. Con su valiente cruzada televisiva nos están liberando de la costra de la casta y de los mandatarios viejunos, toda esa peña cavernaria de más de 45 años, incapaz de ponerle la tapa a un boli Bic. Gracias a que Pablo Manuel y Albert tienen su saco de dormir en los platós, he podido conocer por fin la espantosa verdad: España es un país de chorizos, donde parte de la población está al borde de la inanición, las vacaciones son historia para el 45 por ciento de los ciudadanos, nueve de cada diez contratos son temporales (Albert dixit), la sanidad pública hace tiempo que ha sido desmantelada; la Constitución del 78 es un truño que hay que reformar, o liquidar (Pablito dixit); y todo va de puñetera pena, porque sabido es que crecer un 3 por ciento mientras que Francia lo hace al 1,3 por ciento no sirve para nada, y el hecho de que el pasado mayo haya sido el mejor de la historia para el empleo es solo una desgracia como otra cualquiera.
Como coincido de pleno con el diagnóstico de Pablo Manuel y Albert, no entendía nada viendo las gradas del estadio de Niza. Al principio pensé que todos aquellos tíos que atestaban el graderío con sus camisetas rojas eran muñecos, como los que se instalaban en los trofeos de verano para disimular las calvas en la emisión televisiva. Pero se movían. Incluso parecía que se lo pasaban de coña. Estaban de un humor estupendo, encantados, animando a la selección de su país. Hasta se permitían algunos cánticos tan retrógrados como «ole, ole». ¿Cómo había conseguido ir hasta Niza toda aquella tropa, miles de personas, sabiendo como sabemos que es una de las ciudades más caras de Europa y que los españoles estamos sobreviviendo con el botijo y el bocata de mortadela mientras esperamos un desahucio inminente? Algo no encajaba. Tal vez aquellos hinchas eran todos próceres del Ibex y mangantes de la casta, que habían volado a Niza en sus jets privados. Pero el realizador ofreció unos planos cortos: era evidente que se trataba de gente de clase media, la que aglutina al grueso de los españoles. También resultaba innegable que no se avergonzaban de su país, ni siquiera un grupo de Hospitalet, al revés. Luego pude ver imágenes callejeras. A diferencia de los hooligans ingleses, rusos y otras bestias pardas, aquellos españoles regalaban buen humor, sin fricción alguna con los turcos.
Me alegró ver todo aquello y por un momento titubeé. Hasta llegué a pensar que tal vez Pablo Manuel y Albert están pisoteando el ánimo de sus compatriotas con datos sesgados y sofismas televisivos.
Espero que La Sexta me saque pronto de mi error y me devuelva intacta la correcta fe en el apocalipsis.