Estrategias en la niebla
Vamos a dejarnos de ambigüedades. El resultado de la última consulta electoral del 26 de junio es un auténtico fracaso para los cuatro principales concurrentes, porque, salvo algunas modificaciones, el logro ha sido más o menos igual que el del pasado diciembre. Así que llegados a este punto, o seguimos celebrando consultas, o los cuatro candidatos están obligados a ponerse de acuerdo para formar un gobierno. Es probable que los líderes (ya es discutible el calificativo después de lo que estoy escribiendo), decía que es probable que ninguno de los cuatro personajes que representan a los partidos que teóricamente se reparten el bacalao electoral, tengan prisa por resolver el asunto pero una gran parte de los españoles necesita cuanto antes reformas y ajustes, aumentar el empleo y resolver una crisis que nos envuelve desde hace años como la niebla húmeda que asoma en los valles de mi verde Asturias por estas fechas. Para despedirse de su temporal presidencia del Gobierno, ante el nombramiento de Arias Navarro, surgió un día la figura de don Torcuato Fernández Miranda, que habló en la sede de la Presidencia, Castellana número 3 entonces, también de la niebla, que él afirmó conocer por su condición de asturiano, y nadie en aquel momento entendió nada de lo que quiso decir o, dicho de otro modo, todos apelaron al sentido poético de su discurso y no al trasfondo político, como apunta su hijo Jesús. Para los que busquen en las hemerotecas, hay otro discurso anterior del también asturiano don José Posada Herrera, pronunciado con su ascenso al ministerio, tras los sucesos del cuartel de San Gil, que alude a los efectos de los valles y las montañas de su tierra asturiana. La niebla debe ser una condición de la política, o sea, una especie de filtro que difumina la realidad y que humedece el ambiente y lo refresca. Parece que Rajoy se sabe mover bien en él.
Apenas un día después de conocer los resultados electorales, los dirigentes políticos que tienen algún poder de decisión han reiterado su firme decisión de no mover ficha. Nos gustará más o nos gustará menos, pero yo saco dos conclusiones claras: Rajoy ha ganado las elecciones con diferencia, pero no con mayoría. Y, en consecuencia, los otros tres candidatos deberían dimitir (algunos con más prisa que otros)por doble motivo, por haber fracasado en su intento de tumbar a Rajoy y por su intento de erigirse en ganadores.
Rajoy ha jugado con gran maestría la baza política que surgió de la consulta de diciembre pasado. Dio un paso atrás, a la hora de formar gobierno, dejando claro que sin apoyos no podría lograrlo, y dejó la pelota en el tejado de Sánchez. Por su parte, el jefe de filas del PSOE tuvo tanta ambición por llegar a la Moncloa como Rajoy había tenido por no abandonarla, pero Sánchez quedó con el trasero al aire, en dos ocasiones, al no ser aprobaba su nominación. Todo ello después de un trágico descenso de votos y de escaños. Ahora, pese a aguantar el empuje de Podemos, aún ha perdido otros cinco escaños, logrando uno de los peores resultados electorales de la vida parlamentaria de su partido. Aunque algunos colaboradores directos de Sánchez intentan cerrar filas en torno a él, creo que, sin excusas, debería poner su cargo a disposición de su partido y, haciendo un beneficio a España, abstenerse en el proceso de investidura de Rajoy. Abstenerse no es dar la razón a Rajoy, ni apoyar su candidatura. Abstenerse, en el caso del PSOE, y creo que así lo ven las viejas glorias de la formación socialista, es no estorbar a la hora de que el candidato popular proceda, y luego aprestarse desde la oposición, con los apoyos necesarios, a echar atrás cualquier propuesta que suponga una afrenta a la manera socialdemócrata de hacer las cosas. Sería un ejercicio de responsabilidad política, también aplicable a las demás formaciones, y que algunos barones verían con naturalidad, a la espera de que el próximo Congreso Federal disponga.
Creo que Podemos vive de espejismos. Ni los resultados obtenidos en las anteriores convocatorias –municipales-autonómicas y generales-, que han sido dulces para esta formación morada, dan la idea de su verdadero poderío electoral, ni la pérdida de votos ahora refleja que el de Iglesias sea un partido fracasado (no creo que sea necesario aclarar que, ideológicamente, estoy en las antípodas de este partido, de sus dirigentes y de su ideología). Podemos tiene el papel más fácil porque, sobre el tapete, ni apoyará, es evidente, ni tiene que hacer magia para mantener su posición (más bien o-posición). Nada se espera de ellos que no sea buscar alianzas con el PSOE, lo que como ya se ha dicho por activa y por pasiva, podría tener el efecto de un cable ceñido al cuello del partido socialista que fundara el auténtico Pablo Iglesias.
La pelota en el tejado está a punto de romper un cristal en la casa de Ciudadanos. Albert Rivera es un cándido vehemente. Un buen chico con aparentes buenas intenciones que a veces se traiciona a sí mismo con salidas de tono que se convierten en despropósitos. Tal vez los mismos que le han hecho no alcanzar las previsiones que prometían las empresas consultoras en diciembre y bajar ahora en diputados, por aquello del voto útil y de dispersar el voto. Ninguneado por Rajoy y el Partido Popular, como era de esperar, su acuerdo con Sánchez no le ha aportado nada; sus continuos ataques a Rajoy, tampoco; las acusaciones de corrupción sobre el Presidente del Gobierno en funciones no han sido demostradas en ningún tribunal hasta el momento y criticar el sistema electo en España, la famosa Ley D’Hont, no puede ser por otra parte la excusa continua para justificar la pérdida de un millón y pico de votos. Rivera se vuelve a equivocar con su estrategia porque las urnas han hablado y han dicho que quieren a Rajoy, aunque a él y a mí no nos guste, y eso es algo que él debería saber interpretar porque, como mal menor, le quedaría su papel en la oposición para reconducir aquello que considere injusto y malo, para los españoles. No estaría mal que nos sorprendiera, por ejemplo, presentando un plan de reducción de sueldos para los señores diputados y senadores, y un plan de reforma de sueldos para la clase política en general.
A mí no me gusta Rajoy, pero es una evidencia que los españoles –y el juego consiste en eso- le han elegido a él y a su Partido Popular.