Discutir, ¿para qué?
Hace unos días, observé una discusión entre el conductor de una furgoneta de reparto y un agente de la Policía Local. Pues bien, la discusión iba subiendo de tono, sobre todo, por parte del conductor del vehículo que, poco a poco, iba “perdiendo los papeles”. He de reconocer que el sector de reparto lo tiene cada día más difícil a la hora de realizar su trabajo en las grandes ciudades. Se van reduciendo drásticamente los espacios para que estos profesionales puedan detener sus vehículos para cargar y descargar, y así satisfacer la demanda de los comerciantes y particulares. Pues bien, finalmente, el agente le notificó la sanción correspondiente por un estacionamiento indebido, lo que seguramente le supondría al repartidor una merma importante en su ya mísero salario.
En plena contienda, sentí ganas de interceder por ambas partes; me hubiese gustado hacerles ver que después de una discusión nadie sale vencedor. Es imposible. La discusión, si se pierde, ya está perdida; y si se gana, se pierde. ¿Por qué? Pues porque triunfando sobre el rival, y destruyendo sus argumentos -en el caso que nos ocupa-, se puede uno sentir satisfecho por el deber cumplido, pero, ¿y él otro? Le ha hecho sentirse inferior; ha lastimado su orgullo; ha hecho que se duela de ver que usted triunfa por su condición, y un hombre convencido contra su voluntad, sigue siendo de la misma opinión.
Recuerdo que en una ocasión discutí con un agente de la Guardia Civil de Tráfico, sobre una supuesta infracción a lo que llaman hoy Ley de Seguridad Vial o Reglamento sobre circulación de vehículos. Yo sostenía que no había pisado el inicio de un tramo señalizado con raya longitudinal continúa sobre el firme de la carretera, tras un adelantamiento. El agente mantenía, que sí la pisé.
-¡Cómo! ¿Que no ha pisado usted la raya? Voy a denunciarlo. Me comunicó el guardia.
Tuve la impresión de que aquel guardia civil era un tanto arrogante. Razonar con él estaba de más; señalar los hechos también. Cuanto más intentaba hacerle ver que también puede equivocarse, más empecinado se mostraba. Decidí entonces evitar la discusión, cambiar de tema, y hacerle ver la importancia que para mí tenía la misión que realizaba la Guardia Civil. Además, le dije con tono sincero y humilde la nimiedad que suponía el tema por el que discutíamos en comparación con las decisiones realmente importantes y difíciles que tendría que adoptar como profesional en multitud de ocasiones. Le hice ver que yo era un conductor de los miles que circulan por las carreteras españolas tras haber obtenido el permiso de conducir después de algunas prácticas, y poco más; él por el contrario, había obtenido su conocimiento principalmente por su experiencia. Le dije lo valorada que estaba la Institución a la que pertenecía y, además, lo importante y generosa que era su profesión para la gran mayoría de los españoles.
Creí haberle dicho francamente lo que sentía al respecto. Pues bien, el guardia civil cambió su actitud; lo noté mas relajado; conversó conmigo acerca de su trabajo, de las infracciones que se cometen a diario, y de algunas desagradables decisiones tomadas a lo largo de sus 25 años de servicio. Su tono se hizo gradualmente más amistoso; y por fin empezó a hablarme de sus hijos. Aunque mi “error” no suponía una temeridad manifiesta, me invitó a no reincidir apurando las señales en los adelantamientos. Finalmente no me sancionó, optó por el saludo militar y un sincero ¡Buen viaje!
Este guardia civil, demostraba una de las debilidades humanas más comunes, Quería sentirse importante, y mientras yo discutía con él, satisfacía ese deseo imponiendo y afirmando bruscamente su autoridad. Pero tan pronto como admití la importancia de su trabajo y se detuvo la discusión, cuando pudo revelar ampliamente su yo, se convirtió en un ser humano lleno de simpatía y bondad.
Un malentendido no se dilucida con una discusión, sino gracias al tacto, la prudencia, y un sincero deseo de apreciar el punto de vista de los demás.
Lección magistral.
Ya tengo el artículo impreso para explicárselo a mis alumnos el próximo curso.
Como siempre, gracias por su brillante exposición señor Román.
Por cierto, no sé si será posible que AD lo publique de nuevo, pero me han hablado de un artículo suyo, señor Román, muy interesante aunque no lo he logrado encontrar. Se titula algo así como: LECCION A PROFESORES Y JUECES…; o quizá parecido. No sé exactamente.
Gracias por todo.
Nota del administrador: Adjuntamos el artículo solicitado: https://www.alertadigital.com/2015/02/16/leccion-magistral-para-profesores-politicos-jueces-y-fiscales/
Muchas gracias señor administrador por su ayuda.
La noviolencia suele funcionar, como en el caso que nos explica este colaborador. Le funcionó. Ahora, la pregunta es: ¿funciona con los musulmanes? A Mahatma Gandhi le funcionó con los británicos de raíces cristianas, pero fracasó estrepitosamente con los musulmanes, los cuales le partieron la nación en dos. Pienso que no suele funcionar con ellos. Este guardia civil seguro no era musulmán.
A Gandhi lo mato un fanatico hindu.
Querido José Luis, Eso que tan cuidadosamente has expresado es la empatía, el ponerse en el lugar de el de enfrente. Las discusiones, y esto uno lo aprende con los años, en un altísimo porcentaje, son debido a nuestra habitual falta de empatía. Cuando enfrentamos nuestro punto vista con otra persona, mientras el otro argumenta estamos ya pensando cómo responderle, cómo vencerle; no escuchamos con atención ni nos ponemos en su lugar, ni pensamos por qué opinará así. Ese simple cambio nuestro de actitud (¡y eso que tenemos razón!) es un primer paso… ¿Cuándo debemos darlo? Tengamos o no la… Leer más »