Cómo éramos y lo que actualmente somos
Imaginemos un día laboral en hora punta. Una persona baja del Metro cargado con un bulto, calzando zapatillas deportivas y vistiendo unos vaqueros desgastados con una camiseta más que corriente. Se detiene cerca de la entrada de la estación, saca un violín de su viejo estuche y comienza a tocar con entusiasmo para todos los transeúntes que deambulan por allí.
Este anónimo ciudadano hizo sonar su violín durante más de tres cuartos de hora, y fue prácticamente ignorado por las cientos de personas que entraban y salían de la estación.
Nadie sabía que aquel muchacho era Joshua Bell, uno de los mejores violinistas del mundo ejecutando piezas musicales consagradas, con un instrumento rarísimo, un Stradivarius de 1713 con un valor estimado en más de tres millones de dólares.
Días antes, Bell había actuado en el Symphony Hall de Boston, donde las localidades se vendieron a más de mil dólares cada una.
Lo que tuvo lugar en aquella estación de Metro, era el fiel reflejo de cómo somos y como nos comportamos en la actualidad. Esta es sin duda nuestra vida cotidiana; hombres y mujeres, jóvenes y menos jóvenes puestos a rodar a toda prisa con el móvil en ristre y el ordenador o la tableta a cuestas, caminando acelerados y en automático, indiferentes a todo lo que tiene lugar a nuestro alrededor.
Este relato podría servir para encontrar la diferencia entre lo que éramos entonces, y lo que actualmente somos. En los pueblos o en los barrios de las ciudades, los vecinos se conocían y se ayudaban incondicionalmente. Hoy sin embargo, la mayoría de vecinos solo se conocen de vista y, en el edificio donde viven, a muchos les cuesta incluso saludarse cuando coinciden en el ascensor, el zaguán o la escalera.
La conclusión es que hoy nos invade una temida y terrible deshumanización. Una educación sin valores ha contribuido en gran parte a que el materialismo y el egoísmo hayan invadido nuestros hogares. Gracias a la matraca televisiva y al poder de la publicidad, solo damos valor a las cosas cuando forman parte de un contexto.
Lo ofrecido por Joshua Bell con aquel violín en el Metro, era una obra de arte fuera de contexto e interpretada con un artefacto de lujo sin etiqueta ni precio. Este es un ejemplo de tantas cosas que pasan en nuestras vidas, únicas y singulares, pero que no les damos importancia porque no vienen con un logotipo o anagrama ni con un precio de venta. Al final, lo que tiene valor real para nosotros es lo que la televisión, como arma del mercantilismo poderoso, dice que podemos ser, sentir, tener y disfrutar.
Nuestros sentimientos y nuestra apreciación de la belleza, están siendo manipulados por un poder en la sombra tan voraz, que a través de las televisiones y con el beneplácito de las instituciones que gozan del poder político y económico, nos ha convertido en títeres. Lamentablemente, hemos sido adoctrinados para valorar únicamente aquello que se exhibe con una etiqueta llamativa y con un precio lo suficientemente elevado.
Los mercantilistas codiciosos que arruinan nuestras vidas, han llegado a cotas impensables; han conseguido anular e incluso matar de nuestra vida familiar y afectiva, una expresión muy común entre los españoles: “Esto no tiene precio”
Nos hemos dejado imbuir y engañar hasta tal punto, que pagamos por aquello que antes ni se compraba ni se vendía. No se compraba la amistad, el amor o el afecto ¡Hoy sí! No se compraba el cariño, la dedicación, los abrazos y los besos ¡Hoy sí! No se compraban los rayos de sol ni las gotas de lluvia ¡Hoy sí!
El poder político al servicio del mercantilismo insaciable y codicioso nos ha arrebatado en su afán por hacer negocio, el placer de los amaneceres. La canción del viento que pasa silbando por el tronco hueco de un árbol, ya es historia en nuestro pueblo. Antes, disfrutar de la Naturaleza era totalmente gratis ¡Hoy no!
Por ello, quiero reivindicar que nos sea devuelto aquello que teníamos y con lo que no se negociaba, porque no tenía precio. El niño que corre de forma espontánea a nuestro encuentro y se cuelga de nuestro cuello con sus bracitos, es el único capaz de colocarnos sin condiciones un collar de amor; algo que no está en venta en ninguna joyería; el calor que transmite esa “joya” durará lo que dure nuestro recuerdo. El aire que respiramos, la brisa que recorre nuestro rostro y enreda nuestros cabellos, el verde de los árboles y el colorido de las flores, es una obra de Dios que nos ofreció totalmente gratis.
Pensemos en esto; en todo lo que siempre ha estado a nuestro alcance sin precio, sin patente registrada, sin etiqueta, logotipo o anagrama. Aprovechemos los momentos de ternura que los amores desinteresados nos ofertan intensamente, entendiendo que la manifestación del afecto es única, extraordinaria y especial.
Yo os invito desde aquí a que a partir de hoy, nos rebelemos contra la publicidad mercantilista y codiciosa y volvamos a dar gracias a Dios por todo aquello que junto a la Naturaleza él nos ofrece: algo inigualable como la vida misma. Intentemos ser felices mientras el día nos sonría y el sol despliegue su luz en nuestros corazones, y demos gracias cada día por esa vida que Dios nos ha dado.
Gracias por su artículo. Es un placer leerle.
Como dice nuestro querido Armando ” vamos a oxigenarnos” desconozco del todo su situación, más o menos puedo hacerme una ligera idea, espero que se vaya solucionando todo, solo decir que la gente que no se refugia en los burladeros ideológicos oficiales para no ser sospechosos de nada, a todos aquellos que van con la verdad por delante y a pecho descubierto, la historia o la eternidad nos dará la oportunidad de demostrar que no estábamos equivocados.
Sr. Román,
Sus últimos tres párrafos son súmamente utópicos, y por ende, igualmente bonitos. Las utopías, por definición, no se pueden cumplir, pero debemos intentar acercarnos lo máximo a ellas.
Me gusta su proyecto. Yo me apunto!.
Saludos