Epigrama
A finales del XVIII y principios del XIX, nuestro ilustre paisano, eminente poeta y dramaturgo, don Leandro Fernández de Moratín y Cabo, ponía en circulación este breve epigrama, que retrataba, daguerrotipo way, para la posteridad, en la que estamos instalados –para irnos, poco a poco, al futuro- a un personaje de siniestra catadura y peores propósitos, a quién tildaba de mal bicho. ¡Cómo sería el angelito!
Ha quedado fijo en la pared, con caracteres de oro y es muy difícil que lo mejore nadie. Reza así el breve relato, bastante mejor, interesante y argumentado, que el del dinosaurio:
¿Veis esa repugnante criatura,
chato, pelón, sin dientes, estevado,
gangoso, y sucio, y tuerto, y jorobado?
Pues lo mejor que tiene es su figura.
Aunque le mojase a don Leandro, la pringue de los beneficios y sinecuras, bien pueden darse por buenas, porque lo merecía, máxime cuando continuamos inmersos en la vieja comedia nueva, que él inauguraba por entonces.
Viene, digo, al pelo de los personajillos que inundan el proscenio de la política española y no señalo a ninguno en particular, pese a la fácil tentación, porque la variedad es mucha, tanto como los estigmas y los obreros son pocos, cada vez menos. Si no, que se lo pregunten al PSOE, que está enfangado en protervos enanos.
Hay variedad entre aquellos que lucen figuras chinescas, bien por demás, bien por de menos, ora por fuera, ora por dentro. Ellos se afanan en exhibir sus deformidades intelectuales, sus odios y sus limitaciones, fruto de la inopia y de la falta de codos, de la frustración y del fracaso existencial y por si fuera poco, la naturaleza les reviste del plumaje que se merecen –porque lo malo es feo y huele- y cuando se dan cuenta y quieren dar marcha atrás, desprenderse del pelo de la dehesa y dar en pantalla como Robert Redford, aparecen los vídeos inmisericordes y las manifestaciones de hemeroteca.
Para el común, eso de que donde dije dije, no suele valer. Sí vale y lo saben, que su voto surge de vísceras hediondas, resentidas y atravesadas, que no tienen fin en cualquier corral y que se conoce como paro estructural o pleno empleo –también heces o posos- y menos en el del Koala y su opá, que no dejan de ser pueblo llano y noblote.
La lucha final, sí, la de la Internacional, vendrá cuando la subsistencia de puestos retribuidos, que han visto acontecer en el proceso implosivo de IU y cómo disminuían correlatos con el bienestar y el empleo, provoque el toque de arrebato.
No se agruparán para esa lucha, sino que se individualizarán en su escañito, adheridos como percebes y se morderán, como las ratas en un saco, para sobrevivir, con la futesa de las seiscientas, a ochocientas mil pesetas mensuales, que se llevan calentitas y libres de impuestos -¿qué fue de Felipe Igualdad?- y que traducido a la empresa privada, hay que valer mucho, o ser muy guapo –más que el líder de cartón piedra- para llevárselas, sin dar un palo al agua.
Ahí se verá lo transcendental de sus ideas, de su baba negra y de la falta de higiene, aunque se reúnan en un Master carmeniano, al amparo de Mayor Zaragoza -¿le dajará votar la Bescansa, ya tan talludo?- y otras eminencias del cretácico superior, sea este Turoniense, Maastrichtense o Matritense, que para el caso es lo mismo. ¿Seguirán llamando gente, ciudadanía o chusma al respetable –en odiosos términos taurinos- pueblo soberano?
¡Cuánta necesidad de oír soflamas, cuánta ignorancia y visceralidad, para pagar en moneda de curso legal semejantes memeces inconvalidables, Dios!
Y lo mejor que tienen es su figura. Pobriños.
¡Y luego dicen que el pescado es caro!