Sánchez: los niños no vienen de París
Luis Humberto Clavería Gonsálbez.- Antes de entrar en el misterioso problema que me interesa principalmente abordar, recordemos resumidamente las opciones que se le han presentado al PSOE en los últimos meses. Dicho partido podía, antes de octubre de 2016, continuar diciendo que no a la candidatura de Rajoy: las consecuencias habrían sido, dadas las encuestas y a la vista de la trayectoria que va desde diciembre de 2015 a junio de 2016, unas terceras elecciones seguidas de un nuevo y dramático bloqueo insoportable para el país, o bien una mayoría absoluta o casi absoluta para el PP. Otra posibilidad era construir un Gobierno de izquierdas con Podemos y separatistas, al que obviamente no podía sumarse Ciudadanos.
Al intentar dicho Gobierno o dicha mayoría parlamentaria aplicar esa parte irrenunciable de su programa que es el referéndum respecto de determinadas CCAA y alegar PP y Ciudadanos la necesidad de alterar para ello la Constitución por la vía más compleja que requeriría, entre otras cosas, la conformidad de estos partidos, el mecanismo se bloquearía irremediablemente, añadiéndose a ello lo que sucedería con la deuda soberana española cuando el citado Gobierno “progresista” abordara el gasto público que proponía Podemos: el default y el rescate europeo en condiciones inquietantes estaría asegurado. Por supuesto, de estos efectos nada decían ni Iglesias ni Sánchez. La otra posibilidad era obviamente la abstención para dejar entrar al PP: mala solución, pero infinitamente mejor que las dos anteriores. El Comité Federal del PSOE nos descubrió, después de hacernos perder a los españoles diez meses, que los niños no vienen de París.
Pero el objeto de mi reflexión es éste: ¿cómo es posible que haya tanta gente entre los dirigentes, militantes y votantes del PSOE que hayan defendido el “no es no” durante tanto tiempo y que, además, se hayan ofendido cuando los demás han propugnado la solución obvia? Recuerdo que el desventurado Pedro Sánchez decía que era incoherente dejar gobernar a la derecha con un programa opuesto al socialista, como si fuera posible plantear eso cuando ya se habían celebrado las elecciones y lo único que quedaba, a la vista de los 85 diputados, era pactar y, en todo caso, vender razonablemente la abstención. ¿Qué podía mover a un partidario del no?
Sustancialmente una de estas dos cosas: o pretendía destruir el régimen de 1978 o no estaba habituado a pensar por sí mismo. Lo primero es lo que muy probablemente concurre en parte de nuestro Parlamento: dicha pretensión no es absurda, nuestro régimen tiene defectos o peculiaridades que pueden aconsejar su sustitución por otro, sustitución que incluso podría afectar a la Jefatura del Estado y a la composición territorial. Pero me parece evidente que éste no es el momento para acometer tal empresa, delicadísima en una época tan convulsa como la presente, siendo, por el contrario, aconsejable retocar varios pasajes importantes de la Constitución. Por otra parte, piénsese qué sucedería si los artífices del hipotético nuevo régimen son izquierdistas o separatistas como aquéllos en los que ustedes. están pensando, especialistas en la ocultación, la mentira, el insulto y la coacción física: para solucionar unos problemas provocaríamos otros peores. Lo temible no consistiría en cambiar el régimen, sino en el posible contenido del cambio. Me horroriza un poder constituyente protagonizado por ciertos caudillos con barba.
Pero el militante medio del PSOE no creo que se halle en ese grupo: más bien está educado en la idea de que la derecha es el conjunto de todos los males y el Partido Socialista es el reino inmaculado del Bien, debiendo todos apoyar al líder diga lo que diga. Si el 16 de diciembre de 2015, en el debate electoral en TV, le dice al presidente en funciones, candidato como él, con el que previsiblemente deberá pactar días después, que no es decente, el militante se pone muy contento porque su líder ha dicho las verdades al demoniaco Rajoy, olvidando que el bipartidismo ha desaparecido y que hay que razonar y negociar con todos, corruptos o no. Lo asombroso es que esta misma opinión haya sido sostenida en serio por algún otro presidente o presidenta autonómicos y por algunos autorizados dirigentes, hoy alucinantemente ofendidos de que le digan que los niños no vienen de París, como si aún estuviésemos en campaña electoral y no intentando aplicar el resultado de la voluntad popular ya expresada. Asombroso, pero tristemente explicable, es asimismo que esta revelación pueda costar al PSOE muchos votos en el futuro inmediato. Ello hace que me pregunte por la gravedad del momento presente: ¡Temibles tiempos en los que hay que luchar por demostrar lo evidente!
Como sería improcedente pensar que Sánchez pretendía despreciar el funcionamiento regular del sistema o destruirlo, no me queda más conclusión que creer que, como hizo el oso Yogui con el osito Bubu, debemos conducir al prestigioso ex dirigente socialista al parque y decirle cariñosamente que los niños no vienen de París, mensaje iniciático que deben conocer también muchos honestos herederos de Pablo Iglesias Posse.
¡Ah!, se me olvidaba: ya puedo volver a votar al PSOE gracias a Javier Fernández y compañía. Es aproximadamente el mismo partido de Willy Brandt y Olof Palme.
Otros vendrán, que bueno me harán. Frase aplicable a todos nuestros gobernantes, en escalera descendente, desde Franco hasta nuestros días. Parece increíble, pero los hechos, son tozudos. No es que hemos llegado al suelo, es que llevamos tiempo escarbando y haciendo más profunda la fosa séptica.