¡Y dale que te pego!
Es que no hay un día decente. Cada mañana una gilipollez más se suma al rimero, que va tomando un incremento desmedido y llega a mi ventana, como la paloma de Sebastián de Iradier y Salaverri, esperando que la cuente mis amores y voy y la atizo, muy a mi pesar, con los zorros de sacudir las alfombras y sigo tendiendo mi ropa, como si nada, cantando una coplilla, bien de Quintero, de León o de Quiroga, que no me salgo mucho de ahí. Se larga, la pobre, y me mira raro. Nunca había hecho esto, tan franciscano que soy. ¡Cuánto echo de menos, ay Dios mío, la monotonía de aquellos tiempos de John Wayne y Dorothy Lamour!
Y es que cada argentino estaba en su olivo y yo leía el Billiken -que llegaba a casa con el Paratí- acodado sobre una alfombra y muy sinceramente admirado, de aquel civilizado país, al que debíamos el pan y la carne de comer, al fiado y nada menos. Yo aprendía historia de España y de Argentina. San Martín y Sarmiento eran como de la familia. Pero ahora, me inquieta que, Pelopincho, Cachirula, y Tumbito y otros personajes, muy anteriores a Mafalda y a Dieguito, que yo admiraba y tenía por cajetillas, se nos han venido para acá, en forma de pelotudos bacanes, que no sólo nos acamalan, sin pesos duraderos, en forma de quilombo, sino que juegan con nosotros, cual hiciera el gato maula con el mísero ratón. Y no quiero señalar a nadie, porque soy very respetuoso. Very, very.
Mira que, con lo que yo admiraba a Juan Pablo II, el Santo, de tan mala memoria para los fascio-comunistas, cuya revolución del 17 celebraba recientemente, el GarÇon –el de calzón corto- del Iglesias, para ver de darnos un flato, a los que hemos leído y vivido el fracaso estrepitoso, lleno de crímenes y genocidios, de esa barbarie del socialismo gore, que supera lo inimaginable… y ahora resulta que vistos al trasluz, en un portaobjetos, por nuestro Vicario de Cristo en la Tierra, oye, ahí es nada, resulta que, al parecer, son de tipo paleocristiano –igualitos, digo- y el bueno de San Juan Pablo II y el ínclito Benedicto XVI, no habían reparado en ello, ni con las gafas de ver. Ay, estos hombres, estos hombres… y que no se entere su eminencia el espiritano arzobispo Marcel-François Marie Lefebvre, de lo de los todos, los pocos o los muchos, por si un cisma, que es lo que menos nos hace falta ahora, cuando más truena.
Y el otro, el de Zaragoza-Chubut, o Zaragoza-Rio Negro, el que lo mejor que tiene es su figura, en un análisis rutinario de visita pastoral, supongo, el docto de él, parece ser que ha hallado a la nación aragonesa, oprimida –vete a saber si por el mismo Palafox, que iba de bueno el hombre- y ha detectado, en algún manuscrito hallado en Tardienta, o en Sastrica, que desconocíamos, los bobos españoles de toda la vida, las raíces profundas de una nación, que nos había pasado desapercibida a todos los españoles, haciendo gala de nuestra indiferencia, esa que nubla nuestros ojos y que nos los llena de lágrimas, cuando escuchamos la jota de la Dolores, eso sí, sin la cabecica atada con el cachirulo, cuando el Ebro guarda silencio al pasar por el Pilar… que si no…
Anda que no hay que ser tonto l’haba, como diría el pastor de Andorra, el que canta esa jota tan bella y complicada de,
Palomica, palomica,
no levantes tanto el vuelo,
porque te saldrás de España,
y no sabrás volver luego.
Le mandaría a cascala, en fabla –cascarla, en paladino- no me cabe la menor duda y algo ya diría de su madre, para ilustrar, ya, que no transcribo por lo del horario infantil y lo haría así, literalmente, vocalizando bien, que es lo que hago yo ahora y desde aquí, sin misericordia, ni conmiseración alguna y haciendo bocina con mis manos.
Es que, se lo busca, este arrapiezo. ¡Será bobo! ¡Anda, que no hay cosas!
El Pastor de Andorra. De niño, una de sus jotas, se me grabó en la memoria, la pinchaba en el tocata, amplificado por un trasto a válvulas: Camino andorra me llevan Amarrado con cordeles Por decirle a una morena ¡Que bonitos ojos tienes! Eran otros tiempos, mas seguros, mas románticos y mas tranquilos. No había tanto subnormal de carrito, ni tanto miserable de carrito como ahora. Había más nobleza, como la del trovador-jotero José Iranzo El Pastor de Andorra. Eran “los tiempos de Franco” En la orilla del pueblo, en una pequeña rotonda, haciendo esquina, está su casa. Esperando, frente… Leer más »