Navidad tras los atentados: la lucha de las minorías cristianas contra el terror
«Acabábamos de entrar en el parque cuando de repente oímos un gran estruendo. En cuestión de segundos, la gente estaba gritando, corriendo de aquí para allá buscando a sus seres queridos. Mis amigos trataron de ponerse a salvo, pero dos de ellos estaban gravemente heridos, cubiertos de sangre. Murieron poco después. Las consecuencias de la explosión fueron terribles», cuenta Saima Charles, una joven católica paquistaní de 32 años que estuvo en el céntrico parque Gulshan Iqbalde de Lahore el pasado 27 de marzo cuando una facción talibán asesinó a 78 personas en un atentado dirigido contra la minoría cristiana de la República Islámica de Pakistán. Era domingo de Pascua.
En Punjab vive el grueso de la castigada minoría cristiana, que con 4 millones representan apenas el 2% de la población paquistaní. El grupo terrorista Jamaat-ul-Ahrar reivindicó el atentado contra cristianos, aunque finalmente fueron más los musulmanes suníes que murieron a cargo de terroristas que se dicen defensores de su religión. «He visitado cada lecho y a cada víctima independientemente de su fe. Ha sido realmente difícil, porque he visto a muchos niños de apenas 5 años, cristianos y musulmanes, heridos o asesinados», relata Sebastián Francis Shaw, arzobispo católico de Lahore, en declaraciones a la ONG Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN).
Esta comunidad trata de volver a la normalidad y celebrar la Navidad en lugares como Youhanabad, conocido como el «barrio cristiano» de Pakistán. Para evitar más tragedias y que se repitan atentados simultáneos contra iglesias como en 2015, muchos templos cuentan con vigilantes voluntarios que con detectores de metales tratan de proteger a sus compañeros de fe. «Desde el domingo de Pascua a muchos les da miedo salir al parque. Dicen que es mejor celebrarlo en casa que fuera. La policía está, pero les da igual proteger a los cristianos: durante las explosiones en la iglesia católica y protestante estaban viendo un partido de cricket en lugar de estar sentados en la entrada», critica la paquistaní Gloria Safdar, que actualmente vive en Valencia junto a cuatro de sus hermanos que han tenido que abandonar Pakistán por la persecución de los islamistas. «Los mismos vecinos pueden matarte allí si te acusan de blasfemar el islam», asegura.
Jashmed, hermano de Gloria, fue acusado de blasfemia después de impartir charlas sobre planificación familiar. Sufrió amenazas de muerte y el acoso alcanzó a toda su familia. Al menos 1.000 personas esperan en el corredor de la muerte por supuestamente atacar al Islam, el Corán o difamar al profeta Mahoma. Aunque ninguno ha sido ejecutado, quienes han tratado de denunciar la ley de blasfemia corren riesgo de ser asesinados, como el gobernador de Punjab Salmaan Taseer y Shabaz Bhati, ministro de Minorías.
«En Pakistán se celebra de forma mucho más intensa la Navidad que en España. Desde principios de diciembre los colegios cristianos preparan obras de teatro, coros y conciertos de villancicos. La gente lo vive de forma muy intensa», apunta Gloria.
De visita en España, Saima regresará a Pakistán en los próximos días: «Como cristiana no tengo miedo, todavía vamos a la Iglesia, y continuaremos, pero, por supuesto, evitamos ir a lugares públicos, como parques donde no es tan seguro ir como antes. Y es una lástima», lamenta a este diario. Tanto ella como Gloria son la excepción: hablan varios idiomas y tienen estudios superiores. Pero la gran mayoría de los cristianos en Pakistán son analfabetos a causa de la pobreza y la discriminación, según AIN. «Los cristianos están discriminados, son pobres, viven como esclavos como en la fábrica de ladrillos… Violan nuestros derechos como quieren», denuncia Gloria, que logró ir a la universidad gracias a sus buenas notas, de las mejores de la clase. «Te piden mucho dinero, tienes que pagar mucho. La gente como no puede pagar mucho pierde esta oportunidad».
El penúltimo golpe a los coptos de Egipto
Tanto Alemania como Egipto, Bélgica o Pakistán han sufrido atentados terroristas con decenas de muertos en fechas señaladas para los cristianos: Bruselas y Lahore en Semana Santa, mientras que Berlín y El Cairo, a pocos días de la Navidad.
«Qué terrible, qué terrible», balbucea Nasser, egipcio de 59 años, con los ojos enrojecidos y las noticias del atentado contra una iglesia copta en El Cairo todavía resonando en la televisión. «Terrible, y además en Navidad…». Nasser es cristiano copto ortodoxo, rito mayoritario entre los coptos del país, y como tal celebra el nacimiento de Cristo la noche del 6 al 7 de enero. Sin embargo, en su casa y en la de Farida, una niña de 12 años, ya se adorna en estas fechas el árbol de navidad. Tras el atentado contra la Iglesia de Pedro y Pablo, que se cobró las vidas de 27 cristianos egipcios -la última, una niña de 10 años que no superó las heridas de la explosión- y atentó contra el corazón del patriarcado copto ortodoxo, las celebraciones de este año serán más tristes y parcas: La Iglesia Católica Copta anunció este mes la cancelación de otras celebraciones navideñas más allá de la misa del 25 de diciembre, en solidaridad con las víctimas. «Navidad es navidad (…) pero no podemos celebrarla como si esta tragedia no hubiera sucedido», señalaron a la agencia religiosa Aci.
«Los cristianos en Egipto (coptos) cuentan con una larga historia sufriendo violencia, y podríamos decir que ‘están acostumbrados’. Pese a todo, se mantienen fieles a su religión, irán a la iglesia… es parte de su cultura. Las víctimas son mártires: gente que muere por ser cristianos», dice Mina Thabet, de la Comisión Egipcia por los Derechos y las Libertades. Entre los coptos, el atentado recuerda al coche bomba que en enero de 2011 se llevó por delante 23 personas cerca de la Iglesia de Los Santos en Alejandría. Para activistas e investigadores coptos como Thabet o Samuel Tuadros, afincado en EE.UU., se trata de un paso más de la violencia sectaria contra esta comunidad en Egipto: desde la discriminación que les impide alcanzar puestos de responsabilidad por ejemplo en las Fuerzas Armadas hasta violentos estallidos de violencia en comunidades, especialmente rurales, pasando por ataques a iglesias o linchamientos públicos.
Sin embargo, en el barrio acomodado de Masr Gadida, donde reside Francis (73 años), uno de los pocos cristianos católicos egipcios, la sensación es distinta: «Atentados suceden en cualquier parte, ya hemos visto estos días el atentado contra el mercadillo navideño en Alemania. Atacan a cristianos, pero también a musulmanes en todas partes». Su mujer, de confesión ortodoxa, cuenta cómo recibieron las condolencias de musulmanes -menciona un electricista, por ejemplo- que se sentían heridos por la masacre. Mientras habla, ofrece una bandeja con comidas típicas, pero vegetarianas: en Egipto, nada de carne 45 días antes de Navidad, y estricto veganismo 50 días antes de Pascua.
Durante años, el Gobierno egipcio mantuvo en secreto el porcentaje de egipcios de confesión cristiana, que se estima entre el 8 y 12 %, como un asunto de seguridad nacional. Para muchos parlamentarios u otras figuras públicas musulmanas, Egipto se trata de un país islámico y ven con temor aquello que pueda cambiar esa percepción: «Egipto es un país islámico. Cuando Occidente trate a las mezquitas como a las iglesias, entonces diremos sí a las iglesias», declaró el partido salafista Al Nour cuando se aprobó una -por lo demás restrictiva- ley de construcción de templos cristianos.
Excepto en barrios de mayoría cristiana, los festejos religiosos cristianos se celebran de puertas adentro: en la iglesia con servicios llenos de cánticos y plegarias en árabe o incluso en la antiquísima lengua copta y en casa, donde se reúne la familia. Pese a todo, la religión cristiana es parte inherente de su identidad, que muchos coptos incluso se tatúan desde jovencitos: una pequeña cruz diferenciadora en la muñeca.
La minoría cristiana en Pakistán y Egipto se afana en defender sus creencias frente a la supremacía del islam en sus países. «La sensación es que siempre tenemos que defender nuestras creencias… que en cierto modo el islam es superior al cristianismo», señala un joven copto que pide que se le identifique como Yusif. Coincide con Gloria, que mide cada palabra: «Tengo que tener cuidado para no decir algo que pueda provocar represalias allí, que alguien lea esta entrevista mía y piense que esta chica está loca. Allí no podría decir lo que estoy contando ahora. Podría decir que soy cristiana, pero no me atrevo a hablar de islam y cristianismo con mis amigos musulmanes».