¿Cómo se atreven los suecos a protestar contra de los musulmanes cuando conforman el núcleo central de la sociedad de aquel país y cuentan con la protección de políticos y jueces?

Si en Suecia alguien se atreve a poner en duda las ventajas que, según las autoridades, ha traído consigo la inmigración, se expone a un severo castigo en forma de linchamiento mediático. Si el atrevimiento fuese más allá y hablara públicamente del suicidio étnico patrocinado por el Estado, se expondría incluso a la posibilidad de perder su trabajo.

Pese a tales restriciones en nombre de la corrección política y del pensamiento único, cada vez hay más suecos dispuestos a enfrentarse al discurso multicultural y cuestionar las políticas migratorias. No están dispuestos a permanecer callados mientras la próspera sociedad que han conocido se desploma ante sus ojos.

Peter Springare, ex jefe adjunto de la división anticrímenes de la policía en Örebro, ha sido denunciado luego de atreverse a denunciar en Facebook que “prácticamente todos los crímenes cometidos en Suecia son producto de la inmigración musulmana”. El periódico local Nerikes Allehanda se hizo eco del mensaje de Springare, acusándolo de “racista”, que como se sabe es la palabra fetiche empleada por el sistema para anatemizar a cualquiera que rebase los límites de la corrección política. El Gobierno sueco ya ha anunciado la apertura de una investigación, que podría desembocar en la suspensión temporal del mando policial, objetivo estos días de una campaña de denuncias provenientes de partidos de izquierda, organizaciones progresistas pro-derechos humanos y grupos feministas. La dictadura orwelliana contra una irrebatible cuestión estadística.

Un ejemplo más de cómo en Suecia, como por desgracia en casi toda Europa, la verdad real puede llegar a ser criminalizada si colisiona con las verdades oficiales que han sido establecidas con el claro objetivo de subvertir el peso demográfico de la población nativa.