Breve historia del hombre llamado Caballos (4)
Con lo listo que dicen es Pepe Caballos, ¿cómo fue que cometió el error más grande de su vida cuando decidió ir en la candidatura de José Bono en calidad de secretario de Organización, algo que puso los pelos de punta, no a Zapatero, que no le conocía bien, sino a los hombres y mujeres de la alta oligarquía de los socialistas andaluces que sabían bien de su clientelismo particularista y de su ausencia de escrúpulos a la hora de descalabrar a los adversarios?
Con lo listo que dicen que es Bono, ¿cómo no comprendió que aquel anuncio significaba el fin de su candidatura? Zapatero ganó por la traición de guerristas y felipistas y Bono se quedó con los caballos, con otros, que no con don José Caballos Mojeda. Puede parecer que la segunda defenestración de José Caballos – la primera fue obra de Alfonso Guerra en la década de los 80 -, es un episodio provinciano. No, no. Es un retrato fiel de cómo será laminado Zapatero en cuanto se tenga la oportunidad. Tomen nota.
Alguien que perteneció al Comité de la Agrupación Socialista Julián Besteiro de Sevilla, donde Caballos guardaba su poder, nos ha contado la breve historia de la segunda defenestración de Caballos. Ocurrió poco después de la llegada al poder político nacional de Zapatero y mientras Manuel Chaves era presidente nacional del PSOE y de la Junta de Andalucía.
Todo terminó en el congreso provincial del PSOE de Sevilla del 25 de julio de 2004. Caballos se presentaba a la Secretaría General del PSOE de Sevilla y ello significaba enfrentarse directamente a Chaves, a las provincias que le habían apartado, y a todo el aparato. El aviso lo recogió con frialdad Chaves y movió ficha para elegir a un caballista, a José Antonio Viera, para enfrentarse a Caballos. Chaves eligió el camino de la traición personal, lo que dice muy bien quién es en realidad el “bueno” de Manolo. Esto representaba romperle la columna vertebral al sector caballista. Viera aceptó el reto de revolverse contra su mentor, contra el que lo impulsó durante toda su carrera política, y empezó a buscar aliados en la conflictiva agrupación de Sevilla.
Incluso Monteseirín, don Alfredo Sánchez, alcalde de Sevilla, dejándose querer e imponiendo condiciones, terminó por apoyar a regañadientes a Viera. Aquellos que hicieron largas carreras políticas junto a Caballos se pasaron al otro bando con todas sus huestes y delegados. Eran esos mismos hombres de Caballos, que habían llegado a ser Consejeros de la Junta y Alcalde de Sevilla los que hoy le daban la espalda. Pero la política del PSOE en Sevilla tiene recodos donde la lealtad es una capa tan fina que se quiebra fácilmente. Si se toca la mamandurria, estamos perdidos porque, ¿de qué pueden vivir los que van envejeciendo esnartados por el hilo de la tela de araña del partido?
Para el pecado a cometer, era necesaria una inyección de amnesia y, oigan, así quedó el PSOE de Sevilla, afectado por un ataque inopinado de amnesia donde ningún socialista sevillano de pro recordaba de dónde venía ni a dónde iba. Pero eso sí, recordaban a la perfección los despachos, a los cargos, los coches oficiales, las jugosas nóminas y el poder.
Caballos era el cabeza visible de la Agrupación Este, desde allí reinaba y desde allí nombraba a los suyos y los colocaba en la complicada red del PSOE de Andalucía. Aunque algunas veces le saliera mal, como cuando cesaron a su cuñado Susi, Jesús de la Lama, como director general de deportes, por Motorola, Caballos mandaba. El partido ya había dado, entonces, algunas señales de aviso. Aun así, Guillermo Gutiérrez llegó a Consejero de empleo y solo el desastre de las minas de Aznalcóllar se llevó por delante toda su carrera política. Y luego llegó Viera, el Judas. Era la cuota de Caballos en la Junta pero prefirió el papel de Iscariote.
El año 2004 empezó el ocaso de Caballos. Y la culpa la tuvieron las listas. Yáñez, Rubiales, Sanjuán, Asenjo, Navarrete, Hermosín, Pezzi y Galán, entre otros, habían sido eliminados o postergados en las candidaturas electorales de aquel año gracias a Pepe Caballos. El partido entero lo señaló y las provincias le exigieron a Chaves su cabeza de la ejecutiva regional, cabeza que entregó a Zapatero sin mancharse siquiera las manos .
Un Caballos desbocado avanzó convencido de que sus huestes le seguirían como un solo hombre, seguro de que tenía una cuota fija de poder dentro del PSOE de Sevilla. Contaba con el apoyo del todopoderoso Secretario General saliente Luis Navarrete. Pero se equivocó. Chaves eligió a uno de los suyos, Viera, para laminarlo. El elegido cumplió fiel la misión encomendada. Pero desde el principio quedó claro que le faltaban votos, agrupaciones en Sevilla y fuerza. Y miró al único que tenía los mandatos que le faltaban. Monteseirín se les unió junto a con quien menos se pensaba: Tonguitos Fran Fernández. Fran era aquel entonces Secretario General de la Agrupación Julián Besteiro sustituyendo a Jesús de la Lama.
Una tarde de verano del 2004 se escenificó el fin del poder de Caballos en su propia agrupación. Se presentaban dos listas, la de Caballos y la de los recientes excaballistas encabezados por un Fran Fernández que fue el encargado de laminar a Caballos en su propia casa, entre los suyos, como ejemplo de estar ya posicionado.
La Agrupación hervía de gente. La pelea empezó pronto. Fran Fernández lanzó discurso demoledor contra Pepe Caballos que dejó a muchos casi sin respiración. Al acabar alguien gritó: “¡Quién da más!”, entre asombrado y atónito ante lo que escuchaba. Todos los allí presentes buscaron, entonces, a Pepe Caballos. Pero Caballos no estaba. Su lugar lo ocupaba entre los asistentes su cuñadísimo Jesús María Lagier Mateos acompañado de su mujer, Emilia Caballos.
Lagier tomó la palabra para enfrascarse en un discurso sólido y una pelea dialéctica de recordatorios a Fran Fernández y todos los que le rodeaban. Fue respondido por miembros del Comité y por Fran Fernández, pero Lagier no se amilanó ante ninguno de ellos. Hizo un digno papel de abogado defensor de un ausente Caballos. Pero muchos de los presentes tenían ya amnesia y no recordaban las veces que habían buscado a Caballos para solucionar sus problemas o los de sus hijos. Ahora debían ser dóciles y obedientes ante el aparato y la estructura, pues algunos podían pasar directamente a engrosar las listas del paro. Y todos y cada uno de ellos bajaron la cabeza y callaron.
Caballos perdió la votación aquella tarde en su propia casa y con su propia gente, enorme demostración de poder de un Chaves que no es el “bueno” de Manolo. Su fiel cuñado Lagier se refugió con una lipotimia de “caballos” en el bar de al lado. Allí, sentado, con las manos sobre los muslos, su mujer, la hermana de Caballos, le echaba aire con un pañuelo y lo consolaba. Muchos pasaron por allí para decirle que estaban con él y con Caballos, como si aquello fuera más un tanatorio que una simple votación para elegir delegados. Y otros muchos a los que Caballos había ayudado pasaban de largo y ni siquiera lo miraban, le daban ahora la espalda, no le votaban. Y entonces muchos de los que allí estaban comenzaron a pensar que había uno que ni olvidaría ni perdonaría, y que a todos ellos los tenía apuntados.
Por todos los medios había que impedir, pues, la vuelta de un hombre llamado Caballos. Pero la vida es larga.