Los Bécquer y Soria
Los 34 años de vida de Bécquer, Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida Insausti y Vargas (Sevilla 1836-Madrid 1870) no pudieron dar más de sí. De ellos siete, casi la cuarta parte de su breve vida, romántica y apasionada, transcurrieron en Soria y su provincia.
Como su hermano Valeriano -notable dibujante y pintor- dos años mayor que Gustavo y al que siempre estuvo muy unido –hasta en la muerte- y su padre José –Pepe para los amigos y pintor costumbrista sevillano- adoptó el apellido de sus antecesores, comerciantes flamencos -los Bécquer- asentados en Sevilla en el siglo XVI. Quedan huérfanos de padre, él y Valeriano, con cuatro y seis años respectivamente y pierden a su madre con diez y doce. Tienen otros seis hermanos, de los que ignoro qué fue (se habla dedos en América, otro fallecido de niño). Los adoptan, a los ocho, una hermana de su madre, la tía María, y otros parientes, pero Gustavo y Valeriano se adoptan el uno al otro y siempre van a estar unidos en sus breves e intensas vidas.
Soriana fue la mujer de Gustavo, Casta Esteban Navarro, de Noviercas, hija del médico, con la que contrajo matrimonio a la edad de 25 años cumplidos y cuatro ya con la tuberculosis horadándole, cuando le quedaban nueve de vida. Tuvo con ella tres hijos. Las desavenencias matrimoniales fueron notorias y el segundo se atribuye a un bello bandolero de aquel entonces, llamado el Rubio, que sin duda tendría su nido en la enorme caverna de Cueva de Ágreda, conocida como la cueva de Caco, arriba del pueblo y guarida de bandoleros y malhechores. Noviercas, entre Gómara y Ágreda, en las haldas del Moncayo soriano, contaba con mil habitantes por entonces, y menos de cien en la actualidad. En su skyline destaca un torreón árabe, califal, del siglo X de unos 20 metros de altura, recientemente restaurado por la Diputación y a cuyo término, le apareció un propietario con documentos acreditativos. Una pasada, muy propia de esta celosa administración tan puntilllosa.
Noviercas está muy cerca del Val del rio Araviana, al este de la provincia, donde perecieran los legendarios siete infantes de Lara –o de Salas de los infantes, del Burgos pegado a Soria- decapitados a manos de los sarracenos, por traición de doña Lambra y su marido, hermanastro adulterino de ellos, Ruy Velázquez Mudarra, sobrino a su vez de Almanzor. ¿Sería esta una de las razones, con tantos ingredientes sugestivos para un romántico de raza, que le movieran a este sevillano a subir hasta las altas tierras mesetarias? Las leyendas, el medievo y los primeros vagidos de una lengua, sin duda eran un poderoso atractivo para el joven poeta, ávido de conocimientos para tejer su obra romántica y urgido por la tuberculosis.
Esta leyenda de degüellos, en forma de Poema anónimo, pertenece a los cantares de gesta de la épica más antigua, de los mesteres de clerecía y juglaría, de la naciente lengua castellana, fechado hacia el año 1000, junto al Cantar de Mío Cid, que se data hacia 1200, que parece que era obra de un personaje de Montejo de Tiermes, próximo a San Esteban de Gormaz y al mismo Gormaz, el del enorme castillo y el autocitado Per Abbat, tan sólo un monje copista de principios del siglo XIII y al Poema de Fernán González, otro bastión, que pudo ser redactado por un monje de San Pedro de Arlanza, donde estaban los restos del conde bueno y fechado hacia 1255.
Sin duda al joven Gustavo Adolfo le sugerían muchas cosas estos relatos de infantes decapitados, amores interculturales adulterinos y le incitarían a hozar en el paisaje que los había visto morir, porque supondría que quedarían rastros y flecos. El padre de los infantes, Gonzalo Gustioz y a su vez del mismo Mudarra, habido de una hermana de Almanzor -que todos imaginarían belly dance way- los vengó dando muerte a su hijo Ruy y quemando viva a la arpía de doña Lambra, instigadora de la tragedia. Los cuerpos decapitados parecía que podrían descansar en la ermita de los Remedios, en Noviercas, con la que compiten el monasterio de San Millán de Suso, el de San Pedro de Arlanza y la iglesia de Santa María, de Salas de los infantes. Los restos de Mudarra, más ciertos en la catedral de Burgos.
Todo ello era una tarea asumible por el poeta en aquel entonces, ya que se traducía en leguas y horas de tren, diligencia, fondas astrosas y caballerías montunas, sin llegar a los dispendios de Lord Byron por Grecia y Turquía, en plena moda. Una aventura repleta de ruinas verdecidas y parajes misteriosos, de claroscuros y brumas, muy del gusto en boga y de la época que vivía el sevillano joven y byroniano, que sabía muy bien del lord-poeta inglés. George Gordon, el sexto barón, también huérfano y arruinado, calzado con un zapato ortopédico en su pie derecho, ya desde su más tierna infancia -nieto del Vicealmirante “Maltiempo”- y puesto al día en la Biblia y en el sexo de forma precoz –nueve o diez años- por su institutriz escocesa Mary Gray, una devota calvinista. El lord había muerto en 1824 -dos años antes de nacer Gustavo- con tan sólo 36 años, desangrado a manos de las sanguijuelas excesivas, allá por la Grecia montañosa de revoluciones y partidas. El romanticismo también clavaba sus raíces en la Alemania de Novalis, Schiller, Hoffmann, Goethe, Hölderlin, y Heine, e influía en toda Europa de forma arrasadora, pero con particularidades.
Era una tentación seguir las huellas de un escritor excéntrico y poeta notable, que había dejado un legado prolífico e importante, junto a Shelley -otro romántico que no pasó de los 30 años- fruto de su breve vida densa y llena de aventuras y vicisitudes.
En la casa soriana de la familia de su mujer, a la vera del Arroyo de la Monjía -que es tributario del Araviana, este del Rituerto y este del Duero- pasaba Gustavo Adolfo los veranos, de 1860 a 1868 con su hermano Valeriano, entusiasta y animoso, en contraste con Gustavo, en el que primaba el desánimo y la depresión doliente, y con el que Casta parece que no se llevaba muy bien. Desde 1862 Valeriano vivía con el matrimonio, tras su casamiento fallido en Sevilla, del que tuvo dos hijos. En la capital, en Soria, paraban en una casa de la plaza de Herradores, no sé si en tránsito o en el crudo invierno, que no podrían permanecer en las proximidades del Moncayo, por muy románticos que fuesen y en la que hoy existe una placa conmemorativa, junto al estanco. En Noviercas escribió Gustavo algunas de sus mejores páginas como las leyendas El Rayo de luna, La corza blanca, La promesa, Los ojos verdes y El Monte de las ánimas.
El monasterio de Veruela, a treinta kilómetros de Noviercas y kilómetro y medio de Vera de Moncayo, ya en Zaragoza, fue una abadía cisterciense del siglo XII (1145) a 1835, durante 690 años, con los que acabó la desamortización de Mendizábal que le hizo convertirse en una hospedería para su mantenimiento. En 1877 lo tomaron los jesuitas hasta 1975 -durante 98 años- que pasó a propiedad del gobierno de Aragón, pero se le conoce universalmente por la temporada –de un año- en la que estuvieron alojados en 1864, Gustavo Adolfo Bécquer, seis años antes de su muerte, su esposa Casta y su hermano Valeriano, que cuidaba y velaba su convalecencia problemática y poco esperanzada.
Allí, entre sus muros, escribió uno de sus libros más conocidos, en forma de cartas, Desde mi celda (1871), al estilo de su coetáneo francés Alphonse Daudet, que editaba sus Cartas desde mi molino (1869) en la Provenza, y muy coincidentes en el tiempo. Son dos libros encantadores, como sus leyendas y la genuinas, famosas y románticas rimas. En pleno ambiente cisterciense, en el que relata prolijamente, desde cómo llegó hasta ese reducto de paz, a cómo era su entorno humano y ambiental –Trasmoz y su bruja- y el comarcano y cómo salía hasta el crucero de mármol del camino, la cruz negra de Veruela, que hay en la alameda, a distancia del portón de entrada, a esperar horas, sentado a su pie, o paseando hasta las ruinas de una ermita próxima, hasta recoger del cosario el correo y el Contemporáneo, el periódico que venía de Madrid. Tuvieron hogar, también, en Toledo durante algún tiempo.
Valeriano, amigo y colega de Casado del Alisal, murió en septiembre de 1870, de una afección de hígado, con 37 años y Gustavo Adolfo, dos meses después, el 22 de diciembre del mismo año, con 34. Ambos fueron enterrados en la Sacramental de San Lorenzo. Posteriormente, en 1913, fueron trasladados a Sevilla, al Panteón de Sevillanos ilustres, de la facultad de Bellas Artes, en la cripta de la iglesia de la Anunciación -muy cerca de la Maestranza- donde yacen los restos de Arias Montano, el ilustrado Alberto Lista y la Fernán Caballero. Sorprendentes y fecundas vidas de la más pura bohemia romántica. Valeriano, del que atesora muchas obras el Museo del Prado, además del retrato en el que todos hemos conocido al Gustavo Adolfo romántico, de cabellos largos y rizados y tierna mirada que está en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, tiene obras en el Museo romántico de Madrid. Son notables sus retratos de Cecilia Böhl de Faber -Fernán Caballero-, El pintor carlista y su familia, Retrato de niña, Un leñador del Burgo de Osma, grabados y dibujos de Soria; Leñadores de Pinares, Campesino del Burgo de Osma, Pastor de Villaciervos –el de la blanca capa de lana cruda- y dibujos y grabados de costumbrismo, editados en la Ilustración de Madrid y en la Ilustración Católica, como El sepulcro de los fundadores de Veruela. Su pintura es rica y minuciosa y ha sido comparada con la de la escuela flamenca.
No podemos cerrar el capítulo de estos dos personajes, notables, sacrificados, entrañables y prolíficos, del más puro romanticismo español sin aludir a una de las inmortales rimas de Gustavo Adolfo y sin dejar incoado que Soria no ha sido muy generosa con su memoria –tirando a cicatera- porque no se cumple con tan poco como les ha devuelto. Les debe notoriedad y encanto y mantiene una deuda de honor, como con tantos otros que la han aupado a cotas impagables. No se cumple con unas cañas y poco más, que es a lo que se tiende en esa tierra. Cualquiera que llega a Soria, tiene que mirar mucho y con mucha atención para encontrar su vinculación, tanto como con Antonio Machado, Gerardo Diego, Gustavo Adolfo y Valeriano Bécquer –tres jueves hay en el año- Julián Marías, Sánchez Dragó, José Antonio Pérez Rioja, Pedro Chico, Clemente Sáenz García, Alejandro Navarro… y tantos otros, cubiertos de ingratitud. Lo poco que hay, tristemente, suena a cumplir y mentir.
La plaza principal de Soria ostenta una parada de autobuses y el Espolón y la plaza Mayor no sabemos lo que ostentan, cuando piden pedestales y bronces sobradamente merecidos. Pero, amigo, ¡cuestan cuartos!
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
ésas… ¡no volverán!
Solo comentarle que Casta Esteban es natural de Torrubia(soria), actualmente Torrubia de Soria (Soria) y no de Noviercas, y cuando dice Ud. hija del médico parece indicar que era el médico de Noviercas y en ese momento no lo era su padre, era el médico de Torrubia tuvo que pasar más de 20 años para que lo fuera de Noviercas, cuando regreso de ejercer la medicina de Madrid. Existen muchos datos erróneos sobre el lugar de nacimiento de Casta ya que nació en cinco lugares distintos e incluso en Cuenca yo le brindo a comprobarlo en documentos que puede ud.… Leer más »
Muy buena lección de historia. ¿Me ha encantado, Señor Pelayo! Saludos
Daniel