Arco de triunfo
¡Por fin vamos a saber su verdad! Ya era hora y todo gracias a las oquedades practicables del triunfalismo rebelde. El arco de Triunfo, que yo creía macizo y colmatado. Pero es que la comunista del partido, del partido comunista, la casposa Carmena, la del olor a zapatilla tostada en el braserico estalinista, de allá de hace 81 años nada menos, quiere explicarnos cosas de aquel entonces que no sabemos, tan divertidas, de cuando jovencita recogía margaritas al pasar por los prados, dando saltitos y las echaba a un cestito para llevárselas a vete a saber quién.
Entre las numerosas ocurrencias que la atormentan por las noches, a esta pobre anciana resentida y contrariada por la historia, tras dejar la escoba en el zaguán y desenredarse las greñas con la carda, se le antoja que podemos tener interés en que nos explique –interprete debidamente al clarinete- lo que debemos entender –pese a lo que veamos- de cuando ardían las iglesias en España por miles, hasta unas 20.000, con patrimonio artístico incluido y se hacían mártires a católicos consagrados, a la vista sin graduar, ciencia y conciencia de la pacífica, pasiva y legítima II República –bolchevique ella- asesinando hasta 6.832 sacerdotes, religiosos y religiosas, se profanaban cementerios, conventos y enterramientos, se violaba incontinenti, se daban paseíllos, eso sí, sin malinterpretar ni ser tendenciosos. Para nuestro bien y para que las generaciones futuras no vayan a pensar que Franco, el malo de él, ganó la guerra.
Se airearán razones que lo justificarán, sin caer, eso sí, en delitos de odio ni homofobia. ¿Será posible? Pues sí. Lo veremos si no se cruza algún camión de mudanzas capitoné proclamando quién tiene pilila y quién no.
Nos va a explicar, esta anciana –entre estertores de placer y jadeos, supongo- cómo se fusilaba, tras torturarle, al que no era de la cuerda bolchevique, por miles, en fin, una maravilla democrática legitimada, de la que hablaba el entonces embajador francés Erik Labonne, en términos del desacierto que suponía para la imagen de tan legítima república idílica, tanto desatino, asesinato y destrucción, y que vino a estropear una cuadrilla de rebeldes, que no termina de pagar la abusiva fechoría que supone, siendo el 40% de los combatientes acabar con el otro 60% derrotado a base de bien –en una larga y mala tarde de 986 días- y saliendo a trompicones por la Junquera, a las felices playas francesas, tan acogedoras, a la sombra de los senegaleses.
Eso hay que borrarlo para la posteridad -es puto fascismo- cargándose monumentos, placas, calles, avenidas, plazas, plazuelas y costanillas, que así la historia –que es tonta y manipulable y no se lee- va y se retuerce –nada por aquí, nada por allí- y parece otra. Lástima que hay literatura sobre el particular a miles, a millones, porque quizás es el hecho histórico que más libros ha originado después de la Biblia, que también se la quieren cargar y quemar a ser posible, por si anduviese Dios por allí y a lo mejor se chamusca de paso y del Contrato Social, de Rousseau.
En fin, una delicia del Edén en tres dimensiones, con música de Cañita Dorada y del Krae, que nos perdimos, gracias a Dios, y que no acaba de digerirlo el comunista medio, ya provecto el pobre, prostático, celulítico, artrítico y varicoso, que vio –o le contaron- las ventajas que predicaba el manquillo de Moscú, el Dzhugashvili del demonio, tan querido por esta anciana, comido de viruelas locas y que cascó en 1953 con 65 tacos, para bien de los rusos y que tanto amó a sus compatriotas que se calcula que entre fusilamientos, purgas y hambrunas provocadas por su gracia, se llevó por delante las vidas de 50.000.000 de compatriotas (repetimos, cincuenta millones) un holocausto, un progromo o matanza de inocentes -769.230 difuntos por año de su vida- y que mereció, como padrecito Stalin, ser nominado para el Nobel de la Paz de los años 1945 y 1948, nominación que se ha borrado por la tinta simpática, mira tú si serán, que ni han pedido perdón, ni le han cubierto de salfumán. ¿Qué explicación tiene?
Es incomprensible y renuncio a entender tanta resiliencia, como se dice ahora lo que antes se conocía como inaccesibilidad al desaliento. Pero ahí están en cuanto te despiertas de la siesta, como el dinosaurio de los cojones y te han movido las fichas de los escaques. Así que hay que velar, no dormirse, porque nos cambian los números del teléfono, o nos atan las sábanas y nos hacen la petaca si les dejamos.
Son así, como el orate de la memoria histérica, la Maestre y el muñeco diabólico rosarino de Zaragoza, lo llevan en los genes. Aman el dislate.
Máximo Gorki, paradigma del comunista camisa vieja, nada sospechoso de fascismo y recalcitrante amigo de Lenin, al que remitía los dineros de sus éxitos editoriales, cuando se vio en Capri –donde pasó siete años- y leyó a Tolstoi y se hizo la idea de Dios, comprendió que una revolución brutal no haría sino fulminar lo más puro del intelectualismo ruso, y tuvo el valor de escribir en 1917 al triunfante Lenin: “Vladimir Il’ic: prefiero estar prisionero que hacerme cómplice, por mi silencio, de la destrucción de las fuerzas más inteligentes, las mejores del pueblo ruso. El despotismo de las masas analfabetas triunfa y a este festejo no quiero asistir… Como antes, como siempre, la personalidad humana quedará oprimida.” La historia esta terminó en 1989. Las segundas partes… ya se sabe, pero es lo que tiene la senilidad embriagada de poder.