Sobre espera y esperanza
José Luis Callaci.- A lo largo de la historia los imperios han recurrido a la “amenaza externa” para justificar sus permanentes agresiones contra aquellos que se resistían a sus dominios. En esa realidad histórica es que situamos la frenética oposición al nuevo Presidente usa americano por atreverse a proponer un cambio de estrategia en política exterior que en cierta forma se margina de este pretexto para en parte reemplazarlo por negociaciones y acuerdos entre partes antagónicas. Gran parte del actual establishment, y la corporatocracia internacional que la sostiene, ven en esa posición un peligro para ese mundo unipolar al que se aferran. Finalizada la guerra fría y la supuesta “amenaza comunista” con lo cual justificaron cruentas dictaduras en América Latina y en otras partes del mundo, la desintegración de países, las invasiones, la creación de grupos de mercenarios terroristas, los asesinatos de líderes y todas las demás atrocidades que se vienen cometiendo y que amenazan permanentemente con una nueva conflagración mundial, sigue siendo la constante.
Los cada vez menos admiradores del imperio que aún quedan en las distintas latitudes, y que nada se cuestionan, repiten como psitácidas lo que hoy los nuevos cuarteles, conformados por sofisticadas baterías mediáticas omnímodas, hegemónicas y parcializadas, que se refugian en la “libertad de expresión” y por tanto incuestionables e intocables, les dictan en sus perversos mensajes plagados de mentiras. Las que a diario y a toda hora entran en nuestras vidas como Caballos de Troya con sus Ulises modernos.
Lo demás, por aquello que se dijo o se dejó de decir, son simples escaramuzas. Montadas precisamente para desviar la atención de lo principal: la feroz oposición a reducir las tensiones o a llevarse bien con Rusia porque eso destruiría la principal fantasiosa amenaza en la que sostienen sus miedos. En particular el eterno hacia los “demoníacos rusos” que parecieran haber llegado de otro planeta para destruirlo todo, y que requiere contar con un bueno y dispuesto héroe renovado de turno como el “Capitán América” para que los enfrente. Y eso hay que aceptarlo así, por la razón o por la fuerza.
La humanidad que no cae en ese este juego macabro, espera aquello que de alguna forma pueda suceder para bien de la paz entre las naciones. Pero hay una diferencia sutil a esa espera, que aunque menos cierta, seguirá manteniéndose incólume en todas las épocas como fuerza interior humana: es esa esperanza que desborda y sostiene a los que, por convicciones, principios, valores e inquebrantable voluntad, continúan en la lucha por la verdad y por un mundo mejor.