Miedo a la verdad
H. Tertsch.- El miedo a la verdad es una fuerza poderosísima capaz de cualquier cosa, como ya nos enseñan las Sagradas Escrituras. Porque mientras se llega, si se llega, a la sabia convicción de que la verdad nos hace libres, el hombre teme que la verdad le deje en peor lugar. En las últimas semanas se les ha visto mucho el miedo a los grandes guardianes de la actual historia oficial de la Guerra Civil. El libro de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García titulado “1936, fraude y violencia” ha tenido dos tipos de reacciones. Por un lado han salido cuatro o cinco voces a descalificarlo. Torpe y falazmente, hay que decirlo. Por el otro, han callado como meretrices todos los medios que tanto ruido suelen hacer sobre libros vulgares del sectarismo zurdo sobre la Guerra Civil. En esto son eficaces. Para eso tienen monopolio mediático gracias a la falta de complejos de la izquierda y a la cobardía y la indolencia de la derecha. Porque muchos de ustedes no habrán oído hablar del libro de Álvarez Tardío y Villa García. Cuando deberían tenerlo ya en casa medio empezado. Porque es todo un acontecimiento histórico que debería haber ocupado las portadas de diarios y revistas, y durante semanas haber abierto informativos, protagonizado debates, programas monográficos y encuentros divulgativos.
La obra de investigación prueba minuciosamente que las elecciones de febrero de 1936 que dieron la victoria al Frente Popular sufrieron un masivo fraude. Con estudios nunca realizados antes sobre documentación oficial se prueba que la extensión y la calidad del fraude en toda España cambió el signo del resultado. Los dos historiadores insisten en que ellos no hacen consideraciones ideológicas o políticas. Pero los guardianes del mito de la Santa República de Inmaculada Democracia han visto el enorme peligro que se cierne sobre sus predios de cultivo intensivo de la buena conciencia izquierdista. Cualquier duda sobre el planteamiento de “República democrática buena” frente a “golpismo fascista malo” es descalificado como “franquismo” o intentos de justificar el golpe. Tienen miedo a saber que no quedaba democracia tras los golpes de 1934 y el fraude de 1936. Miedo a saber que el Frente Popular no tenía ni la razón política ni la razón moral. O al menos no toda, como pretende hoy el dogma impuesto.
Es el miedo a la verdad de una izquierda reaccionaria. Que considera la versión de la historia convenientemente manipulada una propiedad tan incuestionable como los huesos de Lorca para Ian Gibson. El 4 de abril moría en Roma a los 92 años Giovanni Sartori, grande entre los más grandes de la ciencia política. Tuve el privilegio de tratarle durante unos años y me fascinó por su brillantez, su ingenio y su finísimo humor. Este le sirvió en los últimos lustros para encajar con elegante soltura y mucha sorna los embates del fanatismo y la estulticia de la corrección política. Que le llegaron de una izquierda de la que él procedía, pero cuyo dogmatismo, falta de inteligencia y valentía para la verdad fustigó con finura florentina, cuando no maquiavélica. Después de publicar “La Sociedad Multiétnica. Pluralismo, Multiculturalismo y Extranjeros” en 2000 comenzó a ser mal visto el antes adorado Sartori. Porque expuso las verdades que tanto teme la izquierda aferrada como nunca a sus dogmas. Mantuvo que el multiculturalismo genera guetos y dinamita la democracia. Y que la inmigración sin control, limitación y exigencia de integración es una bomba para la sociedad libre. Y Sartori se convirtió –con Oriana Fallaci– en otro “descarriado que alimenta la xenofobia”. El miedo a la verdad arrastra a Europa, secuestrada por los guardianes del dogma, a la catástrofe. Y en España el cerrojo está en su gran mentira: el antifranquismo.