El Mayo francés define el futuro de Europa
George Chaya.- La Quinta República francesa nació para preservar al Estado y a la nación frente al poder de los partidos. Fue pensada para dotar de poder al presidente y buscar mayorías capaces de gobernar sin fragmentar al electorado en una democracia asambleísta ingobernable.
De ser correctas las encuestas que muestran una amplia victoria del candidato Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen en el ballotage, la Quinta República es insostenible ante la irreconciliable división política y social existente en Francia.
El 7 de mayo los franceses deberán elegir entre el joven banquero y ex ministro liberal-europeísta, Emmanuel Macron, y la derechista Marine Le Pen que defiende un programa de repliegue nacionalista. Para Francia e incluso para la Unión Europea será una opción entre una tranquilizadora continuidad o una ruptura destructiva.
Tranquilizadora porque todos los sondeos indican que Macron batirá a Le Pen por 60 contra 40 por ciento. Eso quiere decir que Francia continuará por la senda de las últimas décadas, lo que es una buena noticia para los mercados franceses, europeos e internacionales. El peligro de una ruptura electoral, según los europeístas, será superado en Francia.
Pero vista con una perspectiva más amplia hay que reconocer que esta tranquilizadora victoria es al mismo tiempo engañosa. El probable futuro presidente Macron representa y defiende un programa que intensifica todo eso que ha mostrado serias averías y disfunciones en los últimos treinta años, a lo largo de los cuales se fraguaron los males de Francia, y estos mismos aspectos han sido generadores de diversas crisis en el país, y desencadenantes a la vez del grave proceso desintegrador que se vive en la Unión Europea.
Macron será el presidente que conforme y acuerde con la actual línea germano-europea. En consecuencia, si políticamente no hay una clara decisión de los electores, la Quinta República está condenada. De hecho, Jean-Luc Mélenchon proponía la Sexta República como parte de su programa que sería una especie de régimen asambleísta. Ello es la muestra respecto de que los pueblos europeos pueden clasificarse en aquellos que tienen mayor sustancia política y los que tienen menos y que, según esa escala, Francia sería el primero. Es decir, los ciudadanos franceses son conscientes de la situación, por eso no hay que descartar que propicien un presidente fuerte para salir de la crisis, en lugar de introducirse en otra potencialmente más peligrosa.
Como el programa más gaullista es el de Marine Le Pen, sólo hay dos posibilidades: o disolución de la Quinta República o presidencia fuerte de Marine Le Pen, eventualmente apoyada en un Parlamento de coalición de republicanos y miembros del Frente Nacional de cara a las legislativas que se celebrarán en dos vueltas el 11 y el 18 de junio de 2017.
En el caso de una Francia débil, la Unión Europa podría aparentemente cantar victoria, pero una Europa sin equilibrio de poderes en que la excesiva debilidad de Francia no suponga un contrapeso a Alemania, lo que es la situación actual, es una profecía de la catástrofe o al menos de la lenta desaparición de la Unión Europea como organización. En una segunda opción con una Francia dispuesta a levantarse, el contrapeso de Francia a Alemania sería tan destacado que desparecería primero el euro y la libre circulación de personas que no fueran trabajadores y probablemente, después, la propia Unión Europea tal como la conocemos.
Tras el Brexit y la victoria de Donald Trump, hechos catalogados como imposibles hasta menos de una semana de producirse y considerados increíbles o hasta ilegítimos por los medios dominantes incluso después de producidos, es lícito preguntarse si las encuestas son falsas o erróneas.
Si a esto se añade que los votos del candidato autodenominado soberanista Nicolas Dupont-Aignan y los de los republicanos abren el interrogante sobre a qué aspirante presidencial acompañarán en segunda vuelta, entonces las encuestas simplemente se equivocan o aciertan parcialmente dentro de un ambiente de difícil predicción. El error atañe principalmente al exceso de confianza en un candidato etéreo y sin partido que procede del espacio político socialista que ha firmado su acta de defunción con la presidencia de François Hollande. Es decir, Macron. En ese caso, la eventual batalla con Le Pen se dirimiría sobre el campo de Unión Europea sí o Unión Europea no. Puesto en esa disyuntiva, sería difícil apostar por Le Pen, por eso Macron, en ese supuesto, prometería un referéndum al menos sobre la pertenencia al euro y acaso aún más cercano con la Unión Europea. Incluso así, su posición sería compleja y en todo caso la Unión Europea quedaría expuesta como nociva y haría inevitable su baja en los años siguientes.
Respecto de Europa, el resto de países, especialmente Inglaterra, se verán obligados a prepararse para un entorno de resurgimiento de las naciones y de disminución de poderes supranacionales. En otras palabras, ni la reducción del déficit ni el mantenimiento de una economía de mercado podrán hacerse apelando a las instrucciones europeas, sino que deben basarse en convicciones propias que, en una democracia, sólo pueden proceder del electorado.
Entretanto, fuera de Europa pero en Occidente, la presidencia de Trump, eficaz a pesar de la crítica mediática, marca el camino para que el resto de pueblos occidentales se liberen del despotismo institucional que los viene gobernando. Lo concreto es que un cambio decisivo se percibe.
A la Revolución francesa de 1789, que marcó ideológicamente la llegada de la edad contemporánea, la precedió la Revolución inglesa de 1688 y la independencia norteamericana de 1776. El menor dramatismo y afortunadamente la menor violencia aparente de nuestro tiempo no deben hacer perder de vista la certidumbre de vientos de cambio semejantes.
No obstante, como sostuvo Karl Popper: “La historia, ni es materialista ni está determinada”, depende de la libertad de los hombres. Lo indiscutible es que la respuesta al reto es imprescindible para garantizar la supervivencia de Occidente.