La corrección política, una funcionaria mexicana, los niños con el síndrome de Down y “la chica” del concejal Guillermo Zapata
A. Robles.- Los políticamente correctos tienen la piel muy fina y la cara demasiado dura. El erratismo moral e intelectual de esta época queda establecido sobre todo por el uso de la corrección política como herramienta de aniquilación masiva. Se trata sobre todo de penalizar lo evidente si lo evidente desafía el cúmulo de dogmas que han sido dictadas para que lo blanco sea negro y viceversa. Es decir, llamar negro a un negro es políticamente incorrecto. Llamar blanca a una persona de raza blanca es un silogismo sin refutación inquisitorial alguna. Suele ocurrir que en tiempos de profundísima crisis moral y existencial, que casi siempre marcan el preludio de un final tan amargo como el acíbar, lo capcioso y lo correcto dependen del significado que la élite dominadora quieran darle.
Con el pretexto de la corrección política, la fe y la moral cristianas se tachan de hostiles y ofensivas, y por tanto, como algo que hay que eliminar del discurso público. Lo mismo podría decirse de la defensa de la masculinidad, de la familia tradicional, de la raza blanca, de ciertos personajes históricos o del derecho a nacer de los nonatos. En el tramo entre elogiar a Fidel Castro y hablar mal de Franco discurre la pretensión de imponernos una visión ‘reduccionista’ de la libertad de opinar con luz propia. La contradicción se hace más alarmante en algunos círculos. La Liga de de Fútbol Profesional actúa de oficio si a un grupo de aficionados le da por mencionar a la progenie del algún futbolista del equipo rival. En cambio ninguna voz se alza contra todos los valores no codificados que son arramblados cada día en programas televisivos que se emiten en horarios infantiles.
Hay más ejemplos. La incorrección política abarca hoy también a los amantes de la tauromaquia. Por este motivo, Belén Santamaría, presidenta de Cáritas en Salamanca, rechazó una donación de Juventud Taurina de aquella ciudad para no herir sensibilidades. Su gesto fue muy aplaudido en cenáculos progresistas y antitaurinos. Por desgracia para la ya mermada credibilidad de la ONG católica, la sensibilidad animalista de la sujeta no tiene correlato con el drama que sufren los cristianos torturados y asesinados en países del Medio y Extremo Oriente, lo que sin embargo no impide a Cáritas alimentar cada día a los que comparten el mismo credo que los asesinos.
Como el color del cristal de Espronceda, la piel fina de la corrección política tiene importantes matices. Desde hace unos días, a la titular de la Secretaría de Educación y Cultura del estado de Quintana Roo, en México, le están lloviendo aceradas críticas y abultados insultos.
Marisol Alamilla, que es el nombre de la señora, dijo que “desde el sector de la salud se trabaja para que cada día hayan menos niños con el síndrome de Down y de esa forma no se necesiten profesores de educación especial”.
Alamilla agregó: “porque lo que más queremos es que no existan, porque lo ideal es tener a un niño bien, con buenas condiciones cognitivas, eso es lo que estamos buscando”.
Muchos internautas de la izquierda española ya han condenado con los peores apóstrofes a la funcionaria. Una conocida ONG ha señalado que “la exclusión es más grave cuando se realiza desde entornos institucionales, los cuales deben propiciar la construcción de procesos inclusivos para que los derechos de las niñas y los niños se disfruten en un ambiente de igualdad de oportunidades”.
Si el punto de vista de la corrección política nos obliga a admitir que el sueño de cualquier padre o madre es serlo de un niño o una niña con el síndrome de Down, me pregunto entonces por qué esas voces tan compasivas callaron como putas cuando el concejal de Podemos en Madrid, Guillermo Zapata, sostuvo que el hecho más doloroso de su vida fue el aborto al que indujo a su chica. ¿Y por qué indujo Zapata a abortar a “su chica”? ¿Cuál fue el pretexto alegado para el aborto? Pues que “el el feto” venía, el pobre, con síndrome de Down.
Ocioso es apuntar que ninguno de los que han insultado desde España a la funcionaria mexicana se sintieron tan consternados con la imagen del niño abortado de Zapata, privado del derecho a nacer por padecer la enfermedad que Marisol Alamilla quiere erradicar con métodos científicos, y no a lo matarile, como hicieron con el feto de “la chica” del concejal de Podemos.
Los que callaron ante el brutal reconocimiento de Zapata, y que en cambio mantienen una actitud tan despiadada con la mexicana, son el prototipo de personas absolutamente típicas de la izquierda: quieren para los demás lo que no quieren para ellos. Pero es que además, esta colección de hipócritas cuentan con la ventaja de un sistema que oculta o trivializa sus constantes contradicciones en el orden moral. Como por ejemplo lanzar sus peores dardos contra alguien por sostener en público la necesidad de hallar remedio a una enfermedad, mientras pasan por alto la actitud del político progresista que, en un acto explícito y voluntario, decide poner fin a la vida de su propio hijo por padecer esa misma enfermedad. Eso sí, subrayando en una carta pública que aquello fue el hecho más doloroso de su vida.
“Pues amarga es la verdad, quiero echarla de la boca”, sostenía el conocido verso de Quevedo. Cada uno tiene su verdad. Algunas sin embargo pueden ser defendidas en público y otras no tanto. Las nuestras no cuentan con el favor de los amos del momento. Son verdades políticamente incorrectas, acaso la mejor forma de que sean consideradas verdades auténticas. Seguir defendiéndolas no es tarea facil. Pero alguien tiene que hacerlo porque de lo contrario, el espacio público habrá sido tomado y controlado por quienes construir un nuevo orden sobre los retales de un puñado de mentiras. O de falsas verdades. Eso sí, tan “políticamente correctas” como terminar abortando a un niño con el síndrome de Down si eres “la chica” del concejal progresista Guillermo Zapata.
El tal Zapata lo sintió por su mujer, no por el niño, al que quería muerto y lo consiguió, como también ha deseado o se ha burlado de la muerte de más inocentes: recordemos lo de los judíos en un cenicero, lo de las niñas de Alcásser, lo de Irene Villa. ¡Menudo psicópata!
Personalmente los “del cenicero” me la soplan, pero lo de Alcacer e Irene sí que de verdad fueron crímenes reales.
Relativismo. Así de simple. Aceptando el uso de un término se acepta una idea, por mucho que el individuo en su intelecto la rechace; ese conjunto de normas expresivas generan un producto cultural que se asume dando valor y carga semántica a las palabras totalmente opuesto a su valor original, al estar enmarcadas en el metalenguaje que acaba por imponerse en la sociedad. Fuera de éste contexto, las palabras no tienen ningún significado distinto del suyo propio. Todo es relativo en el lenguaje malintencionado. No en vano Stalin era un gran lingüista: han sido ellos los grandes manipuladores del lenguaje;… Leer más »
El artículo redondo.
La presidenta de Cáritas lo que no hubiera rechazado es un buen jamón de Hueva, que- como se sabe- hay que matar previamente al animal. Ojos que no ven…. corazón que no siente.
Lo de la política no tiene nombre. Mi admiración a los padres con niños que tienen necesidades especiales.
En cuanto a Zapata. ¿Pero las machirulos de izquierdas no son “libertarias y no dependen del macho alfa? ¿Cómo la induce a abortar? ¿No es eso delito?